viernes, 23 de febrero de 2024

"El chico ciego".

Ayer desayuné en un Café mientras repasaba varias ecuaciones de matemáticas que iba a contar por la tarde a mis alumnos. Al poco entraron una madre y su hijo ciego de unos 12 o 13 años; me fijé en el muchacho por el bastón blanco que llevaba, una vara alargada y ligera. Se sentaron enfrente de mí y el chico agachó la cabeza y cerró los ojos. En ese momento me embargó una enorme sensación de tristeza. La madre le preguntó qué quería tomar y él permaneció callado unos instantes; por fin dijo que no deseaba nada. La madre insistió y entonces dijo, encogiéndose de hombros, que lo que ella quisiera. Sus ojos permanecían cerrados y casi había apoyado la cabeza sobre la mesa. Yo tenía que hacer unas llamadas, y pagué el café y el tortel y salí a la calle a pasear. A la edad de ese chico, me dije, yo veía un mundo maravilloso aunque perdí bastantes dioptrías porque, según el médico, había leído y estudiado demasiado desde pequeño. Es un mundo lleno de colores, de ríos y mares, un mundo lleno de montañas y volcanes, lleno de árboles en flor y muchachas de Proust. Lleno de ojos que han reído y llorado conmigo y por mí. Y me pregunté si tengo derecho a ser feliz mientras otras personas desconocen la mirada de amor de los ojos de su madre.
 
De pronto me vino una melodía a la cabeza: 
 

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