Justo Sotelo
(Doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada)
1. A ver cómo se cuenta un cuento.
El escepticismo y el eclecticismo han sido dos constantes en la
historia de la literatura para referirse al cuento. El primero es un rasgo
típico de la modernidad, que dificulta su correcta definición; mediante el
segundo se busca aprovechar todo lo que está al alcance del teórico para
confeccionar una definición de lo que es un cuento. La teoría moderna nace con
Poe y en cierto modo llega hasta Cortázar; en el medio quedan autores
esenciales como Chéjov y Quiroga. Por supuesto que existe una protohistoria en
la Antigüedad, y cierto desarrollo en el siglo XVI.
El planteamiento de Poe es pragmático, y en él destaca la unidad de efecto, que determina la
estructura del relato y busca sobre todo conmover al lector, que es el que debe
redondear el efecto de la fábula narrada. Su texto sobre Hawthorne es esencial,
con elementos como la significación
(la dimensión mítica) y la brevedad,
a la que Cortázar se referirá con la expresión de intensidad.
Para Chéjov el cuento tiene que sugerir más que mostrar,
mientras que el lector debe estar en vilo durante el desarrollo de la lectura, en
“suspenso”. Quiroga, por su parte, posee una teoría más elaborada, recogida en
su “Manual del perfecto cuentista”. En el último consejo de su decálogo expone
que el escritor no debe pensar en sus amigos cuando se sienta ante la página en
blanco, ni siquiera en el efecto que provocará la trama.
Tiene que escribir como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño
ambiente de sus personajes, de los que pudo haber sido uno. Este aspecto es de
destacar porque en los relatos breves de
Peter Redwhite esa idea (la esfericidad de
Cortázar) aparece siempre, ya sea en los hoteles de carretera, las gasolineras,
los bares o dentro de las casas donde habitan tipos y familias solitarias,
desestructuradas, con hijos que se han marchado, padres que también se van y
mujeres que esperan, como en los conocidos cuadros de Hooper.
Uno de los objetivos de la literatura es trascender las
circunstancias concretas que se describen en los textos. Si las referencias
objetivas son fácilmente identificables dentro de un espacio conocido sólo
desde la lejanía, las conclusiones a las que se pueden llegar a través de los
personajes están más allá de una frontera. Los agentes ficcionales pueden ser
reconocibles y comprendidos al disponer de sensaciones compartidas... Es el
efecto del zoom inverso: focalizar en un punto concreto para ir alejándose.
Los rasgos básicos cortazarianos expuestos en “Algunos aspectos del
cuento” y “Del cuento breve y sus alrededores”, se resumen en la tensión, la intensidad, la significación
y la citada esfericidad. Para
Cortázar los nueve primeros consejos de Quiroga son prescindibles, pero no el
décimo, con su “pequeño ambiente”, del que se deduce esa esfericidad que es
acompañada con la posibilidad de que el propio narrador haya formado parte del
mismo. “El narrador pudo haber sido una de los personajes, es decir que la
situación narrativa en sí debe nacer y darse dentro de la esfera, trabajando
del interior hacia el exterior, sin que los límites del relato se vean trazados
como quien modela una esfera de arcilla” (Cortázar, 2004: 60). El resto de
aspectos mencionados se analizan, a la perfección, en el otro ensayo que, junto
al anterior, constituye su particular Poética, escrita para la conferencia que
dictó en La Habana en el año 1962. Con la tensión
y la intensidad alude a la unidad de efecto y la brevedad de Poe, mientras que la significación se refiere al tema elegido por el autor: “Un cuento es
significativo cuando quiebra sus propios límites con esa explosión de energía
espiritual que ilumina bruscamente algo que va mucho más allá de la pequeña y a
veces miserable anécdota que cuenta” (Cortázar, 1994: 373). Eso sí, al final el
relato debe independizarse del autor.
Ribeyro también posee su
decálogo del cuento, y existen análisis interesantes de Pozuelo, Valls o
Merino. Por supuesto que las incursiones de los autores clásicos como Bajtín o
Benjamín son canónicas. En ese sentido (y por lo que después se comentará)
deben mencionarse las ideas de oralidad, la falta de información en el cuento o
relato frente a la novela y el hecho de que el cuento esté ligado a una memoria
más transitoria, frente a la memoria eternizadora.
Cortázar también señaló en
su Poética la diferencia entre fotografía y cine, que se hizo famosa con el
paso de los años. Un cuento debería ser como una fotografía, y obligar al
lector a preguntarse qué hay a un lado y a otro, o sea, antes y después. La novela
se desarrolla en el tiempo de la lectura, y agota la materia novelada, mientras
que el cuento tiene un límite, ya sea “nouvelle” o “long short story”. Los
grandes fotógrafos como Brasaï y Cartier-Bresson hablan de “recortar un fragmento
de la realidad” que abra un nuevo mundo que trascienda espiritualmente el campo
abarcado por la cámara. “Mientras que en el cine, como en la novela, la
captación de esa realidad más amplia y multiforme se logra mediante el
desarrollo de elementos parciales, acumulativos, que no excluyen, por supuesto,
una síntesis que dé el “clímax” de la obra, en una fotografía o un cuento de
gran calidad se procede inversamente, es decir que el fotógrafo o el cuentista
se ven precisados a escoger y limitar una imagen o un acaecimiento que sean significativos,
que no solamente valgan por sí mismos sino que sean capaces de actuar en el
espectador o en el lector como una especie de apertura, de fermento” (Cortázar, 1994: 371-372).
2. A ver cómo lo cuenta Peter Redwhite.
Peter Redwhite (Moguer, 1987)
cumple con la exigencia de Cortázar sobre la comparación entre el cuento y la novela
a partir de la fotografía y el cine. Aunque no se quiera, la imaginación amplía
el contexto reducido en el que los personajes (casi siempre dos o tres) insertan
sus vidas de ficción en las del lector, en el escaso tiempo que este necesita
para comprenderlas. Sin embargo, existe algo en los cuentos de este joven
escritor que no se explica por completo con la idea de la fotografía. Si bien
apenas se dice dónde están los personajes y, por tanto, el lector debe
imaginárselo (rastrearlo en cualquier mapa de Estados Unidos), no sucede igual
con los personajes mismos. A estos parece que se los conoce, y que la escena,
en que el autor permite observarlos casi por el ojo de la cerradura, es una
consecuencia lógica de lo que ya se sabía, cuando en realidad es la única que
se tiene.
Cada uno de los cortos americanos de Redwhite funciona por
separado, pero en realidad son piezas del mismo rompecabezas. Observados de
manera global es cuando adquieren su significación
real. Sus breves e intensas historias
transportan a algunos de los lugares míticos de la memoria de los seres humanos.
Esos lugares se deben a los sedimentos que han dejado las viejas películas
norteamericanas en la mente de los lectores (ya dijo Bergson que la memoria es
una suerte de inmortalidad), a la infinidad de canciones que se han podido
escuchar durante el siglo XX, y a la lectura de poemas y novelas. Hasta las
cajetillas de tabaco rubio han contribuido a configurar ese paisaje de lo
genuinamente americano. Sin esa raíz simbólica sería imposible reconocer y
revivir tal “ficción”.
Es destacable la capacidad de este autor
para mostrar la soledad del ser humano, sobre todo de tipos fracasados, atrapados
en callejones sin salida. Ejemplos se encuentran en La gasolinera y
Zumo con vodka, por poner sólo
dos ejemplos. También es reseñable su capacidad para describer toda
una vida en un par de líneas (Las que se dejan o La camarera)
o de un personaje mediante la selección perfecta de rasgos que los hacen
“únicos” (esto ocurre en la mayor parte de los relatos). Por ello, no sería
impropio hablar de esos escenarios citados de Hooper, y su “realismo
pesimista”, que puede servir también para definir la obra de Peter Redwhite.
Otro tema constante es el de las
relaciones entre padres e hijos o hermanos, como en Necesito oírlo, La balanza y Hermanos.
El amor y el propio desamor, con sus dudas y el desgaste ocasionado por el
paso del tiempo, también están presentes, y su relato deja un regusto amargo en
los lectores. Es inevitable recordar el
estilo de uno de los mejores escritores norteamericanos, Cormac McCarthy: la significación cortazariana de un estilo
crudo, directo, de frases breves... Un estilo que se intensifica por el formato
elegido para la narración de estas historias: el relato breve, incluso brevísimo,
que hace que la tensión de la que se
hablaba antes sea prácticamente instantánea. Son relatos de instantes..., un
conjunto de instantes cargados de pasado, elaborados con una precisión matemática,
tal vez por los estudios de ingeniería que está a punto de terminar el propio autor.
A cada personaje que
deambula por estas historias se le hace una “fotografía”,. Suelen ser momentos
concretos cargados de sentido, pues en unas líneas escasas se pone al lector en
antecedentes con gran capacidad de síntesis. La utilización de esta estructura
narrativa no es fácil; la concreción, la capacidad de elección de la
información que ha de llegar al lector (de manera expresa o intuida) es
primordial para que los relatos funcionen y actúen como lo hace un revólver. “¡Bang!
Disparo. ¡Bang! Siguiente disparo”... Los silencios, los guiños cómplices...,
todo ello incluido dentro de un ambiente que se masca, se huele. Es difícil moverse con tanta escasez de medios: el autor lo consigue con un
adecuado dominio de los tiempos verbales y de los agentes ficcionales.
Peter Redwhite no se
refiere a los senderos gloriosos en los que cabalga el héroe, ni al triunfador
a quien es imposible envidiar porque tal vez el lector se haya sentido como él.
Más bien viene a señalar con sus cortos americanos que en el país de los sueños
la mayoría de los seres humanos no ve cumplidos los suyos, y que los perdedores
sólo encuentran su verdadero espacio en las páginas de un libro, en la oscura
sala de un cine o en la letra y la música de una canción triste, tal vez de
Bruce Springsteen. Ellos contribuyen con la fuerza y grandeza de sus vulgares
vidas a esculpir el Monument Valley del alma humana.
3. Bibliografía citada.
CORTÁZAR,
JULIO (1963). “Algunos aspectos del cuento”, en Obra crítica /2, Madrid, Alfaguara, 1994, p. 365-385.
- (1969).
“ Del cuento breve y sus alrededores”, en Último
round, Siglo XXI editores, México, 2004, p. 59-82.
(En la foto el pintor Antonio Zaballos, el escritor Peter Redwhite y yo)