El bienestar debe definirse de forma distinta a como lo hacen
los utilitaristas. Para el utilitarismo lo esencial es el
consecuencialismo (las instituciones y políticas sociales se juzgan por
la bondad de sus consecuencias), el bienestarismo (la bondad se juzga en
función de la utilidad que proporciona) y el hecho de que la única
forma de lograr un juicio social es por la ordenación efectuada con la
suma de las utilidades individuales, para después ser maximizadas.
Sin
embargo, este estado social no tiene en cuenta todas las dimensiones
posibles de la vida de los individuos, al quedar subsumida la idea de
justicia en la de maximización de la utilidad. Las limitaciones de la
utilidad hacen que no se tengan en cuenta las ideas de igualdad y
libertad.
El concepto con el que Amartya Sen designa el conjunto de bienes del
que puede disponer una persona en una sociedad utilizando todos los
derechos y oportunidades que estén a su alcance es el de “entitlements”,
y es el que permite alcanzar a tal persona adquirir ciertas
capacidades. El nobel de economía no acepta el argumento que justifica
el mercado como el ejercicio de los derechos individuales legítimos de
las personas, que por una cuestión de justicia tienen prioridad
absoluta. Para él ninguna institución social puede ser justa, sólo, por
la aceptación de unos derechos primarios, independientemente de sus
consecuencias.
Al estudiar el fenómeno de las hambrunas durante el siglo XX, Sen
deduce que estas se han producido sin que hayan existido caídas en la
producción debido a desastres naturales, y han sido el producto de
cambios bruscos en los citados “entlitelments”. Los derechos personales
pueden provocar desempleo, disminuir la renta y generar hambre sin que
se violen los derechos de nadie. De esta forma, ¿seguirá siendo el
mercado un mecanismo aceptable sólo porque no se violan los derechos de
nadie? ¿Son los derechos de propiedad prioritarios al sufrimiento de
muchas personas? Estas preguntas las contesta Sen argumentando que el
valor del mercado, como el de cualquier institución, depende de sus
consecuencias.
Pero además no comparte el mismo sentido de las “consecuencias” que
los liberales. Friedman considera que el estado es una institución peor
que el mercado, ya que este protege de forma más eficiente los intereses
de las personas al posibilitarles la famosa “libertad de elegir”. Sen,
por su parte, propone tener en cuenta las consecuencias que las
instituciones sociales provocan para la libertad teniendo en cuenta:
1. Las oportunidades que poseen los individuos para lograr las cosas que valoran.
2. El papel que tienen las personas en los procesos de toma de decisiones.
3. La inmunidad que tienen las personas frente a las posibles interferencias de otros.
De esta forma el mercado sólo puede proteger las libertades segunda y
tercera, pero no la primera, motivo por el que se propone que se juzgue
al mercado por si es capaz de conceder a los individuos oportunidades
reales de vivir de un modo que ellas juzguen valioso.
Como cualquier juicio social sobre una institución, tal juicio posee
dos componentes: la evaluación de la eficiencia y de la distribución. En
el primer caso, las instituciones sociales serán eficientes en términos
de libertad como oportunidad si no existiera ningún estado alternativo
en el que al menos el conjunto de capacidades de una persona pudiera ser
mejorado sin empeorar el de la otra, lo que supone una redefinición del
primer teorema básico de la economía del bienestar. En el segundo caso,
se hace referencia a que no sólo se trata la desigualdad en la posesión
de bienes, sino también la desigualdad de las personas de convertir
bienes en capacidades.
(Publicado en el Diario Progresista el 26 de octubre de 2012)
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