viernes, 22 de agosto de 2025

"Proust y una copa de vino".


 
 
                                                             (Para Almudena Mestre, en su cumpleaños).
 
El joven camarero nos trajo una jarra de vino blanco afrutado y tras saborearlo recordé algunos días de verano de mi adolescencia en el campo y el vino de las viñas de mi padre que volvía a probar en casa de José frente a la chimenea puesto que él se ocupaba de cuidarlas. Y mientras saboreaba aquel vino sensual y diferente a todos los que he bebido, recordé las setenta y cinco páginas que se han publicado hace poco sobre el origen de "En busca del tiempo perdido". Antes de morir, Proust legó su archivo personal a su hermano Robert, que se lo dejó a su hija, Suzy Mante-Proust, quien, en 1949, encargó su clasificación a Bernard de Fallois, entonces un jovencísimo profesor de apenas 23 años, que solo llevó a cabo una parte del trabajo. En 1954, publicó "Contra Sainte-Beuve", una obra inacabada de crítica literaria de Proust, en cuyo prólogo se mencionan los setenta y cinco folios, una alusión que se ha tenido, a lo largo de casi tres cuartos de siglo, como la principal prueba de su existencia. No obstante, Fallois no dio nunca a conocer aquellos papeles. Una vez fallecido, en 2018, se hallaron en su casa los archivos proustianos, con los folios y otros documentos y manuscritos. El vino de mi infancia, la magdalena y la memoria involuntaria y tantas imágenes en mi mente. Swann podía haberme dicho que me detuviera, pero se mostró reservado, como si la infidelidad de Odette de Crécy no fuera con él. Todavía no era el tiempo de su hija y las muchachas en flor. Gilberte o el amor infantil que perdura más allá de la muerte, en medio de aquella tierra blanca de la memoria. Los Campos Elíseos están ahora muy lejos como lo estaban para Marcel o el mismo Proust escuchando la frase que salía de lo más profundo de su conciencia. Sus amores, los de Albertine, Orianne de Guermantes, Odette y su hija Gilberte se confunden para siempre con la silueta delicada de la niña que le descubrió el placer, el dolor y los misterios del amor. Y acaricio su pelo, ella se aprieta a mí (tú te aprietas a mí). Bailamos con los ojos cerrados. Quizá sea la sala de fiestas la que gire sin parar. La música de Rachmaninov no se detiene y los recuerdos se deslizan por unos cuerpos a través de las montañas. 
 
En los setenta y cinco folios de Proust, el protagonista no moja una magdalena en la infusión, sino pan tostado. Tampoco saborea el vino que yo me llevé a los labios en el Puntero, un restaurante del centro de Santa Cruz de Tenerife que me gusta mucho y que está lleno de los carteles del Carnaval, después de tantos años, aunque de algún modo siempre busquemos recordar las primeras separaciones de nuestra madre por la noche, la figura de la abuela, los caminos de la vida y las muchachas en flor.

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