Tras
leer “Un hombre que se parecía a Al Pacino”, reconozco que es difícil
intentar ser justo con Justo. Primero, porque, pese a no conocerlo en
persona, ha sido de los pocos, si no el único escritor reconocido, que
se ha hecho eco de mis novelas, hasta el punto de invitarme a presentar "Turileda"
en su famosa tertulia de los martes. Y segundo porque hace años que
cada mañana me desayuno con su columna, de la que se nutre este libro,
por lo que casi todos sus capítulos, claro,
me suenan. No voy a decir que estoy deseando levantarme para
encontrarme con Justo en Facebook (al menos de momento el mundo me sigue
inquietando lo suficiente como para seguir saltando de la cama), pero sí que
leo sus posts, además de con una sonrisa que me congracia entre legañas
con la humanidad, con una voracidad cultural de alumno aplicado. No
solo me ha descubierto a Mahler (ahora banda sonora obligada de mis
devaneos de escritor), sino también a otros músicos, escritores y
cineastas de los que no tenía referencia, o muy desvaída. Y eso por no
hablar de nuestra mutua pasión compartida por Picasso, la bohemia
parisina y Fernando Zóbel.
Justo
Sotelo es, lo quiera o no, un genuino “influencer cultural”. Es decir,
alguien que, arropado por unos conocimientos culturales que, lejos de
ser impostados, cimentan su personalidad, es feliz compartiéndolos,
convencido de que “el artista… siempre buscará la belleza, sea en
Venecia o en su propio corazón”. Y, además, y por mucho que huya de la
encorsetación en géneros (“Poeta en Madrid”, su última obra, es un buen
ejemplo), resulta que ha inventado uno, el justismo, que podría
definirse, en este mundo virtual de las redes, como la sublimación
humanista del postismo, no tanto por su periodicidad como por su
coherencia temática (la cultura y el positivismo, ese “siempre miro la
vida como una novela” tan adictivo como necesario en este caos mundial
actual) y estilística (una prosa directa, cuasi periodística, que “fluye
como el agua de un río”).
De
Justo me interesa tanto lo que dice como la forma y el tono en que lo
dice. Y eso por la sencilla, y tan rara, razón de que tiene mucho que
decir. Tanto que a veces puede parecer, para un recién llegado a su
universo tan particular, un tanto exhibicionista, como dando la razón a
los que de jovencito le consideraban “extravagante o excéntrico” por ir
siempre con un libro en la mano y decir cosas raras. Si ser extravagante
o excéntrico es pensar que “hemos venido a este mundo a ser felices y
hacer felices a los demás” y, lo que es más grave aún, a practicarlo,
utilizando ese don para saber transmitirlo a los demás escribiendo, viva
el exhibicionismo.
No
solo felicito a Justo por ser injusto con nosotros sus lectores, pues a
cambio de nada nos regala a cada café con leche esa capacidad de
hilvanar todas las artes con la naturalidad de un sastre del alma, de
hacernos ver que no dejan de ser una actitud ante la vida, sino que me
atrevo a sugerirle que extienda ese magisterio a los más jóvenes, que
tan necesitados están de sus conocimientos y su empatía, expandiendo su
capacidad de influencia por otras redes (pienso en Tik Tok, por ejemplo,
o hasta en Youtube).
Y le deseo que siga, por nuestro bien, siendo siempre ese bohemio que solo cena queso, uvas y una copa de vino (quién pudiera).
Una crónica bella y atinadísima de Pedro Saugar sobre una persona especial, libre, generosa y que pone, además, toda su sabiduría polifacética al servicio de sus semejantes.
ResponderEliminarSuscribo la definición de Justismo y la de influencer cultural. Certificó el hecho de que, cada mañana, abre una ventana a la ilusión, al conocimiento y a la fraternal convivencia de todos quienes le leemos.
Justo Sotelo es un embajador de cultura y libertad.
¿No es esa, también, una maravillosa forma de amar?
Gracias Pedro. Gracias Justo
Miguel Ángel, tú también abres ventanas al mundo. Un abrazo, poeta.
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