Recuerdo las conversaciones que tenía de joven con mis amigos escritores sobre si era más importante encerrarse en una habitación para escribir o vivir la vida para tener experiencias que contar más tarde. Aquellas charlas podían alargarse hasta la madrugada con Juan Pedro Ortuño, Miguel Ángel Andés, Pepe Utrera o Antonio Zaballos en las Cuevas de Sésamo, el Ateneo o el Círculo de Bellas Artes.
Era la ingenuidad y el encanto de la juventud.
"Y lo cierto es que creo que eres más el aviador que lavó la cabeza de Meryl en la hacienda de África que ese Dantes tan oscuro", dijo hace unos días por aquí la escritora malagueña Presina Pereiro, que es miembro on line de mi tertulia literaria, en este juego literario de comparaciones de los últimos días con Al Pacino, Edmundo Dantés o James Bond.
Cada vez que escucho esta música me dan ganas de subirme a una avioneta y volar sobre Kenia:
De esto quería hablar un agradable 24 de septiembre, de avionetas y de cabellos que se lavan con amor y sensualidad. Hace unos años participé en la "Expedición a Samarcanda" donde la primera parte del viaje fue en avioneta. En Samarcanda (Uzbekistán) hay un barrio con el nombre de "Madrid". Y es lo que pretendíamos conmemorar cinco siglos después con nuestra expedición. Y es lo que cuento en uno de los capítulos de mi novela "Las mentiras inexactas" (2012), donde aparece un tipo que, curiosamente, también se llama Justo Sotelo. Un tiempo después me di una vuelta por algurnos lugares de África y en 2017 publiqué mi segundo libro de cuentos con este prólogo:
"Todos los libros deberían empezar recorriendo el desierto de Túnez donde se rodó “El paciente inglés”.
Pero con las manos.
Tu cuerpo y tu mente serán las dunas y los oasis. Una forma de llamar a la sed y al agua, como ese manantial de la doncella donde Ingmar Bergman imaginó que nace la vida y se comen las fresas salvajes.
Entonces me preguntarás: “¿Qué te gusta más?”, como en la película. Yo seré tu conde László Almásy y tú mi Katharine Clifton.
Y luego me lavarás el pelo antes de que descorchemos una botella de Moët Chandon mientras me besas".
("Cuentos de los otros", 201, Bartleby, p. 9).
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