Hace cien años el músico alicantino Óscar Esplá escribió "El sueño de Eros" en el Valle de Guadalest, a partir de un poema del escritor Gabriel Miró, que había definido aquella tierra (en estas fotos) como "humanizada y levantada", donde "los ecos profundos que llegan de todos los sentidos se alean en imágenes únicas, vivas, palpitantes". Allí, entre las cumbres y el mar, Esplá concibió una evocación poética del levante español. En su música sentí ayer, sentado en el Auditorio Nacional de Música, ecos de Debussy. Mientras Eros dormía, el cielo se desgarraba y la luna iluminaba el cuerpo del dios para depositar un beso en su frente. Al despertar Eros lanzó flechas "como pájaros de oro. Ahora amanece como hace un tiempo lo hizo en Altea, que es lo que yo veía desde Guadalest cuando saqué la primera fotografía, y escucho la Octava sinfonía de Anton Dvorak con la que ayer acabó el concierto, una música que me acompañó cuando era adolescente y llenaba mi mundo de belleza y de pasión, de literatura, matemáticas, filosofía, historia. No
entendía (ni me interesaba) la política, el fútbol, el cotilleo, el
rock, el pop, la TV, las revistas del corazón, las carreras de coches y
cosas por el estilo. Y ahora sigo sin entenderlo, como no entiendo tantos cotilleos y majaderías en las redes sociales:
Somos lo que amamos y lo que hemos amado.
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