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lunes, 25 de noviembre de 2024

"Bruckner y yo".


 
¿Dónde me encuentro feliz y a mis anchas? Exactamente. Sé que durante la próxima hora y media tan solo voy a escuchar música, la mejor música de la historia, la pura abstracción de la belleza. Es la unión de la sintaxis y la forma, el valor que posee la sinfonía clásica encarnada en el espíritu de Schubert, Berlioz, Beethoven y Haydn, la atmósfera sonora de una catedral, la aspiración mística, el eco de los recursos técnicos y acústicos que me recuerdan al órgano, el ascetismo religioso, la ortodoxia contrapuntística, los estilemas de ritmos arcaicos y de danza, la modulación como elemento narrativo generador, los temas desencadenantes de la forma, los ostinatos que actúan como catalizadores de la tensión, las repeticiones que ensamblan la estructura. Bruckner vivió el mismo tiempo de Wagner y Brahms, y se inclinó más hacia el primero. No obstante su obra es intransferible, singular, irrepetible, inconmutable. Y luego que si se lo apropiaron los nazis y que si nunca estuvo seguro de la magnitud inmensa de lo que había logrado crear. En 1934 el director alemán Wilhelm Furtwängler dijo que su música era un "elemento necesario para el hombre alemán de hoy" (Antón Bruckner, Sonido y palabra. Ensayos y discursos (1918-1954), Acantilado, 2012), como recuerda Alberto González Lapuente en el programa de mano que leí ayer por la mañana en el Auditorio de Príncipe de Vergara antes de escuchar a la Orquesta Nacional de España dirigida por el alemán David Afkham. Furtwängler también habló del "mito de la violación" (Notebooks, 1924-25, Quartet Books, 1995). "No me interesa el Bruckner literal, dijo, el Bruckner de los escribas y fariseos, sino el Bruckner auténtico". 
 
Y este lunes escucho de nuevo el final de la Quinta, desde Australia, con la Bruckner Orchestra Sydney, dirigida por Max McBride:
 
Y pienso que hoy Bruckner continúa resultando esencial, pero para los hombres y mujeres universales. 
 
Su música es eterna y yo soy testigo de ello.

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