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martes, 25 de junio de 2024

"Eres un sibarita".

A lo largo de mi vida me han llamado de todo. Desde extravagante y excéntrico con 16 años solo porque llevaba libros en los bolsillos de la chaqueta, pensaba por mí mismo, escuchaba a Mahler y jugaba al tenis en la Ciudad Universitaria de Moncloa (además de bañarme en su piscina), hasta pijo intelectual, jipi a lo Berkeley, santo laico, yuppie triunfador, espíritu independiente y libre, judío neoyorquino, romántico apasionado y empedernido, Bobo (bourgeois bohemian) o viajero incansable. Ayer Juan Murillo Castillejo me llamó sibarita por aquí, y recordé entonces que Síbaris fue una ciudad del golfo de Tarento, en Italia, célebre por la riqueza y el refinamiento de sus habitantes. ¿Escuchar la maravillosa Sexta sinfonía de Mahler, como hice ayer hasta tres veces seguidas, será tener un gusto refinado? ¿O irme hasta la Universidad de Letras de Lleida para hablar de mi Pacino, como en esta fotografía de hace poco?
 
En esta versión de la Sinfónica de Galicia, el andante va en segundo lugar, en lugar de en tercero. Es una sinfonía con forma sonata, y Mahler se inspiró en un viaje por los Dolomitas. En esos momentos era feliz con Alma, y es lo más parecido al humanismo renacentista que he encontrado entre los siglos XIX y XX. En algunos lugares la obra raya el límite de la tonalidad con la utilización del cromatismo progresivo. Esto apunta claramente a la Novena sinfonía (mi obra favorita del compositor, y también de Bernstein), en la que Mahler finalmente dejó atrás el espacio tonal y encuenta su camino hacia la trascendencia de la música:
 
(Por cierto, mirando la foto me veo algo de barriga; voy a tener que dejar de comer pasteles y beber champán).
 

 

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