Suelo reírme bastante de mí mismo y también de la gran cantidad de cosas que me han dicho a lo largo de mi vida. El otro día bromeé con la portada del ensayo de Almudena Mestre sobre mis libros a propósito de la fotografía que me había sacado Silvia López, y dije que algunas personas decían que tenía pinta de "canalla". Todo esto me produce gracia. Como he intentado manifestar con "Un hombre que se parecía a Al Pacino", que estuve firmando antes de ayer en la Feria del Retiro, estoy convencido de que la bondad es el arma más poderosa que existe, y que es el leitmotiv, por otra parte, de la película que recorre el libro, "El filo de la navaja". Pues bien, como se observa en esta fotografía que me hice ayer en la Casa natal de San Juan de la Cruz, los dos alzamos los brazos al cielo (no me di cuenta de la casualidad hasta que después miré la foto). Él hablaba de la subida al Monte Carmelo y yo busqué las raíces espirituales de su poesía durante un sábado de lluvias y de tormentas. Recorrí los campos repletos de amapolas, de trigo y de vides, en medio de esa España donde apenas hay gente, pero que fue el principio de una de las más hermosas historias de este país. No me refiero a la historia que escriben los reyes, los políticos o los banqueros, que pagan para que la historia lleve su nombre (de esto no me daba cuenta hasta que me puse a leer libros), sino a los que dicen cosas como estas:
"¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido..."
Tampoco es que me importe relacionarme con los que "mandan", lo que he hecho tantas veces, sino que me siento más a gusto escuchando a Bach:
Y por supuesto charlando con los "buenos", con los "locos", con los "excéntricos", con los "inteligentes", con los "poetas":
"La noche sosegada
en par de los levantes del aurora,
la música callada,
la soledad sonora,
la cena que recrea y enamora..."
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