De vez en cuando me gusta oler el humo de las chimeneas de los pueblos, y saborear las castañas y los níscalos. Es una manera de mirar a la España casi perdida en el tiempo, con un espacio que se transforma poco a poco, con esa lentitud de su ensimismamiento. Estos viajes hacia atrás y hacia adelante siempre están llenos de música, como ocurrió ayer con la Tercera de Mahler y su explosión de la Naturaleza con el dios Pan y con lo que nos dicen las flores, los animales del bosque, el hombre (es el poema de Nietzsche), los ángeles del cielo y el Amor, el de Dios y el de ella, que para mí son la misma cosa:
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