miércoles, 30 de marzo de 2011

La tertulia con Lilián Pallares

Mira que me lo paso bien en la tertulia literaria en la que ya llevo más de quince años; sin embargo, la de ayer fue especial. La presencia de la joven poeta colombiana Lilián Pallares resultó sugestiva, por su forma de ser, de hablar, incluso de cantar con cada palabra. Aun así, lo mejor estaba en sus preciosos poemas, caribeños, machadianos, con un homenaje constante a Miguel Hernández, que tanto le gusta., y a la literatura oral que aprendió en su tierra de labios de su abuelo.

Y la última sorpresa ha sido la de esta mañana, despertándome con el DVD que acompaña al libro. Nada está perdido, después de todo, cuando alguien como esta poeta se atreve a comenzar su libro con este sugestivo homenaje a Rimbaud: "Soy quien quiero ser".

domingo, 27 de marzo de 2011

Las mil grullas

El origami es un arte y un entretenimiento que, desde su creación en Japón en el periodo Edo, permite crear numerosas formas animales doblando papel. En Japón, en nuestros días, el origami se enseña en escuelas infantiles y primarias, y entre los modelos utilizados el más famoso y común es el de la grulla, un símbolo de longevidad y paz. El sembazuru es la creación de grullas de papel unidas por un hilo, que se regalan a los amigos y familiares como deseo de una pronta mejoría en caso de enfermedad. Todos los años se reúnen en Hiroshima, en el Parque del Monumento por la Paz, muchas personas para crearlas como deseo de paz. Además, cuando se produce un desastre de gran magnitud, es común hacer llegar las mil grullas a las personas que viven en las zonas afectadas.


Esto es lo que ha ocurrido con el Gran Terremoto de Tohoku-Pacífico, y es lo que se ha hecho durante todo el sábado 26 en el Instituto de Japón.

Después de hacer dos grullas con la ayuda de una monitora, claro, Carmen y yo nos fuimos a tomar un te a la librería café “Tipos infames”. Uno de esos tipos es Gonzalo, "el caballero del bombín", un amigo que se ha leído casi toda la literatura del mundo, a pesar de su juventud. La librería está en la calle San Joaquín, en pleno Malasaña, y se está convirtiendo en una referencia. Se hacen exposiciones, y están todas las novedades literarias.

Tertulia del día 29 de Marzo

El próximo martes 29 de Marzo tendremos en la tertulia del Café Ruiz a la joven poeta Lilián Pallarés, que nos recitará su poesía.


Keynes no puede morir

No es mi intención defender las ideas de raíz keynesiana con relación al aumento de la demanda agregada y la oferta monetaria aprovechando los sucesos de las últimas semanas en Japón o del inicio de la intervención militar en Libia. Voy a hacerlo intentando profundizar en el compartimiento de Europa en el terreno social, tan denostado secularmente por los liberales y conservadores.


La mayoría de los países de la Unión Europea piensan de forma parecida sobre el valor de la Política Social. El paradigma keynesiano y las políticas económicas que dimanaron del mismo fueron eficaces en la búsqueda del pleno empleo en el período comprendido entre la Segunda Guerra Mundial y la crisis de los setenta. A ello ayudaron la bondad del entramado teórico y los condicionantes políticos, ya que los gobiernos occidentales se comprometieron a que tales políticas tuvieran éxito.

Sin duda, no es factible resucitar por completo aquel régimen económico. Para países de medianas dimensiones, aplicar una receta económica de esas características sin tener en cuenta las leyes de la economía mundial es casi imposible. No obstante, en la actualidad se acepta que la democracia es el régimen que posibilita el crecimiento económico, sobre todo porque los policy makers deben seguir los deseos de la mayoría. Incluso los regímenes de mercado libre más radical aceptan que la sanidad, los servicios públicos o las pensiones los debe proporcionar el Estado en su mayor parte.

Por ejemplo, en EE.UU, ningún gobierno, incluido el republicano, se plantearía abolir el sistema “Medicare”, que es un servicio gratuito de sanidad para los ancianos. De la misma forma, en Europa ningún gobierno ha tratado jamás de abolir el Estado de bienestar, incluidos los gobiernos conservadores, quienes han gastado en bienestar tanto como hayan podido hacerlos los socialistas, o más. Han podido intentar que fuera menos atractivo, de disuadir al ciudadano para que recurra a él, pero en realidad no han estado en condiciones de abolirlo por completo. Y es que los gobiernos deben aplicar una política económica que no deprima la producción de riqueza creada por la empresa privada, pero que, al mismo tiempo, provea a las peticiones sociales de la población.

Si hay que fijarse en las diferencias entre los países miembros de la Unión Europea, éstas se originan en los distintos desarrollos económicos de cada uno, y no en sus consideraciones sobre Política Social. En Europa no se pone en duda que el sistema de protección social deba mantenerse para ayudar a todos los que lo necesiten, pero sí comienza a debatirse sobre la forma en que tienen que estructurarse los sistemas de asistencia social, en relación a la cobertura y los fines a aplicar. Junto a ello, cada vez son más numerosas las voces críticas sobre la participación del Estado en este terreno.
La defensa de las políticas sociales, y con ello del Estado de Bienestar europeo, debe ser compatible con la consideración de sus actuales dificultades. Y aunque la crisis del Estado de Bienestar es más bien el reflejo de la crisis económica, así como de un modelo de sociedad mundializada que aún no ha establecido las reglas que impidan los problemas inherentes a esta internacionalización, es preciso redefinir el Estado de Bienestar para que el protagonismo de los sectores público y privado se complemente bajo tres principios: descentralización, socialización más flexible y autonomización.

Por lo que se refiere a la descentralización, los colectivos locales deben asumir más responsabilidades de tipo social y cultural. La socialización más flexible busca desburocratizar y racionalizar la gestión de los grandes equipamientos y servicios colectivos. La autonomización supone la transferencia a las colectividades no públicas (fundaciones, asociaciones, etc.) de la posibilidad de efectuar trabajos de servicio colectivo.

Toda posible solución recae en la creación de empleo, sea en forma de políticas activas, o en otras medidas tanto por el lado de la oferta como de la demanda de empleo. Es prioritario invertir en la sociedad del conocimiento, en las políticas de integración de los marginados y, por supuesto, en el logro de la cooperación entre los Estados miembros. La esencia de Occidente ha sido siempre su capacidad de ponerse en cuestión. A esta ilusión pertenece la propuesta de disociar el derecho a un ingreso de la capacidad de obtenerlo, de volver a hacer visible la pobreza.


(Artículo publicado en el Diario Progresista el 25 de Marzo de 2011)

domingo, 20 de marzo de 2011

Con cariño para Japón a través de Murakami

       Con este artículo quiero rendir mi pequeño homenaje a aquel gran país, y para ello me valgo de mi admiración por Haruki Murakami, un escritor del que ya he escrito más de una vez en este periódico. La literatura de Murakami cambió a partir del año 1995, y tal vez vuelva a hacerlo desde 2011.

       En el año 2002, la editorial Choukoron-Shinsha publicó en Tokio un conjunto de relatos de Murakami titulados: Birthday Stories, que fueron traducidos al inglés en 2004. El libro llevaba una introducción del autor, donde además de explicar los motivos que le impulsaban a seleccionar la colección de historias para su publicación, ofrecía algunos datos interesantes sobre su vida. Este hecho convierte la introducción en un documento que nos permite indagar en las escasas noticias biográficas que existen sobre él. Murakami es un escritor del que no se saben demasiadas cosas, al menos para lo que suele ser habitual en estos tiempos. No suele conceder entrevistas; vive y trabaja en soledad, con la excepción de las clases y conferencias que dicta de forma periódica en universidades de fuera de su país, como Harvard, Princeton, Taft y Hawai. En ese sentido recuerda a Pynchon y Salinger, aunque sin llegar a tales extremos de hermetismo. Como él mismo señala en Birthday Stories, nació en Kioto el 12 de enero del año 1949, dentro de la generación del “baby boom” que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Su padre era hijo de un monje budista y su madre de un mercader de Osaka, y ambos trabajaban como profesores de literatura japonesa. Fue un alumno que pasaba desapercibido en el colegio superior de Kobe. A partir del año 1968 estudió literatura y drama griego en Waseda (una universidad privada de Tokio), donde conoció a su esposa Yoko y se aficionó a la música y el béisbol.

        Murakami ha publicado un ensayo donde expone su afición a correr grandes distancias cada día. En él reconoce que en la primavera de 1978, mientras veía un partido de béisbol cerca de su casa, decidió escribir una novela, y en unos pocos meses tenía terminado Hear the Wing Sing. Su primer trabajo había sido en una tienda de discos (como Toru Watanabe, el protagonista de su novela Norwegian Wood, traducida al castellano como Tokio blues). Antes de acabar sus estudios, que se alargaron durante siete años en lugar de los cuatro de rigor, abrió el bar de jazz "Peter Cat" en Tokio, y lo mantuvo abierto entre los años 1974 y 1982, con algún cambio de ubicación. En 1986, a raíz del éxito de la última novela citada, abandonó Japón para vivir en Europa y América, y regresó a Japón en 1995 tras el terremoto de Kobe y el terrible ataque de gas sarín efectuado en el metro de Tokio por la secta La Verdad Suprema. No podía permanecer lejos de su país después de lo que había ocurrido. Se considera miembro de una generación de supervivientes, enmarcada en la guerra fría donde se inició el rápido crecimiento económico de su país.

        Suele despertarse cada día sobre las cinco de la mañana, y en seguida se pone a trabajar, puntualmente. Un día estaba en su apartamento de Tokio preparándose un café (su mujer dormía) cuando escuchó en la radio que era su cumpleaños. Después de que las noticias anunciaran que el Emperador iba a plantar un árbol y que un barco británico de pasajeros había llegado al puerto de Yokohama, mencionaron a varias personas conocidas que cumplían años, y él estaba entre ellas. Tras los primeros instantes de perplejidad, comenzó a llorar y admitió que no quería cumplir más años. ¿Cuánta gente habría escuchado su nombre?, se preguntó. ¿Quién más cumpliría años ese día? Se dirigió al ordenador y abrió Internet. Ese día también había nacido Jack London, por ejemplo. Es evidente que los cumpleaños no le hacen feliz, sobre todo desde los cincuenta años. “Estos días, cuando conduzco mi coche y pongo mis CD´s en el estéreo, comprendo que me hago mayor, que ya estoy en el siglo XXI”.

        Ahora ha llegado un fatídico 11 de marzo también para su país, y es posible que pronto aparezca otra “Crónica del pájaro que da cuerda al mundo”, la novela que cambió muchas cosas en su forma de escribir.

       (Artículo publicado en el Diario Progresista el 28 de marzo de 2011)

Próxima tertulia

La próxima tertulia la haremos el martes en el Hotel Kafka de la calle Hortaleza. Así que allí nos iremos todos.

El motivo es que la poeta estadounidense Mary Jo Bang (galardonada con el National Book Critics Circle Award 2007 por su poemario "Elegy") visitará España. Por ese motivo habrá una lectura/presentación en Madrid de la edición bilingüe del poemario -traducido y prologado por Jaime Priede y editado en la colección Bartleby Poesía el pasado septiembre-. Será en el Hotel Kafka el día 22 a las 19,30 horas.

lunes, 14 de marzo de 2011

La mujer es inferior al hombre en todas las religiones

        El título de este artículo es una frase pronunciada por la escritora egipcia Nawal El Saadawi durante una entrevista publicada esta semana en El País. Nada más leerla pensé que el problema de la discriminación entre los seres humanos es siempre una cuestión de poder (algo de lo que también he hablado en mis artículos de este periódico). Discrimina el que puede hacerlo, porque considera inferiores a las personas del otro sexo, de otra raza, de otra condición sexual y económica. En Occidente todavía existen diferencias salariales entre hombres y mujeres, y se explota sexualmente a niños, mujeres, extranjeros y pobres.


       Algunas culturas aceptan que la religión únicamente tiene sentido (si es que lo tiene a estas alturas de la historia) desde el ámbito privado, y no puede ser estatal. Es increíble que tengamos que recordar estas cosas, después de lo que escribieron los ilustrados del siglo XVIII o de los libros de Schopenhauer, Nietzsche y otros intelectuales, pero ciertas personas siguen siendo testarudas. Debería recordarse que en la India, los hindúes son personas bondadosas, sencillas, honradas, incluso diligentes, entre otras cosas porque su religión es personal y no una cuestión del estado. Ellos tienen otros problemas, por supuesto, como el retraso económico o el de las castas, que aún influye en sus costumbres a pesar de estar abolido, pero, espiritualmente, son más libres que muchos cristianos, budistas, judíos o musulmanes (como advirtió Pasolini durante su estancia en ese país, y que plasmó en “El olor de la India”). Algo similar apuntó el orientalista Mircea Eliade en su libro “La India”, donde señaló que “casi siempre se olvida que la India conoce, antes que nada, una desigualdad individual, no social. Los hombres son distintos porque distintas son sus energías kármicas”.

       En España (y en Occidente en general), la gran revolución de las últimas décadas del siglo XX la hicieron las mujeres, ayudadas, como es lógico, por acontecimientos importantes como la incorporación de nuestro país a la Unión Europea y los gobiernos democráticos, sobre todo de Felipe González. La independencia económica, la posibilidad del divorcio y el uso de la píldora, la necesidad de una mayor exigencia educativa y cultural…, son aspectos que han ayudado a la independencia de la mujer en nuestra sociedad. Pasolini señaló, refiriéndose a los indios, que sus “santones no son peligrosos”, insistiendo en la desvinculación entre la religión y el estado. En muchos aspectos tendríamos que aprender de ellos (motivo por el que, dicho sea de paso, me he animado a situar mi próxima novela en la India).

Artículo publicado en el Diario Progresista, el 11 de Marzo de 2011.

sábado, 12 de marzo de 2011

La tertulia literaria del Café Ruiz

Para los que todavía creáis en el poder curativo de la palabra compartida, os invito a la tertulia literaria que unos cuantos locos por la literatura mantenemos todos los martes a las 18,30, aproximadamente, en el Café Ruiz, al lado de la plaza del Dos de Mayo, en Madrid.

Allí os encontraréis con novelistas, poetas, pintores, arquitectos, expertos en cine, y sobre todo grandes conversadores.

En este sentido estoy escribiendo una serie de artículos para el Diario Progresista, sobre la Poética de las tertulias literarias. Como decía hace poco, lo importante es compartir. El ejercicio del onanismo intelectual tiene su mérito, pero termina por no ser demasiado gratificante.

(Y unas palabras de cariño para mis amigos japones)

lunes, 7 de marzo de 2011

Los escritores orales, mi última novela


Acabo de terminar mi última novela, un homenaje a mis años "bohemios" y "dorados" de vino y rosas, en las Cuevas de Sésamo y lugares próximos a la plaza Santa Ana. He pretendido hacer un homenaje a la literatura y a todos los que aún creen en la salvación a través de la palabra.

A lo largo de sus páginas aparecen amigos reales y ficticios, así como escenas que pudieron ocurrir o que ocurrieron de verdad. La idea última es que en Internet no está la solución, y que las personas necesitamos vernos, tocarnos, sentirnos y, por supuesto, amarnos.

La economía de la cultura


Se puede vivir sin cultura? ¿La cultura la debe proveer el sector público o el privado? ¿La economía transforma en puro pragmatismo a algo que únicamente debe ser patrimonio del espíritu?

La economía de la cultura genera importantes recursos económicos, rentas y empleo, y es esencial en la regeneración urbana y el desarrollo local y regional. Hablamos de la cultura como suma de las industrias culturales (libro, disco, cine), las artes escénicas (música, teatro, danza) y el patrimonio histórico.
 
Los vértices analíticos de la economía de la cultura pueden estudiarse según los rasgos de los bienes culturales: su carácter adictivo, la demanda de características, los bienes públicos y las externalidades, y la enfermedad de los costes de Baumol.

Con relación al carácter adictivo de los bienes, la satisfacción del consumo cultural crece proporcionalmente a medida que el nivel de cultura es mayor, ya que el gusto es insaciable, y se quiebra el principio de los rendimientos decrecientes. En la demanda de cultura no se requiere el bien en particular, pues la satisfacción se deriva de las propiedades o características de los bienes. Además, como bienes públicos y externalidades no hay rivalidad en el consumo.

La enfermedad de los costes de Baumol hace referencia a que existe un desfase entre los incrementos de la productividad y los costes de las artes escénicas. El sector productivo son las manufacturas y el improductivo las artes escénicas; el primero mejora su productividad gracias a la innovación, las economías de escala y la acumulación de capital, mientras que el improductivo tiene una productividad constante. El aumento de costes tan sólo puede cubrirse con aumento del precio de las entradas o el número de representaciones. La solución es evidente: la intervención del Estado.

Otras soluciones para las artes escénicas en relación a estos costes son mejorar los medios técnicos para incrementar la productividad al atraer a más público, la reducción del personal (tamaño de las orquestas, selección de obras de teatro con menos personajes), el aumento de la explotación de las creaciones artísticas con edición de libros, catálogos, videos y discos, lo que hace crecer las audiencias y mejora el volumen de ingresos, la organización de festivales culturales, utilizando edificios públicos, el aire libre, y la colaboración del sector privado gracias a la publicidad.

Los objetivos de la cultura en las estrategias de desarrollo local y regional contemplan la renovación física y ambiental del lugar, la atracción del turismo, la creación de empleo directo e indirecto, el aumento de la competitividad para atraer a la población, la coordinación de la política cultural con las políticas urbanísticas, económicas, sociales y medio ambientales, y la integración de las iniciativas de financiación tanto públicas como privadas. Los instrumentos van desde la inversión en infraestructuras públicas de bajo coste, y la transferencia de conocimientos desde los centros de investigación y la difusión de la innovación, hasta la contratación de personal especializado y motivado.

Las estrategias pueden basarse, en primer lugar, en la producción, con relación al desarrollo de las industrias culturales, como en las ciudades de Karlsruhe (Alemania) y Sheffield (Reino Unido). En segundo lugar, en el consumo, al usarse las artes para desarrollar y aumentar las infraestructuras turísticas, como en las ciudades italianas de Venecia, Florencia o Pisa. Y, en tercer lugar, en la democracia cultural, que acentúa la importancia de asegurar un acceso y una participación en la vida cultural igual para todos los ciudadanos. Sería el caso de las ciudades declaradas capitales europeas de la cultura.

Lo que tampoco podemos obviar son los problemas con los que nos podemos encontrar, como por ejemplo, las tensiones entre el centro y la periferia; los dilemas ante el desarrollo de la cultura basada en el consumo (que promueve actividades para atraer turismo y comercio), y la producción (que apoya la creación de industrias y empresas culturales); la tensión entre la cultura permanente y la temporal, y la propia tensión que origina el hecho de que vaya dirigida a una élite o a grandes masas.


(Artículo del "Diario Progresista!, publicado el 11 de Febrero del 2011)

Virginia Woolf y la independencia de la mujer (y III)


Virginia Woolf fue una mujer contestataria, llena de contradicciones y ambigüedades, propias de su forma de ser, pero también de su educación y el momento que le tocó vivir, siempre en lucha entre el “deber ser” como mujer y el “querer ser”. Una sensibilidad que volvía al útero materno cada vez que se ponía a escribir, un regreso a la infancia que le servía para encontrarse consigo misma, con sus fantasmas y fantasías, sin dejar de sentir el complejo de Electra, incluso de Edipo, como si Egisto y Clitemnestra, o Layo y Yocasta, siguieran dictando sus sentimientos. “Yo soy una sensibilidad cuando me pongo a escribir”, escribió, y nos dijo mucho más con esa frase que lo que puedan argumentar sus biógrafos a lo largo de cientos de páginas.

En los últimos artículos he analizado, brevemente, su “cuarto propio”. Pues bien, con relación a ese famoso estudio, hace unos años viví una anécdota personal. Era la manifestación que se hizo en Madrid contra la guerra de Irak. Habíamos quedado varios amigos junto a la fuente de Cibeles. Allí había personas de todo tipo, de todas las razas, edades y sexos. La hermana de un amigo se puso a hablar de los cambios que estaba experimentando la mujer española en los últimos tiempos y yo le recomendé la lectura de los libros de Virginia Woolf. La sensibilidad de esta escritora podía cuadrar perfectamente con la suya, y le regalé un libro que llevaba como un tesoro en el bolsillo de mi gabardina: Una habitación propia. Dos semanas después supe que aquella mujer hermosa, sensible y culta se había separado de su marido. Durante la noche de la manifestación contra una guerra injusta y gratuita había devorado el libro de Virginia Woolf; por supuesto que llevaba un tiempo cuestionándose una relación que no funcionaba y que la lectura de un libro no puede impulsar, por sí sola, ninguna medida que permita cambiar de raíz la vida de una persona.

El regreso a la realidad supone siempre un empobrecimiento brutal: la comprobación de que somos menos de lo que soñamos. Vivir la vida que uno no vive es fuente de ansiedad, un desajuste con la existencia que puede tornarse en rebeldía. Salir de uno mismo, ser otro, aunque sea ilusoriamente, es una manera de ser menos esclavo y de experimentar los riesgos de la libertad.

Tras una de sus recaídas “mentales”, Virginia escribió que la sangre estaba volviendo de nuevo a su cerebro; era un sentimiento extraño, como si una parte de ella estuviera regresando a la vida. Todas las voces que solía escuchar, que le decían que hiciera todo tipo de locuras, se habían ido.

La literatura de Virginia Woolf se ha convertido en clásica no porque todo el mundo confiese releerla, lo que podría querer decir que nunca se la ha leído por primera vez, sino porque sus libros reflejan la forma de vivir (y escribir) de muchas personas medio siglo después de su despedida de este mundo. No conozco a nadie que no haya vuelto a leer a Virginia Woolf después de haberla leído por primera vez, Sólo es difícil lo estimulante, y yo estoy convencido – casi persuadido de ello – de que Al faro, La señora Dalloway y Las olas son algunos de los libros más estimulantes de mi vida.

En el grupo de Bloomsbury todos sabían que sólo dos personas podían ser consideradas completamente geniales: Maynard Keynes y Virginia Woolf. El sobrino de ésta – Quentin Bell – escribió del primero que era increíblemente inteligente, tenía una naturaleza sensual, afectuosa, volátil y optimista, que podía resultar muy atractiva. Fue el personaje más grande que Virginia llegó a conocer nunca íntimamente. Yo estoy convencido de que a Maynard Keynes le ocurrió lo mismo respecto a Virginia Woolf, a pesar de que en los últimos años de su vida renegara hasta cierto punto de la visión del mundo que había aprendido de G. E. Moore.
(Artículo del "Diario Progresista!, publicado el 11 de Febrero del 2011)

Virginia Woolf y la independencia de la mujer (II)


Virginia Woolf efectúa en su “cuarto propio” un repaso histórico al papel de la mujer escritora a través de la literatura, así como de su participación como personaje, histórico o de ficción. Siempre ha habido mujeres importantes: Clitemnestra, Medea, Desdémona..., y no sólo en el teatro, sino también en la novela: las mujeres descritas por Proust, Balzac... Sin embargo, ¿la mujer ha sido tratada igual fuera de la literatura? 

Si lo gatos sin cola no van al cielo, se dice la narradora del ensayo de Virginia Woolf, las mujeres que vivieron en el tiempo de Shakespeare, tampoco pudieron escribir como lo hizo él. ¿Si Shakespeare hubiera tenido una hermana llamada Judith, habría podido escribir las obras de su hermano?

Shakespeare aprendió latín en la escuela secundaria, y tuvo la fortuna de leer a Virgilio, Ovidio, Horacio…, y estudiar gramática y lógica. Vivió una juventud aventurera, y se fue a Londres en busca de fortuna después de tener un hijo. Le gustaba el teatro, eso estaba claro. Fue actor, autor, tuvo éxito, y se convirtió en el amo del mundo. ¿Qué hubiera podido hacer su hermana? Sus padres la querrían, faltaría más, pero pensarían en casarla con el hijo de un rico comerciante de la localidad. Como Judith estaría enamorada de la “musicalidad” de las palabras, se marcharía de su casa (pudo haberlo hecho, sin duda), iría también a Londres, querría trabajar en el teatro, pero nadie la contrataría. Lo más que podría lograr sería quedarse preñada de un autor, un actor o un director... Y moriría sin pena ni gloria.
          
Cualquier mujer “artista” en el siglo XVI se hubiera vuelto loca de vivir algo parecido, o incluso se habría suicidado, aunque es posible que también les ocurriera a muchos hombres. A todo ello habría que añadir el sentido de la castidad que tenían que guardar las mujeres en esa época (y en la propia época que le tocó vivir a Virginia Woolf, incluso años después en la época de Franco en España, por poner otras comparaciones).

            Llegamos a uno de los puntos clave del estudio de Virginia Woolf: escribir una obra genial es una proeza de gran dificultad. Todo está en contra de ello: los perros ladran, la gente grita, hay que ganar dinero, la salud falla cuando menos se espera... El mundo no te pide que realices ninguna obra, y tampoco una obra maestra. Si sale, es un milagro. En el caso de la mujer (no el de Carlyle, Keats, Flaubert, asegura Virginia Woolf) estaríamos ante un doble milagro. Ya no sería: “escribe si quieres, que a mí me da igual”, dirigiéndose al hombre, sino “¿escribir, para qué?”, dirigido a las mujeres.

            Poco después nos detenemos (ya en el capítulo 4) en mujeres escritoras que sacaron a la luz el “odio” al poder del hombre, porque tal vez no pudieron hacer otra cosa, como le ocurrió a Lady Winchilsea. ¿Y qué decir de la amiga de Lamb, Margaret of Newcastle, que escribió sobre su situación de intelectual marginada, antes de caer en los brazos de la locura? Así llegamos hasta Behn, un pilar fundamental en esta historia sobre los derechos de las mujeres, una mujer de clase media que se tuvo que ganar la vida con su ingenio, y trabajar con los hombres de igual a igual. Demostró que podía ganarse la vida escribiendo, quizás porque, después de todo, el dinero dignifica lo que es frívolo si no está pagado.

            Jane Austen, las hermanas Brontë, George Eliot..., fueron mujeres que abrieron el camino a otras muchas, algo similar a lo que ocurrió siglos atrás con los hombres que se dedicaban al arte. La primera de las autoras citadas por Woolf, por ejemplo, escribió sin odio, sin amargura, sin temor, sin protestas, sin sermones..., y algo similar le ocurrió a su modo a Charlotte Brontë, otra mujer que tampoco quiso ser encorsetada en su época.

A través de este razonamiento, llegamos a una primera conclusión: las mujeres escriben como escriben las mujeres, no como lo hacen los hombres.

En el capítulo 5, la autora llega a la estantería de los autores vivos. A esa altura del tiempo, las mujeres ya escribían de todo, y usaban la literatura como un arte (casi autobiográfico) que terminaría convirtiéndose en un medio de expresión. Ahora el planteamiento tiene que ser más severo con las propias escritoras que empezaban a dominar tantos terrenos intelectuales. ¿Por qué las mujeres escritoras creaban heroínas demasiado simples, alejadas de complejidades sentimentales? Es evidente que Virginia Woolf no pretendía caer en la “tonta” y gratuita alabanza de su sexo. Sin embargo, tras mostrarse dura con las escritoras, se pregunta qué ha quedado de tantas mujeres que siempre se han comportado como buenas esposas y buenas madres. Los escritores en general deberían admitir que es más interesante profundizar en el alma de los personajes, ya sean hombres o mujeres, que en el de alguien como Napoleón, por decir algo.

Una segunda conclusión interesante para las mujeres escritoras es que deben escribir olvidándose de que son mujeres, intentando llenar las páginas de esa cualidad sexual que sólo se logra cuando el sexo se ha convertido en algo inconsciente de sí mismo.

En el último capítulo del ensayo nos situamos en el 26 de octubre de 1928, un día en que Londres no piensa precisamente en escribir novelas, ya sean de hombres o mujeres, y tampoco en los escritos de Shakespeare. La protagonista reconoce el esfuerzo que ha hecho en los dos últimos días para separar un sexo de otro, con su influencia sobre la “unidad de la mente”. Lo ideal es que los sexos cooperen. ¿La mente tiene también dos sexos, se pregunta, que se corresponden con los dos sexos del cuerpo que necesitan estar unidos para lograr la satisfacción y la felicidad?  

Este razonamiento le lleva a una tercera conclusión, y es que lo ideal es que existan escritores “andróginos”. Coleridge argumentó que las grandes mentes eran andróginas, y ese tipo de escritores son los que apasionan a Virginia Woolf: Shakespeare, Sterne, Keats, el propio Coleridge... La mujer es ser mujer con algo de hombre, y el hombre es hombre con algo de mujer.

Y de aquí saltamos a la cuarta conclusión: lo que hay que hacer es leer y escribir cuantos más libros mejor. Los libros nos sirven para entender el mundo, y da igual que los hayan escrito una mujer o un hombre.

Continuará…

(Artículo del "Diario Progresista!, publicado el 11 de Febrero del 2011) 

Virginia Woolf y la independencia de la mujer (I)


Como mujer, no tengo patria. Como mujer, no quiero patria. Como mujer, mi patria es el mundo entero  (Virginia Woolf) La mujer por fin es independiente, y se ha liberado de las trabas económicas, culturales y sexuales a las que ha estado sometida casi secularmente, al menos en el mundo occidental.
En ese sentido, puede decirse que la mujer ha sido la gran “revolucionaria” del siglo XX, gracias al trabajo de un sinfín de mujeres progresistas que se dejaron la piel durante años para lograr un futuro mejor.

Uno de los ensayos más lúcidos que se han escrito sobre la independencia de la mujer es “Un cuarto propio”, de Virginia Woolf (o “Una habitación propia”, en otras traducciones). La escritora inglesa escribió su estudio en el mejor momento de su actividad creativa, tras alumbrar “La señora Dalloway” en 1925, “Al faro” en 1927 y “Orlando” en 1928, y antes de publicar “Las olas” en 1931. El estudio se corresponde con dos conferencias dadas en octubre de 1928 en la Sociedad Literaria de Newham y la Odtaa de Gritón, y con el paso del tiempo se ha convertido en una declaración de intenciones por parte de su autora sobre lo que entendía por la relación entre las mujeres y la literatura.

Las mujeres de su época (salvo las excepciones como el grupo de “Bloomsbury” al que pertenecía) habían vivido atrapadas en el interior de los asfixiantes contextos económico, político y social construidos por los hombres. Para preparar sus conferencias, Virginia Woolf se sentó a mirar el tranquilo fluir de un río y llegó a la conclusión de que la mujer necesitaba disponer de dinero, es decir, de independencia económica, que era como decir de un cuarto propio para escribir.

Virginia Woolf se inventa una estructura que intenta mezclar la narración con el ensayo, utilizando personajes y lugares concretos. Nos encontramos en Oxbridge y “el yo narrador” se llama Mary Neton o Mary Seton o Mary Carmichael. El arranque del capítulo 1 son los estudios de Charles Lamb, a quien Virginia admiraba profundamente. Y en seguida aparece la idea de la “biblioteca”, con libros de Milton, Tackeray, etcétera, y hacia ella se dirige la protagonista. El primer problema con el que se encuentra en ese lugar repleto de libros es que no puede entrar una mujer, salvo que vaya acompañada por un “felow” o disponga de una carta de presentación. De pronto, ve un gato sin cola a través de la ventana; le parece que, como le ocurre a ella misma, el animal también se está interrogando sobre el sentido del universo. Como en una suerte de epifanía, sale de la habitación donde ha estado escribiendo y viaja hacia el pasado, a un tiempo anterior a la guerra, cuando la gente cantaba feliz mientras charlaba, y citaba versos de escritores como Tennyson y Rossetti. Siguiendo a estos poetas, las cosas que cantan hombres y mujeres son muy distintas, aunque sean igualmente bellas. Los hombres hablan de su destino, su futuro, su camino, mientras que las mujeres lo hacen sobre todo de amor, de un sentimiento que les va a procurar la felicidad. Pasado el tiempo, la protagonista cantará los dos tipos de poemas mientras camina en dirección a Ferham o Headingley.

Tras la guerra, se rompió la ilusión por seguir recitando versos, y los hombres y mujeres empezaron a verse feos. Ése es el momento que elige la protagonista para iniciar una cena frugal en casa de una amiga. Surge una conversación sobre lo difícil que es recaudar dinero para crear colegios femeninos, por oposición a lo fácil que es en el caso de los colegios para varones. Se emiten reproches a la mala educación que ellas han recibido de sus madres, que no les han enseñado, precisamente, a ganar dinero. Se podrían haber conformado con una pequeña herencia, que les hubiera permitido cambiar de tema de conversación para empezar a hacerlo de biología, matemáticas, arqueología, física... Pero no, sus madres no les habían educado para tener esas conversaciones, sino para parir cuantos más hijos mejor, esperar el regreso al hogar del marido y “creerse” felices con esa vida ordenada.
En el capítulo 2 nos trasladamos a Londres, al interior de una habitación como tantas de la época. Vemos un papel encima de la mesa que dice: “Las mujeres y la novela”. Es entonces cuando la protagonista de la historia se pregunta sobre el efecto de la pobreza, lo que le lleva a equiparar a la mujer con el pobre. También se hace otra pregunta: ¿cuáles son las condiciones para crear arte? Las respuestas a las interrogaciones las busca en el British Museum, y hacia allí se dirige.

Ya en la biblioteca de la institución se pregunta por qué tantos libros hablan de mujeres, pero no están escritos por mujeres, sino por hombres, algunos inteligentes, pero otros... Y nos encontramos ante una paradoja: las mujeres no escriben libros sobre hombres. Acto seguido hace una lista sobre cómo vemos los hombres (escritores) a las mujeres. ¿Es verdad que las mujeres tienen cerebro, y carácter? Las mujeres eran sacrificadas, por ejemplo, en ciertas culturas, eran más débiles que los hombres, más atractivas también, por qué... Goethe honró a las mujeres, Mussolini en cambio las despreció.
Los hombres consideran inferiores a las mujeres, pero es para representar mejor su superioridad, algo básico para los que tienen el poder. Si es posible demostrar que la mitad de la población es inferior a ti, es que tú tienes más poder, y te sientes más alto, guapo y maravilloso. La grandeza de tipos como Napoleón y Mussolini viene dada por esa percepción de superioridad sobre los demás.

Continuará…

(Artículo del "Diario Progresista!, publicado el 11 de Febrero del 2011)

Borges, un homenaje a los 25 años de su muerte



Alireza Barban abrió el sobre, sacó la cuartilla y la leyó con preocupación. Era el final de su vida laboral después de cuarenta años de trabajo. Lo de menos eran las manchas de grasa que no salían con el jabón de su madre, ni siquiera con el gel que le compraba Leila desde que se casaron. Después llegaron las niñas, y con ellas un jabón infantil que tampoco había servido de gran cosa. Todos los libros tenían manchas de aceite en la portada y el borde de las páginas, pero a él no le importaba. 
Un día despertó pronto, se quitó las sábanas de encima, se restregó los ojos, se puso las zapatillas, se acercó al lavabo, se afeitó, se duchó, se roció con la colonia que adoraba Leila, preparó el desayuno y llegó al convencimiento de que el Aleph era una historia de amor. Entonces decidió reescribir el cuento desde la primera a la última página, con sus incongruencias y misterios.

El Aleph es el principio unificador del mundo, la salvación a través de la escritura. Una sola página, un sólo poema, un sólo libro bastarían para justificar la vida de su autor, incluso de un mecánico con las manos sucias. (Una vez soñó que le caía encima el motor de un coche y los médicos le cortaban los brazos a la altura de los codos. Y soñó que seguía escribiendo con la boca hasta terminar el cuento. Las manchas de grasa habían desaparecido de los libros. Las hojas olían tan bien que sus hijas aprendían a leer en ellas embriagadas por su seductor aroma. Después lo llevaban en silla de ruedas, entre gritos de alegría, por circos, teatros y palacios de congresos. Alireza se convertía así en una gran atracción, la octava maravilla del mundo sin levantarse de su silla de ruedas).

El mecánico recordó que hacía muchos años que quería escribir algo sobre los ángeles. El Aleph era el signo que usaban los cabalistas para denotar una de las emanaciones de Dios: “Al cerebro..., al primer mandamiento..., al cielo del fuego..., al nombre divino que dice que soy el que soy..., a los serafines llamados bestias sagradas.” El Aleph era Norah Lange, antes y después de saber de su existencia. La mujer mítica (ángel, inglesa e innumerable) prefirió a Oliverio Girondo, quizá porque sólo buscaba mujeres que supieran volar. Sin embargo, Barban no quiso detenerse en esa historia. Al escribir el Aleph pretendía considerar a los ángeles igual que a los árboles, ya que ambos son una realidad del mundo. Así vivimos nosotros envueltos en la emoción, pensó el mecánico.

Y después leyó un poema sufí escrito por Farid ud-dim Attur, el “Coloquio de los pájaros”. Leyó cómo el simorgh, que era el rey de los pájaros, perdió una de sus plumas, y los pájaros decidieron encontrarla, para lo que atravesaron siete valles y siete desiertos y siete mares, que simbolizan las etapas del proceso de purificación (como los siete sellos y las siete trompetas y las siete copas del último libro de la Biblia), hasta que treinta de ellos llegaron exhaustos a una montaña sagrada, sólo para descubrir que ellos eran el simorgh y que el simorgh era cada uno de ellos. Había comprendido que, al sumergirse en el Aleph, podía integrarse en el orden objetivo del mundo. Sentía el Aleph dentro de él y no olvidó que Borges seguía recordando a Norah Lange, aunque conociera a mil mujeres o habitara todas las bibliotecas del mundo. Y escribió que no podía dejar de acudir cada año a la casa de Beatriz Viterbo, y que allí se quedaba cada vez más tiempo. Un día le dijeron que la casa iba a ser demolida. Y supo de la existencia de una esfera mágica que suministraba a quien la veía una visión instantánea del universo. Era uno de los puntos del espacio que contenía todos los puntos, al igual que el simorgh era todos los pájaros que buscaban la pluma mágica en los desiertos, valles y mares. Entonces Barban escribió que la esfera estaba en el sótano de la casa de Beatriz, y no se le olvidó recordar la Comedia de Dante, ese relato de la salvación del alma, el viaje al infierno y al purgatorio en compañía de Virgilio, un viaje al paraíso con Beatriz. En la casa del cuento estaban los dos árboles del paraíso, el de la Verdad y el del Bien y el Mal, pero para Barban sólo había un árbol. De ese árbol habían salido todos los libros leídos con las manos manchadas de grasa. Ahora todo llegaba a su fin, y Beatriz sustituía cada uno de los libros de la biblioteca. El nuevo amor sería la rosa mística, y de sus pétalos saldría la obra maestra que le llevaría al paraíso como si también él fuera de la mano de Beatriz, la del Dolce Stil Nuevo, la de la Vita Nuova. Los místicos invocan una rosa, se dijo Barban mientras reía, un beso, un pájaro que es todos los pájaros, un sol que es todas las estrellas y el sol un cántaro de vino, un jardín y el acto sexual. De todas esas metáforas ninguna le servía para la esperada noche de júbilo. Cuando terminó de escribir, soltó carcajadas que retumbaron en la noche y despertaron a su mujer y a sus hijas, que se acercaron a él lentamente y lo abrazaron con cariño.


(Artículo publicado en "El Diario Progresista", el 14 de Enero del 2011)  

La última novela de Murakami en castellano


Dentro de unos días saldrá a la calle la traducción al castellano de la última novela escrita por Murakami (“1Q84”, que es un homenaje a la famosa novela de Orwell). Con ese motivo, este artículo pretende reflexionar, brevemente, sobre una de sus primeras novelas, “El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas”, que tardó muchos años en ser traducida al castellano, a pesar de ser de las más representativas.

El argumento de esta novela está de suma actualidad en esta época de crisis económica y adelantos tecnológicos.

El protagonista de “El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas” (Tusquets, 2009) es un solitario que se pasa el tiempo soñando con tocar el violoncelo cuando se jubile y viendo películas clásicas norteamericanas, como “El sueño eterno”, “Cayo Largo”, “El hombre tranquilo”, “2001” y “Casablanca”, y leyendo a escritores como Sthendal, Conrad, Hemingway, Turguéniev y Hardy.
Los capítulos pares transcurren en la ciudad del fin del mundo, y los impares en el despiadado país de las maravillas, que no es otro que el Tokio de tantas novelas de Murakami. Las dos historias están narradas por un protagonista sin nombre. En el mundo “real” de la ficción un calculador que trabaja para la oficina central del Sistema (informático del país) llega a un edificio de oficinas en el centro de Tokio y sube a un ascensor que “ni siquiera sabía si estaba en marcha o detenido (…) Aquel ascensor era una caja metálica de un modelo especial fabricado para absorber todos los sonidos” (páginas 14 y 15). Le recibe una joven que viste un traje rosa y unos zapatos de tacón del mismo color, que lo conduce a través de un armario a las cloacas de la ciudad, donde le espera su abuelo, un biólogo experto en fisiología cerebral, filología y teología, y que pretende encargarle un trabajo muy particular. A partir de las estadísticas extraídas de unos cráneos, quiere que efectúe un lavado de cerebro y un “shuffling”. El calculador debe ordenar los valores numéricos e introducirlos en el hemisferio derecho del cerebro de un cráneo. Después de codificarlos y convertirlos en valores distintos, los pasará al hemisferio izquierdo, e imprimirá los datos en papel. En eso consiste un lavado de cerebro.
La Factoría es la organización de los semíóticos, la competencia del Sistema, para la que trabaja el calculador. Los semióticos transfieren al mercado gran parte de la información que consiguen de forma ilícita, y de esa forma aumentan sus beneficios.

Por otra parte, un hombre llega hasta El fin del mundo, y en seguida tiene que dejar al guardián de la ciudad su sombra y sus recuerdos. La textura de esa historia es distinta, aunque poco a poco terminará confluyendo con la otra. Ese hombre recibe el encargo de leer sueños a través de los cráneos de los animales almacenados en una biblioteca. Pronto se sentirá atraído por la bibliotecaria, al igual que el calculador de la otra historia con la encargada de la biblioteca donde acude para conocer el origen de los cráneos.

El código epistémico es una de las bases argumentales del libro. ¿Los unicornios sólo existen en la mente del calculador? Es la disyuntiva entre realidad y ficción, pero también entre lo mimético y lo antimimético. Así, el guardián de la ciudad marca los ojos de los visitantes para poder leer cráneos en la biblioteca. Al terminar su trabajo, la herida cicatrizará por sí misma, porque tan sólo representa la marca del lector. La única restricción es que con esos ojos no puede mirar el sol. “Me pregunto, si hace tiempo, no habremos vivido todos en un lugar completamente distinto, si no habremos llevado todos una vida completamente diferente. Y si, por una razón u otra, estas vivencias no se han borrado de nuestra memoria y vivimos ignorándolas” (página 54).

Tanto los huesos, como la cavidad de la frente, le provocan una sacudida en su corazón, como le ocurrió al ver el rostro de la chica. Sin embargo, no puede discernir si es un retazo de memoria o una ilusión causada por una deformación del tiempo y el espacio. Tras acomodarse en la ciudad amurallada, el lector de sueños se reencuentra con su sombra y empieza a hablar con ella. Y ésta le dice que lo siguiente que va a perder es su corazón, y así quedará definitivamente integrado en la ciudad. La bibliotecaria le confiesa que ella tampoco tiene corazón, que nadie lo tiene en la ciudad. El lector de sueños entra en el bosque, otro lugar mágico en los mundos ficcionales de Murakami, y dice: “Las gigantescas ramas de los árboles se extendían sobre mi cabeza tiñendo el bosque de unos tonos sombríos que recordaban el fondo del mar. Al pie de los árboles, asomaban setas de diversos tamaños y colores que parecían fruto de una siniestra enfermedad cutánea” (página 170). También se acerca a la central eléctrica que suministra luz a la ciudad, y allí conoce al encargado de un lugar que es como el cerebro. Poco después, pretende escapar llevándose a su sombra, que está a punto de morir, y se unen las dos historias paralelas. El lector de sueños huye para recuperar su sombra y no perder el corazón (gracias a la ayuda de la bibliotecaria), y el calculador de la historia real podrá librarse de la trama criminal en la que se encuentra envuelto.

¿Existen los dragones, las sirenas, los unicornios? Ésa es la pregunta que se hace en la biblioteca. En el fondo, es la gran pregunta de la novela. ¿Existen tales animales en algún rincón de la conciencia? En lo más profundo de ella, todos tenemos una especie de núcleo, inaccesible para nosotros mismos, y en su caso es una ciudad. La cruza un río y está rodeada por una muralla. Sus habitantes no pueden vivir fuera, sólo son capaces de hacerlo los unicornios. Esos animales absorben, misteriosa y sabiamente, los “egos” de los habitantes de la ciudad y los conducen al otro lado.
¿Les recuerda a algo todo esto?

(Artículo publicado en "El Diario Progresista", el 14 de Enero del 2011) 

Murakami, un autor para tiempos de crisis



Haruki Murakami es, actualmente, el escritor japonés más leído y traducido en el mundo. No es cuestión de comparar la calidad de su obra con la de los grandes escritores japoneses de la historia, como Oê, Mishima, Kawabata o Tanizaki (incluso un clásico como Soseki, del que se están traduciendo últimamente todas sus novelas al castellano), sino de constatar su vigencia en esta época.
En esta época, precisamente, están aumentando los problemas del espíritu, con personas cada vez más solas, aisladas, dominadas por enfermedades que no sólo provienen del exterior, sino del interior de ellas mismas. Ahí puede radicar la explicación de que cada vez mueran más personas mayores en la soledad de sus apartamentos de las grandes ciudades como París, Londres, Madrid y, por supuesto, Tokio.

¿Cómo extraer conclusiones sobre el arte en general, y la literatura en particular, si lo que está en cuestión es el comportamiento del ser humano en sus manifestaciones más cotidianas de la vida? Están aumentando las consultas a los psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas, las sectas religiosas han resurgido de sus cenizas, y se producen atentados sobre personas inocentes que no han hecho daño a nadie y que suelen tener raíces aparentemente incompatibles, económicas y religiosas.

En momentos así suele triunfar la literatura de la soledad y el desamor, la literatura del aislamiento, con personajes que buscan, desesperadamente, que alguien los quiera, que los desee, que los escuche tan sólo unos segundos que justifiquen su existencia. Unos personajes que se encuentran al borde del abismo, y que piden a gritos que alguien les eche una mano y les impida saltar para terminar de una vez con su sufrimiento. Ante una situación de caos, tanto físico como psicológico, se necesita más que nunca una literatura que sirva para unir a los seres perdidos del planeta.

Murakami no suele tratar, aparentemente, los temas tradicionales de la cultura japonesa. En una primera lectura, no se observa ese exotismo característico de muchas culturas alejadas del canon occidental. Más allá de las fronteras geográficas y culturales, cualquier lector consigue asimilar sin problemas su mundo narrativo. Sin embargo, tras una relectura comprobamos que el sentido de lo espiritual y de la estética de Japón impregna la mayoría de sus páginas, desde la llamada energía vital (ki), pasando por el concepto de sinceridad de los sentimientos (makoto) y llegando a la intensidad de esos mismos sentimientos (mono no aware).

Una estrategia que sigue Murakami para “globalizar” sus textos es dotar a sus personajes de un contenido mítico. Por poner unos ejemplos, La caza del carnero salvaje relata la búsqueda de la eterna juventud por parte del protagonista de la historia, de su amigo el Ratón y del mafioso que busca salvarse del cáncer que le está corroyendo por dentro. Nos encontramos inmersos en el mundo mítico del santo grial, pero atravesado por la idea de mundo híbrido. Algo similar puede decirse de Kafka en la orilla, donde Murakami mezcla (entre otras cosas) dos personajes que son mitos y arquetipos a la vez, uno literario y otro real: Edipo Rey y Franz Kafka. El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas es una obra cargada de un discurso narrativo claramente basado en la tipología de los mundos posibles. Al sur de la frontera, al oeste del sol es una reflexión sobre el pasado, presente y futuro de Japón, algo que también puede decirse de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, además de ser la historia de unos personajes que viven en el mundo de lo “real maravilloso” o de Sputnik, mi amor, After Dark y Baila, baila, baila.

Sus personajes hablan con gatos y dibujos animados, las quinceañeras se inmiscuyen en tu vida y desaparecen cuando menos lo esperas, los carneros salvajes tienen estrellas en el lomo, se apoderan de tu cerebro y están a punto de volverte loco. Y lo mejor es que puedes habitar varios mundos a la vez (como el personaje de Lewis Carroll) y pasar de unos a otros a través de los pasadizos que te brindan los textos de la literatura. Lo importante es que el efecto repercusión de las novelas de Murakami se mantiene en el interior del lector, y le convence de que ha estado leyendo cosas imposibles, pero verosímiles, como cuando alguien lee cráneos para recuperar los sueños perdidos o su propia sombra. En esos casos, Murakami es un escritor posmoderno que ha entendido, perfectamente, el papel primordial de los actos poéticos, ya que las obras de ficción son objetos culturales.     

Los personajes de Murakami viven en su época, con las ventajas e inconvenientes que esto supone, y representan los miedos, frustraciones y alegrías típicas del hombre corriente. A veces, se esconden en pozos y cabañas aparentemente abandonadas desde hace tiempo -y acaban atravesando las paredes y las cabezas de las personas mientras les salen manchas en el rostro-, otras, se pierden en bosques mágicos que pertenecen a una realidad paralela. En ocasiones, salen de viaje en busca de sí mismos, o de algo parecido a sí mismos, y visitan ciudades mágicas y bibliotecas que sólo existen en sus conciencias, y que están llenas de unicornios y otros seres fantásticos.

Una de sus grandes obsesiones son los “ritos de iniciación”, ya sea con personajes jóvenes o no tan jóvenes. Es como si dieran vueltas a una adolescencia eterna, en la que no se vislumbra un final. El eterno adolescente es un inconformista, alguien que no acepta las injusticias de la sociedad. Esas personas que retrata Murakami están tan solas como la mayoría de nosotros, como en Tokio blues, un desesperado canto de amor y amistad, donde los personajes no hablan por los teléfonos móviles a todas horas, ni se envían correos electrónicos ni entran en Facebook.
Sólo se quieren tocar, aunque tampoco lo consiguen.

(Artículo publicado en "El Diario Progresista", el 14 de Enero del 2011)

Ser de izquierdas

El otro día mi hijo de 13 años me preguntó qué significaba ser de izquierdas;
me había escuchado hablar de ello varias veces en casa, y quería que se lo explicara. Le respondí que no era fácil resumirlo en pocas palabras, pero que en cualquier caso ser de izquierdas significaba defender una serie de ideas y valores, y que la clave estaba en la evolución que había vivido Occidente en los últimos siglos.


Le dije que el siglo XVIII representó la búsqueda de la justicia equitativa y la libertad de expresión (religiosa y de pensamiento). La idea de ciudadanía civil se plasmó al amparo de los Derechos del Hombre y de las revoluciones de Estados Unidos y Francia, lo que dio lugar al logro de los derechos relativos a la libertad individual, es decir, libertad personal, de expresión, creencias, pensamiento, propiedad y justicia. En Europa se terminó aceptando la laicización de la sociedad, y las referencias a lo divino fueron superadas (salvo en países concretos como España, donde todavía seguimos cuestionando cosas que son obvias).

Le dije también que el XIX fue el siglo del derecho de los ciudadanos a formar parte activa en el ejercicio del poder político. La ciudadanía política se refiere a los derechos que permiten la participación en ese poder: libertad de prensa, de reunión, de elegir y ser elegido, de constitución de partidos políticos y de sindicatos.

El siglo XX fue testigo de la forma en que el derecho de los ciudadanos pudo concretarse en los campos social y económico, con la cobertura de unas condiciones mínimas de educación, salud, seguridad y nivel de vida. La ciudadanía social abarca el conjunto de derechos y deberes civiles relativos al bienestar del ciudadano, tanto en el terreno económico (con los derechos al trabajo, percepción de un salario mínimo, subsidio familiar e igualdad de oportunidades), como en el terreno de la seguridad (derechos a la salud, pensión y protección contra los riesgos laborales).

Mi hijo no comprendió del todo algunas de estas expresiones, y me comentó que se iba a hacer los deberes de tecnología, que en su Instituto le ponen a través de Internet, pero mientras abría el ordenador me preguntó si la crisis económica podía terminar con algunas de esas cosas que le había contado.

(Por cierto, todo esto no me lo he inventado yo, podemos leer a Diderot, Rousseau, Marshall, Todorov, Pavel, etcétera. No dije nada de esto a mi hijo, y le dejé que hiciera sus deberes).


(Artículo publicado en "El Diario Progresista", el 14 de Enero del 2011)

El “Grito” de Munch y el sistema capitalista


El sistema capitalista es el único que ha sobrevivido en un siglo XX convulso, lleno de guerras y totalitarismos, pero eso no significa que sea perfecto. Si, por una parte, estamos más comunicados que nunca, por otra, la sensación de incomunicación también resulta patente. Muchas personas tienen miedo a no verse reflejadas en el espejo de la vida, incluso de que el espejo no exista. El aislamiento y la soledad pueden ser terribles para los que sienten que no tienen ningún control sobre su existencia.

¿Cuál es la explicación a esta paradoja? ¿Quizá que no somos capaces de asimilar tanta información que tenemos en nuestras manos, y sentir que hay un lugar en el mundo para nosotros? Nos sentimos libres, pero a la vez prisioneros. Ya no existe la esclavitud como tal (aunque, ¿qué representan, si no, las cárceles de Guantánamo y de algunos países donde la pena de muerte aún continúa vigente?), pero ha surgido una especie de esclavitud “mental” que lleva a algunas personas al suicidio y a otras a los sillones de los psiquiatras. Ahí radica parte del mundo invisible del que hablaba Kafka en sus relatos, y que es fruto de un sistema económico sin alma y sin corazón.

¿Qué ocurriría si cualquier mañana alguien tocara en nuestra puerta porque nos han denunciado por alguna cosa, y nos metieran en la cárcel? ¿Qué sucedería si no pudiéramos pagar la hipoteca del piso? ¿Y si el banco donde tenemos los ahorros de toda la vida se declarara en suspensión de pagos, o el gestor de nuestro patrimonio nos llevara a la ruina por su desmedida ambición? Y eso que ni siquiera hemos mencionado a los mil millones de personas que malviven con un dólar al día, aunque puedan conectarse a Internet desde el lugar más remoto que podamos imaginar.

A pesar de los avances en todos los órdenes de la vida (por supuesto, positivos), somos incapaces de construir mapas cognitivos que abarquen el mundo por completo y den sentido a la posición que nosotros mismos ocupamos en el mapa. Ya no sentimos placer ante las flores mágicas de Rimbaud ni los torsos griegos de Rilke. Ahora sólo tienen valor los sujetos que han sido convertidos en objetos, y si miramos hacia atrás nos encontramos con el Grito de Munch, que, de alguna forma, representa la alienación, la fragmentación social, la soledad y el aislamiento.

(Artículo publicado en "El Diario Progresista", el 5 de Enero del 2011)