Ayer me bañé con ropa (en la segunda fotografía) entre "La bañista" (1925), de Mateo Hernández (Béjar, 1884-Meudon, Francia, 1949), una escultura que se relaciona con dos de las principales tendencias del período de entreguerras, el art déco y la Nueva Objetividad, y las "Bañistas", óleo sobre lienzo de Aurelio Arteta (Bilbao, 1979-Ciudad de México, 1940). Al leer dónde había nacido Mateo Hernández, me acordé de mi amigo Antonio Zaballos y una conversación con él en la cafetería del museo. El autor es su propia obra, le dije. Mi intención es cambiar el mundo con cada novela, terminar con él si es preciso, buscar otro lenguaje, otra manera de comunicación. El mundo no se detiene y por eso los escritores tampoco podemos hacerlo. Después Antonio me hizo la primera foto tumbado en uno de los sillones de la cafetería, empeñado en hacer conmigo una composición al estilo de Braque o de Picasso, un bodegón que se podría llamar, por ejemplo, "Paisaje con figuras" o "El escritor que se quedó dormido mientras le sacaban fotos en un museo". Lo que yo quería era echarme la siesta en cualquier lugar, porque estaba cansado de dar clase. Nunca me ha importado dormir donde sea, y menos todavía en un museo de arte contemporáneo, el arte de mi época, rodeado de cuadros y de gente. Si tuviera que elegir un museo para dormir la siesta siempre elegiría el Reina Sofía, no solo porque ahí he visto películas de arte y ensayo, performances, apuestas arriesgadas por lo actual e incluso por el futuro -además de escribir varios fragmentos de mis novelas-, sino porque no me importaría dormirme un rato al lado de Picasso, Miró, Calder, Saura, Ángeles Santos, Kandinsky, Dalí, Hamilton, Pape, Gris, Solana, López, Jacoby o Carl André.
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https://www.youtube.com/watch?v=D6mFGy4g_n8&list=RDD6mFGy4g_n8&start_radio=1
Hay una cosa que se llama la alegría de vivir.
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