No es una película trans, aunque algunos de los personajes lo sean. Es una película de Georgia y transcurre por las calles de Estambul, ciudad donde la gente va a desaparecer, como dice la protagonista en cierto momento, como sucede en toda gran ciudad. Y de eso va la película que se ha estrenado este viernes en España, de cómo los seres humanos queremos encontrarnos. De la belleza de comer con otros, de bailar, de hacer al amor, de reír y sonreír juntos. Dirigida por el sueco Levan Akin, de origen georgiano y turco, es ese tipo de cine independiente que he visto toda la vida en los cines Alphaville, después Golem, y en los Renoir y Princesa. Y ayer sábado hacía una bonita tarde para meterme en los cines Renoir y viajar con Lia, una profesora georgiana ya jubilada de historia (que es interpretada por una estupenda Mzia Arabuli que no conocía, como tantas cosas que desconozco) que decide encontrar a su sobrina Tekla. Desapareció cuando ella y su madre -que acaba de morir- la rechazaron tiempo atrás por ser transexual. Su búsqueda la lleva hasta Estambul junto al joven Achi, también abandonado por su madre en esa ciudad, y allí conoce a Evrim, una abogada igualmente trans que se dedica a defender sus derechos, y que decide ayudarla en esa búsqueda. Es una película que, en realidad, nos cuenta la fotógrafa Lisabi Fridell, casi un personaje más, que nos lleva de la mano desde Batumi, en Georgia, hasta Estambul a través del Mar Negro:
Antes del cine me estuve preparando unas clases de la semana que viene escribiendo fórmulas matemáticas en las servilletas de "8 1/2", el café de cine de Martín de los Heros.
Y entre películas, libros, matemáticas y amor se me pasa la vida.
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