El estado de bienestar no tiene que desaparecer, pero sí
redefinirse, buscando vías alternativas entre la pura intervención
estatal y el único dominio de la iniciativa privada. Y ello se puede
conseguir a través de la descentralización, la socialización más
flexible y la autonomización.
La descentralización significa remodelar y adaptar
ciertos servicios públicos para aproximarlos a los usuarios, con el fin
de incrementar las tareas y responsabilidades de los colectivos locales
en los aspectos sociales y culturales.
La socialización más flexible persigue la eliminación de la
burocracia con una mayor y más eficaz racionalización de la gestión de
los grandes equipamientos y servicios colectivos.
La autonomización supone la transferencia de los servicios colectivos
a las colectividades no públicas como las fundaciones, asociaciones,
etc.
Es prioritaria una actividad económica más flexible, con menor peso
de la burocracia del estado. Se trata de conceder más protagonismo a la
llamada producción “autónoma”, que crea valores de uso, y la convierte
en equiparable con la “heterónima”, que crea valores de cambio. Hasta
ahora ha sido la segunda de las producciones, tanto por parte de las
empresas privadas como del estado, la que se ha contabilizado
estadísticamente, y ha quedado “extramuros” la actividad de los
individuos, quienes, por sí solos o coordinados de una manera informal
aunque jerarquizada, producen servicios que no se distribuyen ni vía
mercado ni en forma de asignación administrativa estatal.
En una sociedad, y una época, donde la concepción del trabajo ha
perdido su verdadero valor, donde se queda marginado si no se posee un
empleo, donde a la persona que se ocupa de las labores del hogar se le
asigna un menor mérito que si trabaja fuera de él, donde el paro
significa el triste no hacer nada, en vez de la libertad para hacer
cosas útiles para uno mismo o los que los rodean, debería argumentarse a
la inversa (al menos en parte), ya que el desempleo puede ser útil,
pues el esfuerzo dedicado a la producción autónoma de valores de uso
crea bienestar y es el primer paso para la construcción de una
alternativa al estado del bienestar, el principio de su redefinición.
Así tendría su lógica, por ejemplo, que se creasen fondos de inversión con un control social según
los rendimientos de las empresas, lo que posibilitaría la financiación
de proyectos que incorporan los valores de uso. El nuevo estado de
bienestar garantizaría una renta mínima para las personas, aunque
estuvieran fuera de la producción heterónima.
No se puede entender que el reloj de la historia se retrase setenta
años, pues desdeñaríamos entonces los principios humanísticos y de
solidaridad que deben inspirar la acción de los poderes públicos y el
comportamiento general de la sociedad. Todo ello va más allá de la
propia economía, y pondría en peligro el equilibrio y la paz social
alcanzados.
(Publicado por el Diario Progresista el 14 de diciembre de 2012)