Después de despedir ayer a mi amigo y editor Javier Gil, me fui a ver a otro Javier, mi cura vasco. Le conté que acababa de conocer a una cuñada de mi editor, conservadora del Museo del Prado y que había coordinado varias de las exposiciones que he ido viendo durante mis visitas al museo, lo que me hizo ilusión saberlo. En el Prado no solo he visto cuadros; también he comido y hasta me he echado la siesta en algún sillón. También salió en la charla la figura de Alfonso Pérez Sánchez, director del museo en su día y su profesor en la Autónoma. Le conté que yo también le conocí. Me lo presentó el pintor José Luis Sánchez de la Torre, uno de mis grandes amigos, un granadino que me quería tanto que me pintó retratos que le gustaron a Alfonso, a pesar de que él era un experto en el periodo Barroco. Javier me dijo que era una historia muy hermosa. Y después añadió que no dejara de visitarlo para contarle estas vivencias. Las personas estamos más solas de lo que parece o desearíamos reconocer, me dijo con una mirada cariñosa, aunque tratemos de disimularlo. En el fondo, Justo, añadió cogiéndome la mano, lo que buscamos de verdad es que nos quieran. Tras despedirme de él, leí los comentarios de esta red social y me fijé en el de María Hdez, que decía entre otras cosas: "Muchas personas confiamos en ti y nos gustaría conocerte en persona, para compartir más detalles, anécdotas, misterios".
Rachmaninov escribió su Segundo concierto para que lo quisieran y salir de la profunda depresión en la que estaba sumido:
En realidad no es un secreto, sino lo único que tiene sentido.

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