lunes, 15 de enero de 2024

"El cuerpo utópico y la heterotopía".

La vida siempre me ha parecido como una especie de bolero, una historia de amor que nunca deberíamos dejar de bailar. 
 
Pacino llegó estas Navidades a León, a la casa de Cristina Cisneros Luaces, que me envió una cariñosa fotografía (es la primera que he puesto). No nos conocemos personalmente, pero me parece una persona encantadora. Aunque perdió a su marido hace varios años siempre lo recuerda, y además tiene la deferencia de compararme en alguna cosa con él. Le agradezco que esté leyendo este libro y que encuentre entre sus páginas la música de mi vida, mi forma de ver la literatura, la música, el cine, el arte, la filosofía, en definitiva, mi manera de mirar el mundo que me rodea. Antes de ayer Pacino se presentó en Puerto Banús (Marbella), en la casa de otra lectora, María Mercedes Muñoz, y ella publicó en su muro de esta red social la segunda fotografía. Añadió que va por la segunda lectura de mi novela "Entrevías mon amour", que además también leyó su joven nieto.
Me tomo el primer café de la mañana en este lunes gris y fresquito y escucho este bolero del mexicano Agustín Lara que les dedico a Cristina y Mercedes, un bolero que he bailado a lo largo de muchos amaneceres de mi vida, en una cabaña perdida entre las montañas, reales y oníricas, a la orilla del mar, en Madrid y París. Es la soledad sonora, que define perfectamente mi forma de ser y no tiene nada que ver con la heterotopía de la que nos habló Foucault en 1967 en una emisión radiofónica a la que le había invitado el arquitecto Ionel Schein en el Cercle d'études architecturales:
 
Lo que tengo claro es que el bolero más hermoso que he bailado en mi vida no ha sido entre las páginas de un libro, sino en los brazos de ella, de su "cuerpo utópico", aquel que Proust habitaba con cada despertar. No puedo moverme sin ese cuerpo. Puedo ir hasta el fin del mundo, esconderme por la mañana bajo las sábanas, hacerme tan pequeño como me sea posible, puedo dejarme derretir bajo el sol en la playa. Siempre estará allí donde yo me encuentre; siempre estará irremediablemente en mí.
 


 

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