El otro día un alumno del profesor Toumba Hamán, que explica mis novelas en la Universidad de Maroua, en el norte de Camerún, me preguntó sobre el significado de la Literatura Comparada. Como era temprano y tenía que irme a clase le comenté que le respondería al mediodía. Y es lo que hice. Le hablé de los temas, los motivos y el discurso que hacen que se pueda hablar de todas las literaturas del mundo como si fueran una sola literatura, porque esta es universal. Después de un pequeño diálogo me dijo algo que me gustó mucho, "entonces como decía Goethe", aseguró. En ese momento recordé una clase que tuve con mi profesor de Literatura Comparada, Ángel Villar, donde también apareció el nombre de Goethe. Y pensé que no había distancias entre Camerún y España y que todos formamos parte de un mismo mundo, el mismo mundo. Lo que igualmente me recordó otras dos conversaciones, una en la cafetería de la Facultad de Filología de la Complutense (primera foto) y otra hablando hace tiempo con Zhivka Baltazhieva y Gabriela Amorós Seller, cuando la poeta alicantina presentó uno de sus libros en Madrid.
Como dijimos Ángel Villar (que me pintó varios retratos en clase y que ahora está retirado en su querida Galicia) y yo en aquella clase, dos de las cosas que siempre han gustado a todas las culturas a lo largo de la historia son un paisaje marino con un barco de vela en el medio y los labios de una madre cantando una nana a su hijo antes de dormir, como la de Brahms que yo he cantado tantas veces a mi hijo mientras le pasaba un dedo por la ceja:
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