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martes, 18 de junio de 2024

"Milagros López o la seducción de las metáforas".



Me gusta leer mientras paseo, lo que también hago cuando estudio. Así me he pasado la vida, paseando y estudiando a la vez por las calles de medio mundo. Ayer por la tarde llevaba en la mano, por las calles del centro de Madrid, el último libro de poemas de la filóloga inglesa y profesora Milagros López (Murcia), y lo terminé de leer en un pequeño y umbroso jardín romántico del Madrid de los Austrias mientras Alfredo Kraus me cantaba al oído "Bella enamorada", de "El último romántico", y me acordaba de los nonos, aquella pareja de amigos míos, homosexuales, que seguían a Kraus por todos los teatros de ópera del mundo y convertí en personajes de mi novela "La paz de febrero" (2006). Milagros López ya estuvo en nuestra tertulia "on line" hablándonos de su última novela, "MM2033: casi una distopía", que, por cierto, se cita en la novela que he reseñado hace poco, "En el fondo, un crimen", de Idoia Arbillaga, aludiendo al Mar Menor. La fotografía es de ellas dos el otro día en Cartagena, donde se han presentado ambos libros.
 
Milagros López ha escrito un libro de poemas con el título de "Aula" (Tigres de Papel, 2023), donde cada uno alude a un alumno desde su mirada de profesora y sobre todo desde el lenguaje, es decir, desde la literatura. De eso también se ha apercibido en el prólogo la poeta Dionisia García (Fuente Álamo, Murcia, 1929), una de las glorias vivas de la poesía española, a la que dediqué un texto hace un tiempo, cuando dice que "en poesía interesa más el cómo se expresa que el contenido", aunque lo matizaré más adelante. A mí me parece que esto es aplicable a cualquier arte, que, en el caso, de Milagros se justifica en el propio lenguaje, como ya observé en la novela que he citado más arriba y que me recordaba a algunos de los mejores novelistas de ciencia ficción. En este libro de poemas he pensado en Lope, Góngora y Lorca, al quedarme deslumbrado ante la profusión de metáforas puras e impuras de cada poema, sobre todo en sus arranques. Con las metáforas puras los términos quedan entrelazados o igualados; por ejemplo, "la llama que latía en su pecho se apagó". Las metáforas impuras, por su parte, son aquellas en las que tanto el término imaginario o "vehículo" como el término real o "tenor" aparecen en la metáfora de manera explícita.
 
"El cobra" (pp. 30-32).
 
Su sangre gota a gota,
rompe mi camisa blanca;
tiembla su puño
bajo mi mandíbula.
 
Le llaman el cobra.
 
Silencio, tensión de lápices detenidos,
se acelera el pulso del aula
tras las miradas de tiza
lluvia de vidrio
y una alfombra de cautela
ante el rojo veloz (...)"
 
"Mónica" (pp. 38-39).
 
Mónica no habita el suelo que nos define.
Mónica, paisaje Down en la mirada,
enrosca insospechados
quince años a mi cintura.
Yo explico chocolates
que ella nunca probará.
Grita Te quiero
y el tumulto se acalla.
Arrastro esa pureza hasta el asiento.
A su lado, en cuclillas,
desciendo un piso,
viajamos en la geometría del color
de esta lengua paralela
que no puede articular,
y, de verme tan abajo,
se me enrosca de nuevo.
 
Mónica sube una escala,
se enamora,
celos en el trayecto
hacia una compañera,
en cruz me interpongo,
freno su furia
y confiesa
el mismo ocre que emborrona
nuestros días de amor".
 
Leo todos los nombres de los poemas, de sus alumnos, y me pongo en su lugar, ya que ella sabe igual que yo que la palabra que más nos gusta a cada ser humano es nuestro nombre, ese conjunto de letras que nos dieron nuestros padres cuando nos engendraron con amor, una manera de agradecerles el milagro del nacimiento y ese amor: Nerea, Sara, César, Teresa, Marina, Ismael, Lázaro, Carmen, Pablo, El cobra, María, Antonio, Rosana, Mónica, Alicia, Marta, Laura, Roberto, Kaoutar, Vidal, Marisa, Leonardo, Jonathan, Vanessa, Sandra, Ikram, Curro, Alejandra, Manuel y Adriana. 
 
Y me viene a la cabeza lo que aprendí de los dos grandes teóricos de teoría de la literatura a través de mi maestro Antonio García Berrio. Me refiero a René Wellek y Austin Warren y sus ideas sobre la sustancia interior y la sustancia exterior de un poema. Tengo la sensación de que únicamente una maestra que ama la enseñanza como Milagros López es capaz de escribir un libro como este, donde es importante la forma, pero también el fondo. 
 
Supongo que Louis Armstrong estaría de acuerdo conmigo, y se tomaría un café para celebrar la mañana y todos los nombres de los niños de este libro, como hago yo mientras termino de escribir:
 

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