lunes, 7 de octubre de 2024

"La conocí en un taller de escritura".


 
Me habían invitado a hablar de mis novelas y del proceso creativo que seguía con ellas. En cierto momento escribí el nombre de Tom Spanbauer en la pizarra y su novela "El hombre que se enamoró de la luna" y acto seguido dije que era una de las novelas que más me habían interesado en los últimos tiempos y que situaba a la altura de las de Morrison, Sebald, Perec o Coetzee (hoy también añadiría a Ernaux). Spanbauer fue discípulo de Gordon Lish (el editor que casi se inventó a Raymond Carver) y maestro de Chuck Palahniuk. Ella se acercó al terminar la clase y me dijo que si me podía invitar a un café. A aquella chica morena de veintitantos años, escuálida, de profundos ojos negros, le había gustado escucharme mientras yo desmenuzaba el sistema de "escritura de riesgo o peligrosa" del escritor norteamericano nacido en Pocatello, Idaho, en el año 1946. Y luego me habló de ella. No había ido a aquel taller para aprender a escribir técnicamente una novela, y ni siquiera para publicarla, me dijo escrutándome de arriba abajo. Su sueño era saber lo suficiente como para ser capaz de vivir la vida como si formara parte de una novela. Quería escribir sus propios libros para refugiarse en ellos, donde se sentiría más segura. No acababa de entender el mundo o el mundo no la entendía a ella.
 
Nos tomamos varios cafés desde esa mañana y comimos un par de veces.
 
Un día desapareció.
 
No recuerdo cómo se llamaba.
 
Pensé que yo le gustaba, pero me equivoqué.
 
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Tom Spanbauer murió el 21 del mes pasado, y se me había olvidado dedicarle uno de estos textos al amanecer. No sé si la historia que he contado es exactamente así. Lo que sí recuerdo es que a aquella chica le gustaba Rachmaninov, como a Spanbauer y a mí, así que escucho una de las músicas de mi vida:
 

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