jueves, 13 de julio de 2023

"Kundera".

La mujer "carga" con el peso del cuerpo del hombre a lo largo de la poesía amatoria de todas las épocas. La carga provoca una intensa plenitud de la vida y, cuanto más pesada, la vida será más real. La ausencia de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real solo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes. El hombre es la espada, la lanza, el pene. La mujer es la copa, el cáliz, la vagina. La cópula es la síntesis, el éxtasis y el sentido último de la existencia. Estas cosas me las enseñaron, entre otros, Durand y Kundera, que nos dejó ayer. Un 1 de abril de hace diez años lo felicité por su cumpleaños en esta red social y señalé que era uno de los grandes "humanistas" del siglo pasado, un tipo culto, apasionado y sincero, un estupendo escritor en busca de la "esencia". Luego añadí estas frases de su obra maestra, publicada el año 1984: "No es la necesidad, sino la casualidad, la que está llena de encantos. Si el amor debe ser inolvidable, las casualidades deben volar hacia él desde el primer momento". Mientras me tomo un café y observo esta fotografía de ayer por la mañana a partir de la cual pensaba hablar, precisamente, de algo parecido, sobre el hombre, el árbol y la piedra (el puente) y me enteré de su muerte, pienso en una historia sobre el amor, la sexualidad, la libertad y el eterno retorno de Nietzsche, y en Tomás, Teresa, Sabina, Franz. Es una mezcla de filosofía, historia, psicología, ficción y música, donde pueden leerse cosas como estas:
 
"El sábado y el domingo sintió la dulce levedad del ser, que se acercaba a él desde las profundidades del futuro. El lunes cayó sobre él un peso hasta entonces desconocido. Las toneladas de hierro de los tanques rusos no eran nada en comparación con aquel peso. No hay nada más pesado que la compasión. Ni siquiera el propio dolor es tan pesado como el dolor sentido con alguien, por alguien, para alguien, multiplicado por la imaginación, prolongado en mil ecos.
 
Se hacía reproches para no rendirse a la compasión y la compasión lo oía con la cabeza gacha, como si se sintiera culpable. La compasión sabía que se estaba aprovechando de sus poderes y sin embargo se mantenía calladamente en sus trece, de modo que al quinto día de la partida de ella Tomás le comunicó al director del hospital (al mismo que después de la invasión rusa le llamaba a diario a Praga) que debía regresar de inmediato. Le daba vergüenza. Sabía que su actitud tenía que parecerle al director irresponsable e imperdonable. Tenía ganas de confesárselo todo, de hablarle de Teresa y de la carta que había dejado para él en la mesa. Pero no lo hizo. Desde el punto de vista de un médico suizo, la actuación de Teresa tenía que parecer histérica y antipática. Y Tomás no estaba dispuesto a permitir que nadie pensase mal de ella.
 
El director estaba verdaderamente afectado.
 
Tomás se encogió de hombros y dijo: “Es muss sein. Es muss sein”.
 
Era una alusión. La última frase del último cuarteto de Beethoven está escrita sobre estos dos motivos:
 
Muss es sein? (¿Tiene que ser?) Es muss sein! (¡Tiene que ser!) Es muss sein! (¡Tiene que ser!)
 
Para que el sentido de estas palabras quedase del todo claro, Beethoven encabezó toda la frase final con las siguientes palabras: “Der schwer gefasste Entschluss”: “Una decisión de peso”.
 
Con aquella alusión a Beethoven, Tomás volvía a referirse, en realidad, a Teresa, porque había sido precisamente ella la que le había obligado a comprar los discos de los cuartetos y las sonatas de Beethoven.
 
La alusión resultó más adecuada de lo que él hubiera podido suponer, porque el director era un gran aficionado a la música. Se sonrió ligeramente y dijo en voz baja, imitando la melodía de Beethoven: “Muss es sein?”
 
Tomás dijo una vez más: “Ja, es muss sein”.
 
A diferencia de Parménides, para Beethoven el peso era evidentemente algo positivo. “Der Schwer gefasste Entschluss”, una decisión de peso, va unida a la voz del Destino (“es muss sein”); el peso, la necesidad y el valor son tres conceptos internamente unidos: sólo aquello que es necesario, tiene peso; sólo aquello que tiene peso, vale.
 
Esta convicción nació de la música de Beethoven y, aunque es posible (y puede que hasta probable) que sus autores hayan sido más bien los comentaristas de Beethoven y no el propio compositor, hoy la compartimos casi todos: la grandeza del hombre consiste en que carga con su destino como Atlas carga con la esfera celeste a sus espaldas. El héroe de Beethoven es un levantador de pesos metafísicos.
 
La música es esta, claro:
 

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