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domingo, 3 de noviembre de 2024

"Esa cosa llamada revolución".


 
Siempre he entendido al revolucionario como aquel (o aquella) que no da la razón al poder, el que intenta pensar por sí mismo y busca siempre un mundo mejor, más culto, libre e independiente. Alguien que no copia y crea por sí mismo, aunque no se le entienda. El otro día un reciente amigo de esta red social, Antonio Beltrán Vidal, me envió la captura de una página de "Poeta en Madrid" (2021, Huso) para indicarme con ese gesto que había empezado a leer mi novela. Y en ese momento me acordé de la foto que eligió la editorial para colocar mi rostro en la portada de la novela, junto a los rostros de Joyce, Beckett, Mahler, Beethoven, Goethe, Shakespeare, Neruda y Borges nada menos, todo un detalle por su parte.
 
Estas son las dos primeras páginas de la novela:
 
CAPÍTULO I
 
ESCENA 1
 
Gabriel Relham y bohemios, en una vieja buhardilla de la calle Atocha de Madrid.
 
(Una chimenea que languidece, una escalera que sube a alguna parte, un mueble medio roto, mesas con botellas, cuadernos, cuartillas y varios ordenadores. Gabriel Relham lleva un vaquero azul desgastado y una camisa negra de algodón de Future Casual. Rodolfo y Marcello están vestidos por Cerruti, con chaquetones de corte militar y doble trabilla, camisas coloniales y zapatos bicolores. Mimí lleva un vestido de Nina Pomellato, sandalias de Valentino y collar de Chanel, y Mussetta uno de J+G con volantes, pendientes de plumas de Carmina Rotger y sandalias de Hugo Boss).
 
Me viene a la memoria el Che gelida manina, pero ella no me responde con semplicità; clava sus labios en mis orejas y las desgarra hasta que la sangre nubla las butacas. La música corre desbocada y nubla mis sentidos. Cierro los ojos. Mis entrañas penetran en sus sueños de cartón y se desvanecen las cien mil vírgenes. A intervalos, como asustados, escucho unos silbidos. Fijo mis ojos en el escenario. Mimí enlaza con sus dedos mi pelo, lo besa y susurra unas palabras que no consigo entender.
 
Dejo de escribir.
 
Levanto la tapa y observo la fotografía de Elvira.
 
Alguien escribió sobre la sensibilidad pervertida y me ofreció la coartada para añorar lo que antes debo destruir.
 
Musetta se acerca desde su lugar preferido del café Momus. Me pide que baile con ella, pero soy incapaz de dar dos pasos seguidos. Marcello, que acaba de atarse los cordones de los zapatos al fondo del escenario, me sustituye sonriente. Rodolfo apaga las luces, coge a Mimí de la mano y se escapa con ella. Es otro momento imprescindible, el del ruidoso desfile militar, y un nuevo estado de ánimo que abre las puertas de la fantasía, con el corazón desbloqueado, toc, toc. Estamos en invierno y somos pobres, aunque no hayamos cambiado mucho desde entonces. Ahora el dúo es patético y tanto Mimí como Rodolfo se pierden por el borde de la página. La orquesta se rebela con sus deseos de posteridad.
 
Si yo fuera príncipe necesitaría conocer los asuntos de los idiotas que aparecieran por mi reino.
 
Rataplán. Rataplán.
 
Toc. Toc.
 
(Se apaga esta parte del escenario y se enciende la otra).
 
..........................................
 
Y, en música, qué decir del músico más revolucionario de la historia:
 

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