Un día Virginia Woolf se sentó a mirar el lento fluir de un río y
pensó que la mujer necesitaba disponer de dinero, es decir, de
independencia económica para escribir. El escenario era Oxbridge y "el
yo narrador" se llamaba Mary Neton o Mary Seton o Mary Carmichael.
Virginia
usa para sus impresiones los estudios de Charles Lamb. Y en seguida
aparece la idea de la “biblioteca” llena de libros de Milton, Tackeray, y
tantos otros, y hacia ella se dirige la protagonista de su sueño. El
primer problema con el que se encuentra es que no puede entrar una
mujer, salvo que vaya acompañada por un “felow” o disponga de una carta
de presentación.
De pronto ve un gato sin cola a través de la ventana; le parece que,
como le ocurre a ella, el animal también se está interrogando sobre el
sentido del Universo. Como en una epifanía, sale de la habitación y
viaja hacia el pasado, a un tiempo anterior a la guerra, cuando la gente
cantaba feliz mientras charlaba, y citaba versos de escritores como
Tennyson y Cristina Rossetti.
Los hombres hablan de su destino, de su futuro, de su posible camino,
mientras que las mujeres lo hacen de amor, de un sentimiento que les
procura la ansiada felicidad. Tras la guerra, se romperá la ilusión por
recitar versos, y tanto los hombres como las mujeres empezarán a verse
feos.
Ese es el momento que elige su protagonista para cenar en la casa de
una amiga. Surge una conversación entre ellas sobre lo difícil que es
recaudar dinero para crear colegios femeninos, por oposición a lo fácil
que es hacerlo en el caso de los colegios para varones. Se lanzan
reproches sobre la mala educación que ellas han recibido de sus madres,
ya que, entre otras cosas, no les han enseñado a ganar dinero. Se
podrían haber conformado con una pequeña herencia, que les hubiera
permitido cambiar de tema de conversación para empezar a hacerlo de
biología, matemáticas, arqueología, física... Pero no, sus madres no les
habían educado para tener esas conversaciones, sino para parir cuantos
más hijos mejor, esperar el regreso al hogar del marido y “creerse”
felices con esa vida tan sencilla como ordenada.
Ahora nos trasladamos a Londres, al interior de una habitación. Vemos
un papel encima de la mesa que dice: “Las mujeres y la novela”. La
protagonista de la historia se pregunta sobre el efecto de la pobreza en
la novela, lo que lleva a equiparar a la “mujer” con el “pobre”.
También se hace otra pregunta: ¿cuáles son las condiciones para crear
arte? Las respuestas a las interrogaciones las busca en el British
Museum, y hacia allí se dirige.
Ya en la biblioteca de la institución se pregunta por qué tantos
libros hablan de mujeres, pero no están escritos por mujeres, sino por
hombres, algunos inteligentes, pero otros... Es una paradoja: las
mujeres no escriben libros sobre hombres. Acto seguido hace una lista
sobre cómo ven los hombres escritores a las mujeres. ¿Las mujeres tienen
cerebro, y carácter? Las mujeres eran sacrificadas, por ejemplo, en
ciertas culturas. Goethe honró a las mujeres, Mussolini las despreció...
Los hombres consideran inferiores a las mujeres, para representar
mejor su superioridad. Si se puede demostrar que la mitad de la
población es inferior a ti es que tú tienes más poder. La grandeza de
tipos como Napoleón y Mussolini viene dada por esa percepción de
superioridad sobre los demás.
La autora del ensayo nos cuenta que recibió una herencia de su tía
que vivía en Bombay, algo esencial para la tesis que quiere demostrar
con sus conferencias. Fueron 500 libras al año. Entre el voto y el
dinero, considera que es más liberador el dinero. Gracias al dinero ella
no tiene por qué odiar ni compararse con ningún hombre. En un siglo
como mucho la mujer llevará a cabo cualquier trabajo, como los hombres.
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