Y se metió en el cuerpo de la actriz María Rodríguez Velasco y escribió una declaración de amor al teatro, ya que ayer fue su día.
(Yo solo puedo añadir que, aunque soy narrador, si tuviera que quedarme
con una manitestación artística como espectador o lector sería con el
teatro).
Ésta
sí es una declaración de amor. No va mucho conmigo hacer este tipo de
exhibiciones en público, pero he pensado que, de vez en cuando, no hace
demasiado daño.
Te quiero, sí, te quiero; porque no me
preguntaste quién era, porque no te importó de dónde venía, ni qué sabía
acerca de ti. Entonces, yo te pedí cobijo y tú me lo diste, a pesar de
mi miedo, de mis dragones y cavernas, de las cicatrices que yo me empeñé
en ocultar.
Te quiero, te quiero... porque crezco contigo,
porque el torbellino que se desata en mí cuando estoy a tu lado me hace
sentir viva, tangible, al mismo tiempo, que etérea e inmortal.
Mis ojos han llorado contigo, mis manos abrazan y acarician, mi boca
escupe y canta, mi piel se estremece, mi risa baila y serpentea, mi
mente cabalga y descubre otros territorios... y yo ya no soy la misma
desde que me lancé al vacío, de tu mano, pero libre.
Tus retos no
son pruebas, sino aventuras repletas de frustraciones y caídas, que me
hacen darme cuenta de cuánto me queda por aprender, de cuán
satisfactorio puede ser el esfuerzo y el superarme a mí misma.
Tú, que nunca te burlaste de ese empeño mío en sentir, en desmenuzar
palabras, en utilizar el cuerpo para expresar. Tú, a quien no tuve que
explicar que, a veces, necesitaba ser otras personas, sin disfraces, ni
histrionismos.
¿Cómo no me iba a enamorar de ti? Eres el antes,
el ahora y el mañana. Eres todas las voces, los murmullos y silencios
del mundo. Nadie te inventó porque tú siempre estuviste ahí. Nosotros
sólo pusimos el escenario, el telón, el maquillaje, el primero, el
segundo y el tercer acto.
Hoy es tu día, dicen. Para mí eres todos los días.
Te quiero, Teatro.