domingo, 27 de septiembre de 2020

"La última canción", entre Miami, La Habana y Madrid.

En el post que escribí ayer comenté que cuando me visto de blanco a veces me comparan con un señorito cubano. Ahora mismo he leído en Instagram que Adelia Ivanez -una encantadora amiga alicantina de hace años en esta red social- escribió anoche que le recuerdo al Sony Crocrett de la serie de TV de los 90 "Corrupción en Miami", algo que ya me decían mis alumnos en aquella época. Adelia es una alicantina de Jijona y tiene un restaurante en Bilbao. Recuerdo cuando fui a darme una vuelta a la ciudad del turrón, solo por el placer de tomarme un helado. Por Bilbao he paseado más veces. Es una ciudad encantadora.

El caso es que mientras me tomo el primer café de esta mañana de otoño tan hermosa recuerdo que una vez me contaron una historia de amor entre un muchacho cubano, pobre y guapo, y una muchacha de la alta sociedad de La Habana. Los padres de ella se opusieron a aquella relación desde el principio. Un día él se presentó en el jardín de la casa de ella a lomos de un caballo blanco con la intención de que escaparan juntos. Ella lo vio desde la ventana del primer piso y bajó corriendo las escaleras. Al llegar se encontró al joven muerto de un balazo en el corazón.

Del interior de la casa salía una canción.

Hablaba de otra historia de amor que ocurría a lo largo de una carretera de Cuba. Tras escucharla comprendí que era yo quien conducía ese coche por la Gran Vía y el Paseo de la Castellana de Madrid, algo que hice ayer por la tarde. Y que era yo quien había disparado la pistola.

El cuento de Chéjov estaba rasgado por la quemadura y el jardín se había quedado sin cerezas:

https://www.youtube.com/watch?v=9VzhM6kLNQ4

 






 

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