Me tomo el primer café de la mañana mientras escucho el mítico final de la Segunda Sinfonía de Mahler, una obra que a algunos siempre nos ha emocionado y nos ha removido por dentro, sobre todo en la interpretación de Bernstein:
Al terminar la tertulia de ayer con la poeta Pilar Elvira a propósito de su libro "En voz alta", que fue finalista del XXXVIII premio Fernando Rielo de poesía mística, Javier Del Prado y yo nos fuimos a dar una vuelta por el barrio. Hacía buena noche y yo necesitaba despejarme de tantas clases. Hablamos de algunas personas interesantes que habíamos conocido en la tertulia, y también lo hicimos de la poesía mística y religiosa. Y ahora pienso en todo lo que tiene su principio, aquello de lo que no se puede separar, de lo que es determinado desde el interior por oposición a una jerárquica superior. Pienso en el ser y en el hacer, en la alteridad del principio. No me refiero a la permanencia que designa el carácter de lo que permanece igual a sí mismo, aunque a través de la duración, es decir, asignando a los objetos un espacio y un tiempo, sino en diferenciar un ser sí mismo fuera del tiempo y del espacio del ser sí mismo en el tiempo y el espacio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario