Hay personas que llegan a tu vida para quedarse, a pesar de que no las veas en mucho tiempo o incluso no las vuelvas a ver.
Será por su inteligencia innata, por esa aura misteriosa de generosidad
que las envuelve y por la enorme expresividad de su rostro que siempre
te sonríe cuando tú sonríes, para devolverte una sonrisa aún más limpia.
Y les importa un pito que les salgan arrugas de tanto sonreír, como
diría el poeta argentino Oliverio Girondo -ese tipo que se comía el mundo
y le quitó la novia a Borges- cuando habla de las únicas mujeres con
las que podría hacer el amor, es decir, las que saben volar.
O, simplemente, porque les encanta Woody Allen, como a mí, y han visto conmigo sus últimas películas.
(La foto tiene un año exactamente, en un café librería de Gerona, una
ciudad fascinante, celebrando una importante onomástica, como la de mañana).