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sábado, 12 de octubre de 2024

"Algunos jóvenes también leen".


 
Confieso que me canso de escuchar siempre lo mismo. Nuestros jóvenes no leen, ni en papel ni de ninguna manera. Es obvio que Internet y la IA lo ha cambiado todo, pero hay cosas que no van a cambiar nunca. Si un niño ve leer a sus padres, es muy posible que él también lo haga de mayor.
 
El otro día uno de mis alumnos estaba leyendo en un descanso "La Gaya ciencia" de Nietzsche (he buscado la edición de 1967). Me dio alegría y me puse a charlar con él de este filósofo. Le recomendé que después lea "El nacimiento de la tragedia", "Ecco homo" y "Así habló Zaratustra", que yo leí en torno a los 20 años. 
 
Mis "veranos" de la niñez y la adolescencia son los veranos de las óperas de Wagner en Bayreuth. Es como decir que también fueron los veranos de Nietzsche, aunque aún no hubiera leído ni entendido los libros que he citado más arriba. Desde luego fueron los veranos de "2001: Una odisea del espacio", de Kubrick, que vi por primera vez a los 9 años, vestido con un traje de terciopelo y un lacito, y no entendí nada, salvo que estaba ante algo diferente a lo que podía verse en la España de aquella época. Tampoco había leído todavía las dos epopeyas de Homero, ni la de Leopold Bloom a lo largo de un solo día por las calles de Dublín y que terminé leyendo durante muchas tardes en la cafetería del Trinity College. Es esa manía de irme de viaje y no ver casi nada, salvo sentarme en un lugar donde pudo estar sentado Joyce para leer antes que yo y después escribir "Dublineses", "El retrato del artista adolescente" y "Ulises". Wagner creó la obra de arte total, y Nietzsche fue su amigo. Con ello en su Zaratustra se refiere a los "tres estadios de la evolución", que se inicia con el hombre primitivo, pasa por el hombre de nuestros días y llega hasta el superhombre (es la conocida metáfora del camello, el león y el niño), algo que tuvieron en cuenta Kubrick y Clarke para escribir el guión de "2001" en el hotel en el que se reunían algunos escritores de la Generación beat. Los jóvenes que leían a Kerouac y Burroughs acudieron en masa para ver la película. El viaje a la Luna y más tarde a Neptuno comenzaba con la conocidísima música de Richard Strauss, totalmente wagneriana. 
 
Ahora me tomo un café, la escucho y vuelvo a tener 9 años y vestir un traje de terciopelo y un lacito, como cuando mis padres me llevaron a aquel cine con mi hermano:
 

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