Ayer llegó la primavera, me rodeé de flores y las regalé. Me gusta regalar y que me regalen flores. Son momentos en los que siempre recuerdo a Bécquer. Uno de los relatos de mi último libro, "Un hombre que se parecía a Al Pacino", habla de ello.
"La famosa rima IV de Bécquer asociaba la primavera a la poesía y esta a la música, a un beso y al rostro de una mujer hermosa. Es el tiempo de la juventud, y pienso en ello mientras me tomo el primer café de esta mañana de sábado y escucho a la Joven Orquesta Sinfónica de Galicia interpretando la Sinfonía en re de César Franck, una de las músicas más hermosas y románticas de la historia, en un concierto grabado en 2019. También leo lo que Bécquer escribió en 1871, y a veces me acompaña durante el paseo por el Monte de las Ánimas que tanto le gustaba, junto al arco de ballesta que forma el Duero a su paso por Soria y la ermita de San Saturio, uno de mis lugares de este mundo.
No digáis que, agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía (…)
Y yo añado que mientras existan jóvenes que amen la música y la interpreten de esa forma habrá poesía.
Bécquer es poesía y Franck, la juventud es poesía y el Duero.
Como la primavera".
("A las 10.37 empiezan la primavera y la poesía", "Un hombre que se parecía a Al Pacino", p. 180).
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Ahora son las 7 de la mañana de otra primavera, me tomo un café y suena la sinfonía de Franck que escuché también por primera vez una primavera.
Es una de las músicas de mi vida, de mi forma de ser:
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