domingo, 7 de marzo de 2010

El Ojo Crítico



El pasado 28 de enero del 2010, me hicieron una entrevista en El Ojo Crítico de Radio 1 de Radio Nacional de España.

Os adjunto el link.

http://media2.rtve.es/resources/TE_SELOJO/mp3/1/2/1264706101821.mp3

La Estación Azul



El pasado día 1 de Noviembre del 2009, en el programa La Estación Azul de Radio 1, de Radio Nacional de España,  se leyeron pasajes de mi novela Entrevías mon amour. Os dejo el link:

http://www.rtve.es/mediateca/audios/20091123/lugares-donde-se-clama-dolor-estacion-azul/634504.shtml

Crítica a Entrevías mon amour, por Marta Sanz

El pasado 6 de enero del 2010, Marta Sanz publicó una crítica a mi novela en el Blog "Tormenta en un vaso". Os adjunto el link:

http://latormentaenunvaso.blogspot.com/2010/01/entrevias-mon-amour-justo-sotelo.html

Crítica de Joaquín Leguina a "Entrevías mon amour", en El Confidencial Digital




   Justo Sotelo narra el regreso de Teo Abad, el retorno a sus orígenes, a su barrio y a su gente. Un barrio que se parece mucho al viejo Pozo del Tío Raimundo, con el cura Llanos incluido. Una gente, unos personajes de estirpe valleinclanesca.
            Una novela insólita… hay que tener valor y no poco desparpajo para elegir un título así.
             Pero, ¿qué cuenta esta novela? Es una historia nostálgica. ¿Por qué nostálgica? Porque la nostalgia no es añoranza, sino precisamente -eso significa etimológicamente-: el dolor del regreso.          
             Justo Sotelo narra el regreso de Teo Abad, el retorno a sus orígenes, a su barrio y a su gente. Un barrio que se parece mucho al viejo Pozo del Tío Raimundo, con el cura Llanos incluido. Una gente, unos personajes de estirpe valleinclanesca. Del Valle que escribió “Divinas palabras”: Un cura, una talidomídica llamada Edipa (¡nada menos!), una mujer enferma sin nombre propio a quien todos llaman “La Niña”, Judith -el gran amor adolescente de Teo- y su hija Tamara.            
             Judith es una mujer atormentada a causa de la muerte de sus padres, asesinados después de la guerra a manos de alguna “brigada azul del amanecer”, simplemente, por el delito de ser rojos. Son los huesos de sus padres lo que busca Judith… y los encuentra amparada en la aplicación de la ley de la “memoria histórica”… Pero esos huesos, los de los padres de Judith, aparecen junto a otros pertenecientes a unos sacerdotes asesinados por otra “brigada del amanecer”, una de las que funcionaron en el Madrid sitiado durante la guerra civil.            
              En ese hallazgo, el de los huesos revueltos de unos y otros españoles, se encuentra, a mi juicio, la enseñanza moral que el autor nos quiere transmitir. Una enseñanza que no viene mal recordar en estos momentos de sectarismo en alza, y esa enseñanza es la siguiente: si desenterramos los huesos de los asesinados durante y después de la guerra estamos destinados a comprobar que la barbarie desatada en 1936 no fue exclusiva de un solo bando.              
              No lejos del cura y de la iglesia ruinosa donde también habitan esas mujeres vive el padre de Teo, un viejo comunista empeñado en darle candela a la basílica del Valle de los caídos, cuya muerte en la parte final de la novela no deja de ser harto significativa. El viejo acaba sus días huyendo por el túnel que une España con Francia, sin poder alcanzar a ver la tumba de Antonio Machado en Collioure, donde el anciano pensaba depositar un poema.              
             “Estos días azules y este sol de la infancia”, había escrito don Antonio poco antes de morir y –creo yo- son esos azules días los que quiere recobrar el protagonista de esta historia.              
             Una novela escrita en primera persona en la cual aparecen no pocos flash-backs mediante los cuales el autor nos introduce en el duro oficio de Teo, el de reportero en “territorio comanche”, el territorio variado y extenso de las guerras de hoy… con las cuales el protagonista –bajo una atracción fatal- habrá de reencontrarse con lo que parece ser su destino, quizá porque “se necesitan héroes para derrotar al monstruo de la guerra… o locos”.
                                                           Joaquín Leguina es economista y novelista. 
Lunes 22 de febrero de 2010

Crítica a Entrevías mon amour, publicada en 05/03/2010 en el Cultural




Es digna de mención la contumacia de este madrileño, autor de cuatro novelas que, desde 1995, han ido definiendo su apuesta por un estilo exigente, sobrio y culto. Lo es porque desde que publicó la primera (La materia lenta; después vinieron Vivir es ver pasar y La paz de febrero) hasta esta última, Entrevías mon amour, se ve el recorrido de un escritor alentado por un afán de explorar, con el lenguaje, significados y sentidos; y por el importante poso de voraz lector, aunque selecto, a juzgar por las voces (clásicas y modernas) que se dejan sentir en los nombres y en los destinos de esta historia.
Su argumento adopta el punto de vista de uno de sus protagonistas (aunque, en cierto modo, es un relato coral), “Teo Abad”: 40 años, reportero, regresa a Madrid (desde Bagdad, los Balcanes, Irak?), al paisaje de Entrevías, con la intención de no volver a cubrir más guerras. Regresa, así, a una parte de su vida que creía olvidada, a la vida de las mujeres de sus recuerdos, seres “atravesados por alguna limitación física y espiritual”, desamor, olvido, esterilidad, falta de libertad, deseo de venganza. Eran los nacidos en los 60, los que conocen lo ocurrido en este país de oídas, “con falta de ortografía y sin sintaxis”.
Regresa a Judith, arqueóloga, empeñada en remover en las ruinas de su infancia para recuperar a sus padres, anarquistas fusilados y desaparecidos en los 70; al párroco Román, resistiéndose a que se abran “zanjas por todas partes”. Regresa a la vida de su padre, un niño de la guerra, tocado por la onda expansiva de su única verdad, su última obsesión: “llevarse la vida por delante”, destruir “el panteón de El Escorial”, donde “tantos se dejaron la dignidad”, y visitar la tumba de Machado.
Y todos parece que esperan algo de él. Al menos eso deducimos de su discurso, ininterrumpido y desordenado, como todos los que rescatan residuos de la memoria, sin aclaraciones ni juicios. De modo que, lo que nos llega es la historia de un paisaje emocional en el que conviven diferentes planos, voces, distintas generaciones. La hace entrañable la imperceptible sutura entre personajes, entre escenas crudas y tiernas. La enriquece su acertado manejo de la elipsis. Y la humaniza el que trata de quienes se dejan la vida buscando su memoria, “derrotar el monstruo de la guerra”. De cualquier guerra. Y todavía más: es una novela de las que siguen, a pesar de terminar. 

Pilar CASTRO

EXPEDICIÓN A SAMARCANDA (TRAS LOS PASOS DE CLAVIJO)





Antonio Miguel Carmona                  
Lorenzo Dávila
Justo Sotelo

                                                Madrid, verano de 2005 

En Cuatro Vientos, cuando encendimos los magnetos de la avioneta que nos haría cruzar el Mediterráneo, pensamos en aquel hombre, Ruy González de Clavijo, que partía como nosotros hasta Samarcanda seiscientos años antes. Nacía la Expedición Samarcanda, tendente a rememorar, paso a paso, la ruta que Clavijo hizo como Embajador de Castilla a la Corte de Tamerlán. La expedición científica estaba conformada por tres profesores universitarios, dos de ellos pilotos -Antonio Miguel Carmona y Lorenzo Dávila-, además del que estoy escribe, y un periodista -Carmelo Encinas-, y coordinada desde Madrid por el doctor en Historia, don Manuel Ortuño; una expedición que, siguiendo los mismos pasos que el castellano, cruzaría el Mediterráneo en avioneta, y, posteriormente, en vehículo rodado Turquía, Irán, Turkmenistán y Uzbekistán, hasta llegar, Dm., a la capital del Gran Tamerlán: Samarcanda.Ruy González de Clavijo: se trata de uno de nuestros más ilustres madrileños, emisario del rey Enrique III el Doliente a la Corte de Tamerlán en Samarcanda, de cuya embajada, de 1403 a 1406, se cumplen ahora seiscientos años. De dicha embajada el madrileño Clavijo redactó uno de los más importantes libros de viaje medievales, Embajada a Tamerlán, obra destacada junto con El libro de las maravillas de Marco Polo en la mayoría de las universidades del mundo. Pero nuestros grandes hombres permanecen en el olvido y es hora de que nuestras universidades y nuestras instituciones saquen de la desmemoria a nuestros más grandes personajes. Esta expedición trataba de emular, de rememorar, de homenajear a Clavijo, a la Castilla del siglo XV y, cómo no, a nuestra propia historia.

Tras salir del aeropuerto de Cuatro Vientos nuestra aeronave pronto avistó Ibiza. Una parada de rigor y un recuerdo a las jornadas que Clavijo pasó en esta Isla, sobre todo aquellos episodios en los que una fuerte tormenta le hizo tardar dos días en llegar de Formentera a la isla ibicenca. Una Ibiza en la que Clavijo fue recibido por el Gobernador de Aragón y donde sin duda se encontraría con numerosos catalanes, tras el proceso colonizador que se puso en marcha muchos años antes a partir de la llegada de Jaime I el Conquistador.
Fue precisamente en Ibiza donde nos comenzamos a percatar de los problemas que íbamos a encontrar a nuestro paso. Por motivos de seguridad no se nos permitía aterrizar en Nápoles y teníamos serias dificultades en hacer escala en cualquier aeródromo italiano. La psicosis del Gobierno de Italia tras los atentados de Londres, Egipto y Estambul, afectaron seriamente a nuestro viaje.
Volamos hasta Cerdeña, donde dormimos, para partir a la mañana siguiente y recorrer con nuestra avioneta las Bocas de Bonifacio, cuyo recuerdo permanece tal como Clavijo las describió. Nuestro vuelo, turbulento en algunos momentos, nos llevó a sobrevolar el volcán Estrómboli: una jornada inolvidable, en la que la avioneta sobrevolaba cada vez mas cerca la isla del volcán, acariciando casi con nuestros dedos los humos que de su boca salían sin cesar.
Cruzamos posteriormente el Estrecho de Messina, y, allí, recordamos de Nuevo el esfuerzo que a Clavijo y a los suyos les supuso cruzar dicho estrecho durante aquellas duras jornadas en una nueva tormenta que a la carraca en la que viajaban hubo de hacerse insoportable.
Llegamos a la Isla de Rodas, donde pernoctamos. Allí, Clavijo fue recibido por los Caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, quienes le avisaron de que sería difícil poder encontrarse con Tamerlán ya que éste había desistido invadir Egipto, dado que el Sultán de Babilonia había aceptado ser súbdito suyo. Allí nos encontramos nosotros el lugar donde el Coloso se elevaba en la bocana del puerto, destruido posteriormente por un terremoto y vendidas sus piezas de bronce por un mercader musulmán a un comerciante judío.
Tras pernoctar en Rodas nuestro vuelo fue sorteando, a vista de pájaro, las islas griegas que Clavijo fue recorriendo. Llegamos entonces a Estambul, donde el madrileño se encontró con el Emperador de Constantinopla; el hijo de éste, Micer Illario Genovés, le enseñó la capital de Oriente, llenando de sorpresa y satisfacción los ojos de la expedición castellana. Sin duda se encontraría Clavijo, como nosotros, la Iglesia de Santa Sofía, la Cisterna, el Hipódromo, y tantos hermosos edificios de esta capital que lo fue de un Imperio. En Estambul nos recibió el Cónsul de España, al que le hicimos entrega de la bandera de Madrid. Un acto en el Consulado ponía un hermoso colofón a las jornadas mediterráneas. Además, la entrevista con el cónsul nos hizo rememorar aquellas hazañas de estos embajadores que ahora seguimos. Estambul, cierto, se mantenía bastante vacío; los atentados sufridos, los esperados, han hecho que Constantinopla sufra una notable reducción de su turismo.
Cuando Clavijo partió tuvo que cruzar el Mar Negro, no sin antes sufrir un naufragio en toda regla. Llegó a Trebisonda, como nosotros, si bien en nuestro caso ya en vehículo rodado.
Nos acercamos al monte en el que el YAK-42 sufrió aquel tremendo accidente; allí depositamos un ramo de flores en un homenaje que nos hizo pensar a todos en la soledad de las familias, entre aquellas valles, en aquella Turquía montañosa del noroeste, en aquel lugar en el que se erige un emocionado monumento a los militares españoles en el que se observa a un soldado turco portando el cadáver de un soldado español. En esos momentos nos vimos más pequeños que nunca, como si la soledad del paisaje y el recuerdo de los muertos nos obligaran a mirarnos hacia dentro, en una suerte de introspección que nos vino bien realizar.
Como Clavijo, nos adentramos hacia el sur hasta llegar a Erzincan y Erzurum. En esta última descubrimos una hermosa madrasa del siglo XVIII; posteriormente nos conducimos por territorio kurdo. Llegamos a Doguguayacil, ciudad fronteriza con Irán, poblada por los kurdos. Encontramos tanquetas del ejército turco por las calles, motivo de nuestra sorpresa. Allí en Doguguayacil, conversamos con los kurdos, nos hablaron de su guerrilla, de su deseo de independencia, de sus sueños de tener un Gobierno y un Estado propio. Qué paradoja: mientras nosotros encontrábamos kurdos, Clavijo encontró, decía, armenios cristianos. Pero precisamente los kurdos nos llevaron hasta el monte Ararat, donde Noe ancló su arca: una inmensa montaña de más de cinco mil metros, imponente, sacra para el pueblo del Kurdistán.
Al día siguiente cruzamos la frontera iraní, por el mismo lugar en el que Clavijo encontró un castillo cuyo dueño recomendó a su hijo para Obispo. Nosotros llegamos a Khoy, primera ciudad persa para Clavijo, primera ciudad iraní para nosotros. En Khoy nos recibieron con los brazos abiertos y, pronto, como de forma súbita, se nos acercó una multitud que nos rodeó; de esta salió un joven iraní, el mejor vestido de entre ellos para invitarnos a conocer sus cultos, su comida, sus costumbres. Su amabilidad nos sorprendió, y nos enriqueció conversar con los pasdaran de la mezquita.
De Khoy fuimos a Tabriz, donde pernoctamos y conocimos la hermosa Mezquita Azul que Clavijo no pudo descubrir dado que fue construida varios años después. Allí, Clavijo descubrió el complejo sistema de postas de Tamerlán, cuestión que le ayudó a proseguir su viaje; esta vez, Clavijo y sus acompañantes, viajaban por la noche, con el objeto de evitar las elevadas temperaturas, tal como le recomendaron los enviados de Tamerlán. Nosotros sufríamos cuarenta y cinco grados en el termómetro de nuestro vehículo, recordando que quizás, también, hubiera sido lo correcto viajar de noche.
Hace seiscientos años Clavijo llego a Soltania, nosotros durante este final de julio de 2005. En aquel lugar, la ciudad de los sultanes, Clavijo conoció al hijo de Tamerlán, Miraxa Mirasan, el cual le agasajó, le mostró la ciudad y el camino. Descubrimos un hermoso Mausoleo que sin duda conocería Clavijo, por su altitud y por haber sido construido alrededor del siglo XIV. Un mausoleo que en principio iba a ser destinado a depositar los restos del yerno de Mahoma, el Imán Ali, pero que sin embargo sirvió para enterrar a su constructor, un Sultán Mogol.
Muchas horas después llegamos a Teherán. No descubrió Clavijo en ella la ciudad de catorce millones de seres humanos que nosotros encontramos, ni los siete millones de coches que la colapsan a diario. Fuimos al Bazar, dicen que el más grande del mundo, y a la mezquita Imán Jomeini, donde observamos en su plenitud los ritos y muestras del Islam. Recibidos por el Embajador de España en Teherán, le hicimos entrega de la bandera de Madrid, teniendo entonces con él una larga y enriquecedora comida. Teherán fue una experiencia inolvidable: conversando con los iraníes, los pasdaran, incluso sus mujeres que nos revelaron que su deseo era rechazar el paso de la modernidad porque para ellas era "más importante no perder el alma", a diferencia de otras que nos explicaron “la necesidad de ser iguales a los hombres”. No hay un solo Irán, como no hay un único color a los ojos de nadie.
Tras salir de Teherán llegamos a Damghan donde visitamos la mezquita más antigua del Irán: Tarikhumeh. Siguiendo los mismos pasos de Clavijo cruzamos Bastan y Jagosa, hasta llegar a Neysapur. En estos lugares recibía Clavijo la llamada de los enviados por el Emperador Tamerlán, el cual les pedía que aceleraran su ruta, no teniendo eco sus protestas de cansancio y enfermedad.
Al llegar a Neysapur nos encontramos una ciudad perfectamente descrita por Clavijo; huertos y minas de turquesas. Allí murió el acompañante militar del madrileño, Gómez de Salazar, al que rendimos tributo. Y allí precisamente, en Neysapur, visitamos la tumba del gran poeta Omar Kayyan en la que recitamos sus versos.
Clavijo encontraba ya a su paso tribus tártaras, hasta llegar a Mashad. Nosotros, en Mashad visitamos la tumba del octavo profeta, el Imán Reza, envenenado por el Califa Mamun, en un lugar visitado por doce millones de peregrinos al año. Vimos también la mezquita Azim-e-Gohar-Shad, que comenzó a construirse cuando Clavijo llegaba, dedicada a la mujer (Gohar Shad) del hijo de Tamorlán, llamado Sha Rock. En esta ciudad santa nos recibió un Ayatollahislam y varios Mulah; hablamos de Teología; le preguntamos por la posición del Ayatollah Mustasadej, dado que se trata de un Ayatollah que ha generado una fuerte oposición al régimen y del que Kjomeini precisamente dijo que iba a ser su heredero; nos dijeron que el Ayatollah estaba en Isfaham, pero que ya no le seguían las masas. También en Mashad, como en Teherán, los jóvenes ocupan una parte de la ciudad, digo bien, en la que ellas sustituyen el Chador por un pañuelo de colores que se lo ponen cada vez más hacia atrás.
Abandonado Mashad nos adentramos por la frontera con Turkmenistán. Allí dormimos en una habitación de un lugar inhóspito, en el suelo, sobre las frías baldosas de un refugio.
A las seis de la mañana nos dispusimos a cruzar el Desierto Negro, el Karakoum. Pronto nos llegaron cincuenta y siete grados centígrados. Dormimos en una casa de mala muerte, a cuarenta y nueve grados. Recordamos cómo Clavijo tuvo que albergarse en chacatanes y nosotros refugiarnos en las escasas sombras.
Precisamente por estas tierras Clavijo fue recibido por el caballero Mirabocar, llegó a Ancoi, luego Mashar-i-Sharif, cruzo el Amu-Daria, arribó a Termiz (donde Alejandro venció a Poro), cruzó las Puertas de Hierro, la ciudad natal de Tamerlán, hasta llegar a las puertas mismas de Samarkanda.
Para nosotros cruzar Turkmenistán fue tenebroso. veinticuatro controles militares, la temperatura, el cansancio. Cruzamos el Amu-Daria, el tercer río que nace del Paraíso decía Clavijo, y, por fin, llegamos a Uzbequistán. Tierra de provisión, de gente amable; Bukhara, la ciudad de las mezquitas azules, fue como entrar en la Edad Media, entre callejuelas y niños bañándose en charcas. Precisamente ya en Bukhara nos recibió el alcalde, al que también se le hizo entrega de la bandera de Madrid, para luego ser recibidos por el Rector de la Universidad del Estado.
Dos días después, por fin, entramos en Samarcanda. Nos recibió un arco iris cristalino, una tenue lluvia. Al fondo, el mausoleo del nieto de Tamerlán, a la derecha la avenida Ruy González de Clavijo, al fondo un distrito llamado Madrid, en honor al madrileño visitante. Nos recibió el Alcalde y el Rector, nos agasajaron las autoridades y la prensa, nos emocionó saber que habíamos culminado el camino que tantos años antes, seis siglos, había cruzado un madrileño llamado Ruy. La ciudad capital de Timar el Cojo se hacía sentir abierta y receptiva a una Castilla que de nuevo, tras tantos años, volvía a cruzar sus lares, sus paseos, sus mezquitas, sus recuerdos.

Williamson, W. (2007). Borges. Una vida. Editorial Seix Barral. Barcelona




      Uno pensaba que sobre Jorge Luis Borges se había escrito todo, sobre su biblioteca infinita y su pasión por la lectura, sobre esa búsqueda casi enfermiza de la literatura dentro de la literatura, incluso sobre su carácter taciturno y un tanto misógino que le llevó a vivir enclaustrado en esa biblioteca imaginaria con la sola compañía de su madre y su gran amigo Bioy Casares. Y puede que esto sea así, pero también puede que no lo sea o que no lo sea exactamente como lo he planteado.
            Edwin Williamson nos ofrece en este libro una visión diferente de la vida de Borges. Williamson es titular de la cátedra Rey Alfonso XIII de estudios hispánicos de la Universidad de Oxford y un reconocido experto en Cervantes y en la historia y la literatura argentinas. Entre sus libros figura “The Penguin History of Latin America”.
            En sus más de 600 páginas, este libro hace un repaso de la vida de Borges relacionando la historia de Argentina (y las esporádicas salidas del autor al extranjero durante buena parte de su vida) con su producción literaria y, sobre todo, con sus amores, que fueron abundantes. Este planteamiento ofrece una explicación plausible a la mayoría de sus cuentos, relatos y poemas. La obra de un creador no puede quedar al margen de sus tribulaciones vitales, y Borges no fue una excepción, a pesar de que la mitología que ha surgido respecto a su persona nos haga pensar en un hombre que nunca abandonaba su torre de marfil.
            Borges amó mucho y no fue correspondido la mayor parte de las veces. Desde sus primeros amores de juventud hasta la consagración definitiva al lado de María Kodama, conoció a una gran cantidad de mujeres, y una en concreto le dejó una huella que no fue capaz de borrar: Nora Lange, la gran musa de los escritores vanguardistas argentinos de los años veinte del siglo pasado, la mujer que prefirió a otro gran monstruo de la literatura argentina, Oliverio Girando, ese poeta maravilloso que escribió que nunca podría amar a una mujer que no supiera volar. El efecto de su amor por Nora Lange fue tan grande que es posible que Borges no pudiera desprenderse de él en toda su vida. Desde luego es el leitmotiv de uno de sus cuentos más hermosos: “El Aleph”, y eso que habían transcurrido más de veinte años desde que ella le dijo que prefería a Girando hasta que él se decidió a escribir el relato. En él se burla de un poeta mediocre, Carlos Argentino, mientras que comienza a asistir con asiduidad a la casa de una amiga muerta, Beatriz Viterbo, un trasunto de Nora Lange, pero también de la Beatriz de Dante e incluso de la Dulcinea de don Quijote. Y en esa casa encontrará la esfera que recoge todo el mundo en dos centímetros de diámetro, el mundo que es todos los mundos, el amor que es todos los amores, el número que es todos los números, el aleph, la primera letra del alfabeto hebreo y de los cabalistas.
            Williamson va repasando la producción de Borges, tanto poética como cuentista y ensayista, sin olvidarse de la que pudo ser la gran novela de su autor, “El Congreso”, pero que tampoco pasó de un relato. En estas páginas asistimos al alumbramiento de “Fervor de Buenos Aires”, el primer libro de poemas de Borges, del segundo “Los días y las noches” y de su primera experiencia como cuentista: “La historia universal de la infamia”. Lo que vino después aparece siempre relacionado con la evolución histórica de su Buenos Aires natal, pero también con las vicisitudes políticas, económicas y sociales de Argentina. Y esta visión se completa con las propias lecturas del autor y con sus continuos desengaños amorosos que le llevaron a pensar en ocasiones que la felicidad terrenal era imposible de conseguir, por eso sólo tenía sentido la felicidad espiritual, la que le puedan proporcionar los libros y su papel en la evolución de la literatura.
            En la vida de Borges habrá ángeles como pudo haber árboles, y sobre todo hubo literatura como lector y luego como escritor, y la búsqueda de la amada, más simbólica que real y que al final de su vida pudo recrear tanto en Islandia como en la ciudad de Ginebra.
            Borges ha sido autor de autores, el primer representante de lo que se ha dado en llamar un escritor “postmoderno”. Sin su obra y su persona, las bibliotecas de este mundo estarían mucho más vacías.

Análisis de los capítulos 37 a 39 de la Segunda Parte del Quijote



  • Antecedentes y exposición.
Lo primero que quiero señalar es que no es fácil estudiar separadamente estos tres capítulos del resto. Forman parte de la “aventura” de los dos grandes protagonistas con los duques, verdadero corazón de la segunda parte del libro, hasta el punto de que se han escrito novelas y ensayos sobre la identidad de estos duques -entre los cuales destacaría El diario de la duquesa, de Robin Chapman, publicado en 1980-, y el carácter metaliterario que poseen en la narración en su conjunto.

Es por ello por lo que, aunque mi análisis consiste en analizar los capítulos 37 a 39, dentro de la farsa que nuestros personajes representan en el palacio de los duques, quiero comenzar con una frase que pronuncia don Quijote al final del capítulo 29, justo antes de la aparición de los duques. Al terminar la aventura del barco encantado, don Quijote dice: “Yo no puedo más”. Estamos ante el principio del reconocimiento de su fracaso como caballero andante y la preparación de la farsa comentada. Don Quijote ya no es el que es, como declara en la primera parte, sino un personaje de ficción que es leído por los duques y que cobra sentido gracias a esta nueva situación.

Como es lógico, no entraré en las aventuras que se comprenden entre los capítulos 30 y 35, si bien la historia con los duques se prolonga hasta el 52. Don Quijote se sumirá en el mundo fantasmagórico de sus libros predilectos, mientras que Sancho Panza verá cumplirse el sueño que atesora desde su primera salida al lograr la ínsula tantas veces prometida (Rico, director, 1998, Don Quijote de la Mancha, libro complementario).
A la altura de mi exposición ya se habrán estudiado varias escenas y aventuras, entre las que citaré:
·        El incidente que surge entre Sancho y doña Rodríguez de Grijalba.
·        La contestación de don Quijote a la crítica del capellán contra los caballeros andantes.
·        El desencantamiento de Dulcinea.
En el Capítulo 36 comienza a contarse la “extraña y jamás imaginada” aventura de la dueña Dolorida, alias de la condesa de Trifaldi, junto a una importante carta que Sancho Panza escribió a Teresa Panza. 

  • La historia de la dueña Dolorida.
Tras aclararnos quiénes fueron las personas que interpretaron a Merlín y Dulcinea en el desencantamiento de esta, y la carta que escribe Sancho a su mujer, se inicia la historia de la dueña Dolorida.
Aparecen en escena tres músicos vestidos de negro, que preceden a un personaje de altura descomunal, vestido de luto y con el rostro cubierto por un velo negro que deja entrever una larga barba blanca. Este dice llamarse Trifaldín, el escudero de la condesa Trifaldi, llamada también la dueña Dolorida, y que acaba de llegar del lejano reino de Candaya -entre la gran Trapobana y el mar del sur, dos leguas más allá del cabo Comodín (cabo situado al sur de la península del Indostán, frente a la Trapobana, Ceilán o Sri Lanka)- para pedir ayuda a don Quijote.
Estamos ante una nueva broma urdida por los duques, y que también es típica de los libros de caballerías. Don Quijote no puede decir que no.
Esta historia se desarrolla en cuatro capítulos, aunque el 37 es un breve paréntesis dedicado a Sancho, que critica duramente a las dueñas. La petición de la Trifaldi podría poner en peligro la promesa de la ínsula que le ha hecho el duque, pues don Quijote querría partir en seguida al reino de Candaya, y Sancho tendría que acompañarle.
Don Quijote le tranquiliza, pues no todas las dueñas son iguales. La Dolorida, por ser condesa, pertenece a las dueñas de alta categoría (dueñas de honor), distintas de las dueñas de servicio, de más bajo linaje. En este punto interviene también la dueña Rodríguez de Grijalba, con quien ya había disentido Sancho en el capítulo 31, y defiende a las dueñas criticando a los escuderos a los que considera sus enemigos.
En el capítulo 38 la dueña Dolorida irrumpe en escena de modo aparatoso, precedida de una comitiva de otras doce dueñas. Todas estas mujeres llevan el hábito de las viudas, con un velo. La presentación es lenta, siguiendo el famoso suspense de Cervantes, al que me referiré en el siguiente epígrafe.
Los problemas de doña Dolorida se pueden resumir de esta forma.
La infanta Antonomasia, hija de la reina Magancia y heredera del trono de Candaya, está enamorada del joven don Clavijo, que aunque es un simple caballero ha seducido a la doncella con la ayuda de la dueña. Cervantes deja la historia de amor en este punto y, en una de sus famosas digresiones, nos cuenta la propia historia de amor de doña Dolorida, prendada de don Clavijo. Aquí tenemos una clara similitud con la novela ejemplar: El celoso extremeño, que como es bien sabido también guarda cierta relación con la “nouvelle” incorporada en la primera parte: El curioso impertinente. Es evidente que Cervantes está haciendo metaliteratura continuamente.
Al final de este capítulo 38, la Dolorida vuelve al relato de los amores de los jóvenes, pues la infanta se ha quedado embarazada, lo que llevará a don Clavijo a casarse en secreto con ella, como no podía ser de otra forma.
El capítulo 39 continúa con la historia. El desliz de la infanta ha traído graves consecuencias para todos. Doña Magancia ha muerto, agobiada por la pesadumbre. Durante su entierro aparece el gigante Malambruno, un pariente de la reina que quiere vengar su muerte. Malambruno además de gigante es encantador y se presenta montado en Clavileño, un caballo de madera que reaparecerá en el capítulo 41, para llevar a don Quijote y a Sancho al reino de Candaya y así enfrentarse al gigante. Para vengarse de los dos amantes convierte a la infanta en una “jimia de bronce” y a don Clavijo en un “cocodrilo”, mientras que doña Dolorida y las otras dueñas se encuentran sobre su rostro como venganza con sendas barbas hirsutas, pues han sido cómplices de esos amoríos. Como ya he señalado, los encantamientos sólo desaparecerán cuando don Quijote se enfrente con el gigante.
La historia finaliza en el capítulo 41 con la lectura del pergamino donde se declara en qué consiste el heroísmo. “El ínclito caballero Don Quijote de la Mancha feneció y acabó la aventura... con sólo intentarla”.  

  •    Análisis crítico. 
La historia de la dueña Dolorida y el caballo volador representa la esencia del heroísmo en el Barroco. Lo importante no es que el hecho heroico esté acompañado de grandes proezas y riesgos físicos, sino que hay que transmitir la emoción del momento de la decisión y la belleza de lo esencial. El valor es decidirse a la acción, no la acción en sí (Casalduero, 2006).
Estos episodios se enclavan en la fiesta palaciega de los duques. Todos los miembros de la casa ducal creen que es una broma, por lo que viven la tragedia como si fuera una farsa burlesca, luego su propia vida es una representación. Olvidados de la comedia de la vida, que es una tragedia, se lanzan con gusto a representar lo que son. Están haciendo una verdadera farsa: se creen actores y son hombres.
Analizaré, acto seguido, algunos aspectos técnicos que se observan en estos capítulos y que me han resultado especialmente relevantes.
 
a. Análisis de la realidad social.
El breve capítulo 37 es un buen ejemplo del estudio de tal realidad social, al analizarse críticamente a través del llamado “coloquio dueñesco”. Estamos ante la ilusión realista que tanto utilizará Cervantes. La mala reputación de las dueñas de la servidumbre era un tema tradicional en la narrativa clásica. A estas dueñas se las definía, y consideraba, como ociosas, maldicientes, lascivas y en el papel de medianeras. Cervantes sigue en este sentido la tradición del Lazarillo y otros creadores de ficciones del siglo de oro.
 
b. Importancia del suspense en Cervantes.
A esta técnica corresponde la digresión del narrador sobre el apellido Trifaldi y los otros nombres de la condesa. También la larga serie de réplicas entre la Dueña, don Quijote y Sancho. A mí me recuerda a Sterne y su Tristam Shandy, con las continuas digresiones que utiliza para no “terminar” de nacer “desde el huevo”. Y, por supuesto, también tendríamos la influencia sobre Fielding, Lennox, Graves, Dickens, y un gran número de autores ingleses, pues fue en Inglaterra donde la influencia del Quijote resultó evidente. Peers ha escrito que (con la excepción de la Biblia) el Quijote es la obra extranjera que más profundas huellas ha dejado en la tradición literaria británica (Santoyo, 1983). Y no es de extrañar, pues Inglaterra fue el primer país que mencionó el Quijote, que tradujo el libro, el primer país europeo que lo presentó decentemente ataviado en su idioma original, que señaló el lugar de nacimiento de su autor, que dio a luz una biografía suya, y el primero que publicó un comentario al Quijote e imprimió una edición crítica del texto.
 
c. La técnica del encajonamiento.
Es una variante del suspense, como el hecho de que la historia de la dueña Dolorida se intercale entre la de los dos amantes. Esta técnica es habitual en el Quijote, verbigracia, cuando nos encontramos ante la ya citada historia del Curioso impertinente o ante la del Capitán cautivo. Como tal resultaría complementaria del referido suspense, como si para conseguir éste utilizara una suerte de cajas chinas que van retrasando el final de la historia. Parece claro que Cervantes estaba creando la novela moderna al tener en cuenta métodos de escrituras que se exprimirán hasta la extenuación en los siglos siguientes.
 
d. La parodia de los libros de caballerías y que en estos capítulos resultan manifiestos con elementos fantásticos y maravillosos, como por ejemplo:
- Las metamorfosis de los seres humanos que se transforman en animales (recordemos El asno de oro, de Apuleyo, tan presente en esta obra), lo que deja patente la vigencia de la construcción de las novelas griegas en toda esa catedral maravillosa que supuso la irrupción del Renacimiento, continuada por el Barroco.
- La intersexualidad, con mujeres que tienen barba de hombre, y que también hemos visto en el Quijote en los casos del barbero vestido de mujer de la primera parte y algunos otros ejemplos divertidos.
 
e. El desarrollo del tiempo cronológico. Ya he comentado algunas influencias que se observan en el Quijote. He hablado del Lazarillo, de la novela griega, etcétera. Sin embargo, querría comentar someramente otra influencia que viene de Agustín de Hipona, relativa al tiempo cronológico, como una variante incluso del tiempo psicológico, y que Cervantes desarrollará con maestría. Desde San Agustín el tiempo como sucesión de acontecimientos (lo que es palpable, por ejemplo, en El asno de oro) deja su lugar al cronológico. Las obras literarias se dirigen a Dios, a un señor o a cualquier interlocutor dispuesto a escuchar y recibir el relato de unos acontecimientos. Con San Agustín nos enfrentamos ya ante la base de nuestra actual manera de ver el mundo. Es como si las imágenes que vemos hubieran aprendido a mirar nuestras vidas, en lugar de al revés.

  •   Un caso más de meta literatura. 

He mencionado con anterioridad la novela de Chapman sobre un diario que escribe la duquesa de la segunda parte del Quijote, una joven de alrededor de veinte años que pudo enamorarse de Cervantes.

Chapman es un amante de la literatura del siglo de oro español, y más en concreto del Quijote, y decide darnos a conocer la identidad de los duques que protagonizan los capítulos 30 a 52 de la segunda parte. Lo más interesante del asunto es que incluso nos “demuestra” que doña Isabel, la duquesa, llegó a escribir la historia del caballo Clavileño y de la dueña Dolorida, mano a mano con Cervantes.
       De esta forma nos explicamos que los duques ya conocieran la primera parte del Quijote, pero sobre todo que formaran parte de la segunda al haberla vivido personalmente con el mismísimo Cervantes. La propia Maribel no estará satisfecha con el retrato que de ella hace Cervantes, aunque su mayor problema serán los problemas conyugales con su marido, que es adúltero, y con la poca estimación que ella dice sentir por parte de los estamentos sociales de la época. Chapman se apunta, de esta forma, a la idea de que en el Quijote se hace una encendida defensa de las mujeres, aunque no se puede decir que sea una novela feminista, lo que resultaría anacrónico.
       La vida de la duquesa se prolongará cerca de cuarenta años más, pero ella seguirá recordando al autor del Quijote e incluso al día de su muerte, reivindicándose una fecha distinta de esta muerte a la que todos conocemos.
    
  • Bibliografía citada.
·        Casalduero, J. (2006). Sentido y forma del Quijote. Editorial Visor. Madrid.
·        Cervantes, M. (1998). Don Quijote de la Mancha.  Dirigida por Francisco Rico. Instituto Cervantes. Crítica. Barcelona.
·        Chapman, R. (1983). El diario de la duquesa. Edhasa. Barcelona.
·        Rico. F. (1998). Libro complementario de Don Quijote de la Mancha. Instituto Cervantes. Crítica. Barcelona.
                  ·Santoyo, J-C (1983). Introducción. El diario de la duquesa, de Robin Chapman. Edhasa. Barcelona. 



“Tiempo de silencio”, de Luis Martín-Santos


 La primera comunión de Luis Martín-Santos - Zenda

1. En qué consiste esta “crítica”. 

            Lo primero que haré será esbozar el argumento y los principales personajes de esta novela publicada en 1962, para estudiar acto seguido sus antecedentes literarios, la ideología latente en la misma y los aspectos más destacados de la estructura y el estilo que nos permitan diferenciar entre la técnica subjetivista y la objetivista. Estas dos técnicas tienen cabida, sin mayores problemas, dentro del actual paradigma dominante (con relación a lo que podríamos denominar una concepción “posmoderna” del arte o casi "poscontemporánea), lo que no ocurría cuando apareció Tiempo de silencio, y ocasionó un gran revuelo literario.

 

2. Una pequeña historia dentro de la gran historia.

            Pedro es un joven médico madrileño dedicado a descubrir las causas de un determinado tipo de cáncer a finales de los años cincuenta del siglo pasado. Trabaja en un laboratorio perteneciente a una especie de aburrido y siniestro CSIC. En su cabeza late el mensaje de nuestro Nobel de medicina, de cómo pudo lograrlo trabajando en un país tan poco dado a la investigación, y que, por ello mismo, no valora a sus hombres de ciencia. Pedro se puede considerar un héroe posbarojiano, con un mundo propio constituido por la pensión donde vive, las calles de Madrid que recorre continuamente y sus visitas al prostíbulo y al café bohemio.

Amador es su ayudante, que le presenta al Muecas, un personaje perteneciente al lumpen, y que es el que se encarga de proporcionarle los ratones que tienen inoculado el cáncer que investiga Pedro. El Muecas desarrolla una técnica que consiste en que las mujeres de su familia den calor a los ratones con su propio cuerpo. Ricarda, su mujer, y Florita, una de sus hijas, adquieren un protagonismo destacado a partir del momento en que el médico aparece por su barrio.

Tras las descripciones de la vida cotidiana de Pedro en su pensión y su vida laboral y artística, la novela se sumerge en el chabolismo del extrarradio. En cierto momento se le pide que haga un aborto a Florita (que se supone que ha sido embarazada por Cartucho, el típico personaje achulado del lumpen), pero, cuando está practicando el legrado, la joven fallece. La policía acusa a Pedro de este acto delictivo y, cuando se le va a acusar del homicidio, Ricarda confiesa que su hija ya estaba muerta.

Libre de toda culpa, Pedro se compromete con Dorita, la hija de la dueña de la pensión, pero en un baile Cartucho la asesina. Ante este triste panorama el médico no tiene más remedio que salir de Madrid, en dirección a provincias, como si fuera otra vez un viaje a ninguna parte. En ese momento se “ve” castrado física y mentalmente.

Las últimas páginas de la novela, repletas de la técnica del monólogo interior y el flujo de conciencia son demoledoras.

 

3. Análisis de la técnica y estructura de la novela.

            Martín-Santos es médico psiquiatra, y esto se nota en los temas sobre los que escribe: el amor, la muerte, el dolor, la culpa, el sexo, la soledad.

Baroja es el primer nombre que acude a nuestra mente cuando leemos Tiempo de silencio. En sus páginas late La Busca, y, por descontado, El árbol de la ciencia. Pedro es un personaje tan profundo como Hurtado. Reconozco que el personaje de Baroja me sigue resultando tan entrañable como cuando leí la novela por primera vez, un libro que siempre recomendaré a todo el mundo.

            También toman cuerpo las figuras de Cervantes y Joyce. En su novela Martín-Santos se refiere con elogios al autor del Quijote, y se pregunta cómo es posible que esta novela pudiera ser escrita en un país como España. Con relación al Ulises, tampoco oculta su admiración por esta obra y la considera como la gran novela de la modernidad en lengua inglesa. Y también encontramos continuas alusiones literarias y meta literarias a la Biblia, a la gran literatura inglesa, francesa y alemana del siglo XVIII, a Sastre y Ortega, a las obras clásicas griegas y romanas, a los mejores libros del Renacimiento y el Barroco, si bien en este último caso a veces se dejan caer críticas mordaces. La erudición de Martín-Santos es manifiesta y la utiliza como una técnica literaria más a la hora de hacer evolucionar la historia (Rey, 2005).

En Tiempo de silencio observamos aspectos como la omnisciencia editorial, con juicios explícitos del narrador sobre Madrid, la ciencia y el arte, o la sociedad en su conjunto; y la omnisciencia neutral, con la que se demuestra que el narrador conoce la intimidad de los personajes. También se utiliza, de forma magistral, el monólogo interior. Martín-Santos defendió un estilo culto frente al llano, la dificultad frente a la sencillez, lo artístico frente a lo periodístico, si bien no puede eludir cierto hermetismo en su manera de escribir. Usó el estilo bajo para los soliloquios de Cartucho y los monólogos de Amador, el estilo medio para los diálogos de personajes más cultos, y el estilo elevado para los descripciones del narrador. Se observa un predominio de expresiones latinizantes en la “compositio” de Martín-Santos, con abundancia de prótasis y apódosis, con muchos incisos e hipérbatos, como en la conocida descripción de la ciudad de Madrid, donde se pueden leer hasta 27 prótasis y una apódosis final.

Podemos decir que Tiempo de silencio es un buen ejemplo de novela donde domina la técnica subjetivista. Por oposición a ella señalaré a continuación en qué aspectos principales se fundamenta la técnica objetivista. En este tipo de obras se ha producido la desaparición del narrador, que no se dirige al lector y deja sólo a los personajes en sus aventuras vitales; un patente dominio del diálogo; el hecho de que no exista un protagonista individual claro, y que los aspectos psicológicos no sean relevantes. Todo lo contrario se produce en la descripción de ambientes, con la intención de reducir la trama y los aspectos temporales y espaciales.

Una obra que refleja, perfectamente, la técnica objetivista es Tormenta de verano, de García Hortelano, publicada también en 1962. La técnica utilizada en esta novela reproduce fielmente el diálogo, a través del cual se capta la moralidad (o incluso amoralidad) de unos amigos que veranean en la costa catalana en una colonia de nuevos ricos. El libro se inicia con una situación muy dramática; una joven aparece muerta, desnuda, en la playa. El shock provocado por la aparición llevará a Javier, el protagonista, a una continua introspección y a una revisión de sus valores. La novela transcurre lenta, plácidamente, mostrando el entresijo de las relaciones de las parejas que veranean en la urbanización. El trasfondo del crimen aporta una tensión subyacente leve, pero omnipresente, casi hiperrealista. La resolución del mismo hará que Javier encuentre la calma y que el orden establecido, aunque pleno de hipocresía, vuelva a reinar. Algo similar podríamos decir sobre Dos días de septiembre, de Caballero Bonald, y Fin de fiesta, de Goytisolo.   

 

4. Por qué hay que leer esta novela.

           

Tiempo de silencio es una novela formalmente experimental, pero ácida e irónica en el trasfondo de su denuncia social, no solo de la burguesía y los estratos sociales más privilegiados, sino del sub proletariado de las chabolas, así como de los valores y mitos de una España que evoluciona lentamente hacia la modernidad.

Estos son algunos de los motivos que la convirtieron en una verdadera revolución en el momento de su aparición.

Al componente político (el autor intentó plasmar algunos de sus ideales marxistas) habría que unir el existencial, en la línea de Sastre y Camus, mostrando unos personajes carentes de ilusión, frustrados, abúlicos y degradados.

            Igualmente habría que destacar la visión desmitificadora del paisaje castellano, en claro contraste con el que podían tener los escritores del 98. Es como si Martín Santos buscara criticar al franquismo valiéndose de algunos de sus mitos, en muchas ocasiones demasiado tópicos. Me refiero al origen de la lengua castellana, la mística del Siglo de Oro en alusión a las Moradas de Santa Teresa o las propias alusiones al éxtasis místico, así como al símbolo por excelencia de la España imperial y la dictadura de Franco, el Monasterio del Escorial.

Debido a la condición de psiquiatra del autor, se ha interpretado en clave psicoanalítica el motivo de la “castración” espiritual de Pedro que se alude en las últimas páginas de la novela, lo que contrastaría con el símbolo fálico de las torres del Monasterio. En caso contrario, ¿a qué se estaría refiriendo el personaje cuando insiste en que está capado sin ruido alguno?

De forma textual aparece en sus pensamientos la expresión que da título a la novela, y que resume claramente lo que Martín-Santos pensaba de la situación que intentó reflejar.

 

 5. Bibliografía utilizada.     

Caballero Bonald, J. M. (2002) Dos días de septiembre (1961). Editorial Castalia. Madrid.

García Hortelano, J. (1995). Tormenta de verano (1961). RBA editores. Barcelona.

 Goytisolo, J. (1981). Fin de fiesta (1962). Biblioteca breve de bolsillo, Libros de enlace.

Martín-Santos, L. (2005). Tiempo de silencio (1961). Editorial Crítica. Barcelona.

Rey, A. (2005). Noticia de Luis Martín-Santos y “Tiempo de Silencio”. Editorial Crítica. Barcelona.