(para Manuel Rico)
El abismo sólo puede salvarlo la palabra. Y eso es lo que hace el poeta (del absoluto). Para él las palabras no son intercambiables. Sólo existe una palabra, y no otra. Lo esencial no es buscar el adjetivo, sino la palabra.
Es la posibilidad de interpretar los silencios, la pelea con el idioma. El fenómeno de la inspiración tiene su precio. El poeta apresa el sentido oculto del mundo. Las palabras tocan el centro de la tierra (que diría Zambrano). Y la pelea es terrible.
Nos encontramos ante un proceso de conocimiento. El poeta intenta “cincelar” la forma (Bécquer), pero no ve el camino. Es la realidad y el deseo de Cernuda. No existe una urgencia de comunicación. Bousoño quería la realidad, pero una realidad interior. Hierro quería la torre de marfil, pero para cambiar el mundo.
Es la pelea entre la fantasía y la imaginación, la realidad y los sueños. En el proceso mental del poeta, incluso el amor constituye parte de su visión interna. El poeta no puede vivir sin escribir, porque en caso contrario esas imágenes le matarían. Si dormir equivale a morir, que diría Shakespeare, sólo la poesía puede salvarle, porque es lo que quedará, lo que pervivirá (algo que no es, exactamente, la pureza de la inmortalidad).
Así nace la voz del idioma, que es la voz de la poesía. No tiene nada que ver con el cronista que se limita a describir lo que ve. El proceso de maduración del poeta que busca lo inefable tiene que ver con lo que no está claro. Los propios poemas sirven para que la poesía madure lentamente. Por eso la realidad sensible no es más que un fragmento de esa realidad.
(Publicado en Diario Progresista el 4 de Noviembre de 2011)
No hay comentarios:
Publicar un comentario