A
este escritor (Madrid, 1964) la literatura comercial le gusta tan poco
como a mí. Por eso lee, como yo, a Nabokov, Beckett, Kafka, Woolf,
Cortázar, Benet, por referirme a escritores que están detrás del primer
relato, "Grafía", de su "Plegaria para pirómanos" (2023) o aparece un
personaje de Shakespeare y otro mitológico en el último de los cuentos,
"Confirmación del susurro". Este libro es un homenaje a la literatura
con un narrador un tanto fantasmal, irónico y caprichoso que a veces se
llama Erizo, el sutil protagonista de todo el libro, o que solo habla de
él en primera, segunda o tercera persona, y que puede ser hombre o
mujer. Ese primer relato busca sintetizar la teoría narrativa hasta la
actualidad, y poco a poco, en cada relato, se va diluyendo tal
narratividad para llegar a un flujo de conciencia que me recuerda al
"Molloy" de Beckett o a los narradores de Pynchon, en buena medida como
prosa poética o algo que se le parece mucho. Llevo varios años diciendo a
quien me quiere escuchar que la literatura es lenguaje y que este debe
evolucionar para que los libros no se mueran de muerte natural. Y Eloy
Tizón lo sabe igual que yo. Lo primero que "busco" en cualquier
escritor, de la época que sea, es si se cumplen las "mínimas"
condiciones de una teoría del texto ficcional (Sotelo, 2011: 32 y ss), aunque este no es lugar para hablar de ellas.
La
teoría textual nos habla de un texto como diégesis, con la idea de
descubrir el comportamiento de los "signos" como estructura y sistema de
análisis. La deconstrucción del sujeto y la realidad, la eliminación
del tiempo y de la historia lineal, la ironía y la parodia intertextual,
el ocaso de la utopía, el pastiche como herramienta estructural, están
detrás de los nueve relatos de Tizón. Como escritor posmoderno rompe las
fronteras que pudieran existir entre la ficción y la realidad, como
sucede en "Anisópteros", una historia tan cinematográfica como
claustrofóbica, que casi parece producto del confinamiento por la Covid
19, insertando como premisa la textualidad ontológica del mundo, donde
el referente es la intertextualidad. La realidad se desvanece, se diluye
hasta convertirse en un simulacro, una nueva forma de percibir la
realidad, una mirada donde se aprecian los procedimientos que definen su
escritura fragmentaria, la hibridación genérica o
la autoficción y de esa manera se plasman a través de diferentes voces
narrativas o simplemente la propia voz del narrador (pienso en "Agudeza"
y "Ni siquiera monstruos" e incluso en "Cárpatos").
Tizón
también sabe que los textos ficcionales los elaboran autores reales que
se valen de los recursos de un lenguaje real y están destinados a
lectores reales, y que estos usan la biblioteca ficcional (por mencionar
el concepto de Eco) donde se conservan los reinos de la imaginación. Se
trata de distinguir entre los textos que representan el mundo (textos
R) y los que construyen el mundo (textos C). Tizón parte de los primeros
para crear y recrear los segundos. Para Doležel (1999: 48), el mundo
real existe antes y es independiente de la actividad textual. Los textos
R son representaciones del mundo real, y proporcionan información
acerca de él en informes, cuadros, hipótesis, etcétera. Los textos C son
anteriores a los mundos, y son actividades textuales que afirman la
existencia de los mundos y determinan sus estructuras. Los textos R
están sujetos a una evaluación de verdad, ya que es posible juzgar si
sus afirmaciones son verdaderas o falsas (Sotelo, 2011: 38). A los
textos ficcionales no les afecta esta evaluación de verdad, ya que sus
enunciados no son ni falsos ni verdaderos. En este último aspecto,
Doležel reconoce que la semántica de los mundos posibles toma prestado
de Frege el modelo de doble lenguaje, aunque se aleja de él respecto de
la referencia ficcional, ya que la semántica ficcional concede
referencia al texto ficcional. Y por ahí se me cuela la araña del último
cuento de Tizón, la Baby Jane de "El fango que suspira" o las virtudes y
los pecados, casi como personajes, de "Mi vida entre caníbales".
Supongamos, por ejemplo, que alguien sostiene que "Emma Bovary se
suicidó". La oración es la formulación de un suceso (Doležel, 1999: 53).
Se sabe que Flaubert escribió el texto y ahora un lector establece la
formulación. No sirve de nada preguntarse si el texto es falso o
verdadero, y si dice la verdad. Tiene que asumirse que antes de él no
existía el mundo de Emma Bovary, y no se podían asignar valores de
verdad. Sin embargo, resulta lógico hacerse la pregunta de si la
formulación es falsa o verdadera.
La
felicidad del narrador que se dirige a Marianne puede ser "impar" tras
saber que se encuentra mejor cuando está solo, y no tengo inconveniente
en creerlo como lector. Después de todo ya he entendido en la página 122
de este último libro de Tizón que "cuando no se entiende algo lo mejor
es hablar hablar hablar" y en la 13 que nada más sumergirme en esta
breve historia de la literatura "nada es del todo real hasta que lo
escribes o lo dibujas".
Y
como a Eloy Tizón se le ha vuelto a aparecer la musa terminé de leer su libro en un
café de Malasaña que me gusta mucho y me saqué la fotografía.
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Citas:
- Doležel, Ludobil (1998), "Heterocósmisca. Ficción y mundos posibles", Madrid, Arco Libros, 1999.
-
Sotelo, Justo (2011), "La semántica de los mundos posibles en la novela
de Haruki Murakami", Tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense,
419 p.
- Tizón, Eloy (2023). "Plegaria para pirómanos", Madrid, Páginas de Espuma, 190 p.
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