El otro día mi hijo de quince años me preguntó qué significaba
ser progresista; me había escuchado hablar de ello varias veces en casa,
y quería que se lo explicara, pues aunque creía entenderlo deseaba que
yo se lo contara de una forma sencilla.
Le respondí
que no era fácil resumirlo en pocas palabras, pero que en cualquier caso
ser progresista significaba defender una serie de ideas y valores, y
que la clave estaba en la evolución que había vivido Occidente en los
últimos siglos.
Le dije que el siglo XVIII representó la búsqueda de la justicia
equitativa y la libertad de expresión (religiosa y de pensamiento). La
idea de ciudadanía civil se plasmó al amparo de los Derechos del Hombre y
de las revoluciones de Estados Unidos y Francia, lo que supuso el logro
de los derechos relativos a la libertad individual, es decir, libertad
personal, de expresión, creencias, pensamiento, propiedad y justicia.
Le dije también que el XIX fue el siglo del derecho de los ciudadanos
a formar parte activa en el ejercicio del poder político. La ciudadanía
política se refiere a los derechos que permiten la participación en ese
poder: libertad de prensa, de reunión, de elegir y ser elegido, de
constitución de partidos políticos y de sindicatos.
El siglo XX fue testigo de la forma en que el derecho de los
ciudadanos pudo concretarse en los campos social y económico, con la
cobertura de unas condiciones mínimas de educación, salud, seguridad y
nivel de vida. La ciudadanía social abarca el conjunto de derechos y
deberes civiles relativos al bienestar del ciudadano, tanto en el
terreno económico (con los derechos al trabajo, percepción de un salario
mínimo, subsidio familiar e igualdad de oportunidades), como en el
terreno de la seguridad (derechos a la salud, pensión y protección
contra los riesgos laborales).
Mi hijo permaneció pensativo unos instantes, al cabo de los cuales me
comentó que se iba a hacer los deberes de tecnología -que en su
Instituto le ponen a través de Internet-. Mientras abría el ordenador me
preguntó si la crisis económica podía terminar con algunas de las cosas
que le había contado.
(Por cierto, todo esto no me lo he inventado yo, podemos leer a Diderot, Rousseau, Marshall, Keynes, etcétera. No comenté nada de esto a mi hijo, y le dejé que hiciera sus deberes).
(Publicado en el Diario Progresista el 21 de diciembre de 2012)
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