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lunes, 21 de octubre de 2024

"Amor de domingo".

 

Mis alumnos me preguntan a veces si es verdad lo que se dice de que me voy a cenar a París de vez en cuando. Entonces sonrío y les digo que a veces también me voy a comer a Lisboa desde Madrid, como sucedió ayer, aunque ya había hecho la mitad del camino. Mis visitas a esta ciudad se plasmaron en varios capítulos de mi novela "Las mentiras inexactas" (2012, Izana), título que saqué de un poema de Pessoa. 
 
En sus páginas 197 a 200 se lee: "Cuando el taxi nos dejó en la rua Da Duarte, frente al Hotel Mundial, no tuve ninguna duda. Berlín quedaba lejos. Había comenzado a olvidarlo con la ayuda del taxista que nos llevó al centro de la ciudad (...)
 
Soy vago y pedigüeño, dijo Queirós como si tal cosa (...)
 
Queirós me llevó hasta la biblioteca, un lugar inmenso atestado de libros. Tras sentarme en un escritorio, le pregunté por qué un intelectual como él trabajaba de taxista. Se echó a reír, y me dijo que tenía que comer. Luego se tendió de espaldas sobre la mesa, cruzó las manos por debajo de la nuca y, mirando el techo donde había dibujadas figuras mitológicas, dijo que era un heterónimo de Pessoa. El poeta había escrito que somos quien no somos, o lo escribió Soares; y Caeiro aseguró que ser poeta no era una ambición suya, sino una manera de estar solo. Portugal era tierra de poetas, y nadie les quitaría la luz y la tristeza (...)"
 
Mi primer viaje a Lisboa fue para escuchar "Las bodas de Fígaro", la ópera de Mozart, en el Teatro de San Carlos. Me gustan los viejos y modestos restaurantes del otro lado del Tajo (el Tejo, como dicen ellos); aun así lo que más me gusta es que ella me mire, mientras comemos arroz, y me cante una canción, un fado como este, por ejemplo:
 

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