martes, 16 de diciembre de 2014

Prólogo a los "Cortos americanos" de Peter Redwhite


Justo Sotelo
 (Doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada)

1. A ver cómo se cuenta un cuento.


El escepticismo y el eclecticismo han sido dos constantes en la historia de la literatura para referirse al cuento. El primero es un rasgo típico de la modernidad, que dificulta su correcta definición; mediante el segundo se busca aprovechar todo lo que está al alcance del teórico para confeccionar una definición de lo que es un cuento. La teoría moderna nace con Poe y en cierto modo llega hasta Cortázar; en el medio quedan autores esenciales como Chéjov y Quiroga. Por supuesto que existe una protohistoria en la Antigüedad, y cierto desarrollo en el siglo XVI.
El planteamiento de Poe es pragmático, y en él destaca la unidad de efecto, que determina la estructura del relato y busca sobre todo conmover al lector, que es el que debe redondear el efecto de la fábula narrada. Su texto sobre Hawthorne es esencial, con elementos como la significación (la dimensión mítica) y la brevedad, a la que Cortázar se referirá con la expresión de intensidad.
Para Chéjov el cuento tiene que sugerir más que mostrar, mientras que el lector debe estar en vilo durante el desarrollo de la lectura, en “suspenso”. Quiroga, por su parte, posee una teoría más elaborada, recogida en su “Manual del perfecto cuentista”. En el último consejo de su decálogo expone que el escritor no debe pensar en sus amigos cuando se sienta ante la página en blanco, ni siquiera en el efecto que provocará la trama. Tiene que escribir como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de sus personajes, de los que pudo haber sido uno. Este aspecto es de destacar  porque en los relatos breves de Peter Redwhite esa idea (la esfericidad de Cortázar) aparece siempre, ya sea en los hoteles de carretera, las gasolineras, los bares o dentro de las casas donde habitan tipos y familias solitarias, desestructuradas, con hijos que se han marchado, padres que también se van y mujeres que esperan, como en los conocidos cuadros de Hooper.
Uno de los objetivos de la literatura es trascender las circunstancias concretas que se describen en los textos. Si las referencias objetivas son fácilmente identificables dentro de un espacio conocido sólo desde la lejanía, las conclusiones a las que se pueden llegar a través de los personajes están más allá de una frontera. Los agentes ficcionales pueden ser reconocibles y comprendidos al disponer de sensaciones compartidas... Es el efecto del zoom inverso: focalizar en un punto concreto para ir alejándose.
Los rasgos básicos cortazarianos expuestos en “Algunos aspectos del cuento” y “Del cuento breve y sus alrededores”, se resumen en la tensión, la intensidad, la significación y la citada esfericidad. Para Cortázar los nueve primeros consejos de Quiroga son prescindibles, pero no el décimo, con su “pequeño ambiente”, del que se deduce esa esfericidad que es acompañada con la posibilidad de que el propio narrador haya formado parte del mismo. “El narrador pudo haber sido una de los personajes, es decir que la situación narrativa en sí debe nacer y darse dentro de la esfera, trabajando del interior hacia el exterior, sin que los límites del relato se vean trazados como quien modela una esfera de arcilla” (Cortázar, 2004: 60). El resto de aspectos mencionados se analizan, a la perfección, en el otro ensayo que, junto al anterior, constituye su particular Poética, escrita para la conferencia que dictó en La Habana en el año 1962. Con la tensión y la intensidad alude a la unidad de efecto y la brevedad de Poe, mientras que la significación se refiere al tema elegido por el autor: “Un cuento es significativo cuando quiebra sus propios límites con esa explosión de energía espiritual que ilumina bruscamente algo que va mucho más allá de la pequeña y a veces miserable anécdota que cuenta” (Cortázar, 1994: 373). Eso sí, al final el relato debe independizarse del autor.
Ribeyro también posee su decálogo del cuento, y existen análisis interesantes de Pozuelo, Valls o Merino. Por supuesto que las incursiones de los autores clásicos como Bajtín o Benjamín son canónicas. En ese sentido (y por lo que después se comentará) deben mencionarse las ideas de oralidad, la falta de información en el cuento o relato frente a la novela y el hecho de que el cuento esté ligado a una memoria más transitoria, frente a la memoria eternizadora.
Cortázar también señaló en su Poética la diferencia entre fotografía y cine, que se hizo famosa con el paso de los años. Un cuento debería ser como una fotografía, y obligar al lector a preguntarse qué hay a un lado y a otro, o sea, antes y después. La novela se desarrolla en el tiempo de la lectura, y agota la materia novelada, mientras que el cuento tiene un límite, ya sea “nouvelle” o “long short story”. Los grandes fotógrafos como Brasaï y Cartier-Bresson hablan de “recortar un fragmento de la realidad” que abra un nuevo mundo que trascienda espiritualmente el campo abarcado por la cámara. “Mientras que en el cine, como en la novela, la captación de esa realidad más amplia y multiforme se logra mediante el desarrollo de elementos parciales, acumulativos, que no excluyen, por supuesto, una síntesis que dé el “clímax” de la obra, en una fotografía o un cuento de gran calidad se procede inversamente, es decir que el fotógrafo o el cuentista se ven precisados a escoger y limitar una imagen o un acaecimiento que sean significativos, que no solamente valgan por sí mismos sino que sean capaces de actuar en el espectador o en el lector como una especie de apertura, de fermento” (Cortázar, 1994: 371-372).

2. A ver cómo lo cuenta Peter Redwhite.
Peter Redwhite (Moguer, 1987) cumple con la exigencia de Cortázar sobre la comparación entre el cuento y la novela a partir de la fotografía y el cine. Aunque no se quiera, la imaginación amplía el contexto reducido en el que los personajes (casi siempre dos o tres) insertan sus vidas de ficción en las del lector, en el escaso tiempo que este necesita para comprenderlas. Sin embargo, existe algo en los cuentos de este joven escritor que no se explica por completo con la idea de la fotografía. Si bien apenas se dice dónde están los personajes y, por tanto, el lector debe imaginárselo (rastrearlo en cualquier mapa de Estados Unidos), no sucede igual con los personajes mismos. A estos parece que se los conoce, y que la escena, en que el autor permite observarlos casi por el ojo de la cerradura, es una consecuencia lógica de lo que ya se sabía, cuando en realidad es la única que se tiene.
Cada uno de los cortos americanos de Redwhite funciona por separado, pero en realidad son piezas del mismo rompecabezas. Observados de manera global es cuando adquieren su significación real. Sus breves e intensas historias transportan a algunos de los lugares míticos de la memoria de los seres humanos. Esos lugares se deben a los sedimentos que han dejado las viejas películas norteamericanas en la mente de los lectores (ya dijo Bergson que la memoria es una suerte de inmortalidad), a la infinidad de canciones que se han podido escuchar durante el siglo XX, y a la lectura de poemas y novelas. Hasta las cajetillas de tabaco rubio han contribuido a configurar ese paisaje de lo genuinamente americano. Sin esa raíz simbólica sería imposible reconocer y revivir tal “ficción”.
Es destacable la capacidad de este autor para mostrar la soledad del ser humano, sobre todo de tipos fracasados, atrapados en callejones sin salida. Ejemplos se encuentran en La gasolinera y Zumo con vodka, por poner sólo dos ejemplos. También es reseñable su capacidad para describer toda una vida en un par de líneas (Las que se dejanLa camarera) o de un personaje  mediante la selección perfecta de rasgos que los hacen “únicos” (esto ocurre en la mayor parte de los relatos). Por ello, no sería impropio hablar de esos escenarios citados de Hooper, y su “realismo pesimista”, que puede servir también para definir la obra de Peter Redwhite.
Otro tema constante es el de las relaciones entre padres e hijos o hermanos, como en Necesito oírlo, La balanza y Hermanos. El amor y el propio desamor, con sus dudas y el desgaste ocasionado por el paso del tiempo, también están presentes, y su relato deja un regusto amargo en los lectores. Es inevitable recordar el estilo de uno de los mejores escritores norteamericanos, Cormac McCarthy: la significación cortazariana de un estilo crudo, directo, de frases breves... Un estilo que se intensifica por el formato elegido para la narración de estas historias: el relato breve, incluso brevísimo, que hace que la tensión de la que se hablaba antes sea prácticamente instantánea. Son relatos de instantes..., un conjunto de instantes cargados de pasado, elaborados con una precisión matemática, tal vez por los estudios de ingeniería que está a punto de terminar el propio autor.
A cada personaje que deambula por estas historias se le hace una “fotografía”,. Suelen ser momentos concretos cargados de sentido, pues en unas líneas escasas se pone al lector en antecedentes con gran capacidad de síntesis. La utilización de esta estructura narrativa no es fácil; la concreción, la capacidad de elección de la información que ha de llegar al lector (de manera expresa o intuida) es primordial para que los relatos funcionen y actúen como lo hace un revólver. “¡Bang! Disparo. ¡Bang! Siguiente disparo”... Los silencios, los guiños cómplices..., todo ello incluido dentro de un ambiente que se masca, se huele. Es difícil moverse con tanta escasez de medios: el autor lo consigue con un adecuado dominio de los tiempos verbales y de los agentes ficcionales.
Peter Redwhite no se refiere a los senderos gloriosos en los que cabalga el héroe, ni al triunfador a quien es imposible envidiar porque tal vez el lector se haya sentido como él. Más bien viene a señalar con sus cortos americanos que en el país de los sueños la mayoría de los seres humanos no ve cumplidos los suyos, y que los perdedores sólo encuentran su verdadero espacio en las páginas de un libro, en la oscura sala de un cine o en la letra y la música de una canción triste, tal vez de Bruce Springsteen. Ellos contribuyen con la fuerza y grandeza de sus vulgares vidas a esculpir el Monument Valley del alma humana.

3. Bibliografía citada.
CORTÁZAR, JULIO (1963). “Algunos aspectos del cuento”, en Obra crítica /2, Madrid, Alfaguara, 1994,  p. 365-385.
- (1969). “ Del cuento breve y sus alrededores”, en Último round, Siglo XXI editores, México, 2004, p. 59-82.

(En la foto el pintor Antonio Zaballos, el escritor Peter Redwhite y yo)