martes, 31 de enero de 2023

"Hablando de Murakami en TV".

Es una entrevista que me hizo Lorenzo Rodríguez Garrido, nuestro invitado de hoy en la tertulia de literatura en Casa Manolo, en la TV de Periodista Digital, para hablar del ensayo que publiqué en 2013 sobre Murakami. Desde que leí la tesis sobre el escritor japonés en 2012 se ha descargado más de 10.000 veces en todo el mundo, y cada dos por tres me escriben revistas literarias (la última vez una de Costa Rica esta semana) para que haga de revisor académico de los artículos de literatura que les llegan sobre las novelas y cuentos de Murakami para publicarlos. 
 
Esta es la entrevista:
 
Cuando den el Nobel de Literatura a Murakami espero que me invite a Möet Chandon, jeje, bueno, y que Lorenzo me invite a las 18.30 al menos a una manzanilla en Casa Manolo, Princesa 83. Será esta tarde y estáis todos invitados.
 

 

lunes, 30 de enero de 2023

"Justo, ¿sabes a quién me recuerdas?"

El viernes pasado Celia, mi fisioterapeuta favorita, me dio de alta de la espalda. En estas últimas semanas hemos hablado mucho; yo de espaldas y ella con sus manos mágicas de 23 años. Al despedirnos me preguntó si la iba a echar de menos y añadió que le recordaba a Merlí, el profesor de filosofía de una serie de televisión de Cataluña que se emitió entre los años 2015 y 2018 y tuvo mucho éxito, sobre todo entre los jóvenes. Cada sesión conmigo era -según Celia- una clase de filosofía. La verdad es que le hablé de muchas cosas en el lecho del dolor de la camilla, mientras me decía, entre asombrada y admirada, que nunca había tenido un "paciente" como yo. Francesc Orella es Merlí, una especie de Keating, aquel Robin Williams genial de "El club de los poetas muertos", un profesor que estimula a sus alumnos a pensar, "libremente", con unos métodos que dividirán las opiniones de los alumnos y los profesores, e incluso de las familias. Cada episodio lleva el nombre de un filósofo como los peripatéticos (los seguidores de Aristóteles), Nietzsche, Schopenhauer, Epicuro, Foucault o Judith Butler, cuyas ideas se desarrollan a través de los acontecimientos de los personajes. Esta idea también se encuentra en una de las últimas películas de Woody Allen, "Irrational man", de 2015, con Joaquin Phoenix y Emma Watson, antes de interpretar "Jocker" y "La la land".
Este es el primer episodio de la serie, subtitulado en castellano:
 
Y como mi cerebro es muy simple, me dice que me tome el primer café de la mañana escuchando esta música:
 

sábado, 28 de enero de 2023

"El pasado no es pasado porque nunca muere".

En la última tertulia hablamos de la inmortalidad y al abrir el primer libro de poemas publicado por Lorenzo R. Garrido me encuentro esta frase de Faulkner. Las casualidades siempre me han llamado la atención, incluso intelectualmente hablando. Lorenzo es periodista, editor y escritor, y nos conocemos desde hace años, cuando me entrevistó varias veces en la TV de Periodista Digital. 
 
Y lo que ha escrito es un libro sobre el desamor.
 
El asunto del amor arranca en la cultura occidental desde la época clásica y sigue una larga estela que atraviesa el Renacimiento con su nuevo concepto de mujer, heredado de Petrarca, hasta llegar al Romanticismo, cuya herencia todavía sigue vigente en los jóvenes poetas. Sobre ello gira "Noticias del otro lado" (2022, Los versos de Cordelia), a lo largo de treinta y siete poemas, escritos entre 2017 y 2022, con prólogo de Luis Alberto de Cuenca.
 
En este pequeño video Lorenzo nos habla del libro y recita un par de poemas:
 
Y ya que he mencionado a Petrarca, me tomo el primer café del sábado escuchando la música que Liszt compuso para su Soneto 104 tocada por Horowitz:
 
El Soneto de Petrarca es este:
 
"Pace non trovo, e non ho da far guerra;
E temo e spero, ed ardo e son un ghiaccio;
E volo sopra ´l cielo e giaccio in terra;
E nullo stringo, e tutto il mondo abbraccio;
Tal m´ha in prigion, che non m´apre, ne serra;
Ne per suo mi riten, ne scoglie il laccio;
E non m´ancide Amor, e non mi sferra;
Ne mi vuol vivo, ne mi trae d´impaccio.
Veggio senz´occhi, e non ho lingue e grido;
E bramo di perir, e cheggio aita;
Ed ho in odio me stesso, ed amo altrui;
Pascomi di dolor, piangendo rido;
Equalmente mi spiace morte e vita,
In questo stato son, Donna, per vui".
 
[No tengo paz ni puedo hacer la guerra;
temo y espero, y del ardor al hielo paso,
y vuelo para el cielo, bajo a la tierra,
nada aprieto, y a todo el mundo abrazo.
Prisión que no se cierra ni des-cierra,
No me detiene ni suelta el duro lazo;
entre libre y sumisa el alma errante,
no es vivo ni muerto el cuerpo lacio.
Veo sin ojos, grito en vano;
sueño morir y ayuda imploro;
a mí me odio y a otros después amo.
Me alimenta el dolor y llorando reí;
La muerte y la vida al fin deploro:
En este estado estoy, mujer, por ti]
 

 

viernes, 27 de enero de 2023

"La poeta".

El abismo tan solo puede salvarlo la palabra. Y eso es lo que hace la poeta (del absoluto). Para ella las palabras no son intercambiables. Existe una palabra, y no otra. Lo "esencial" no es buscar el adjetivo, sino la palabra. Es la posibilidad de interpretar los silencios, la pelea con el idioma. El fenómeno de la inspiración tiene su precio, y así la poeta busca el sentido oculto de este mundo. Las palabras "tocan" el centro de la tierra, como diría Zambrano. La pelea es terrible. Nos encontramos ante un proceso de conocimiento, y la poeta persigue "cincelar" la forma (Bécquer), pero no ve el camino. Es la realidad y es el deseo de Cernuda. No existe una urgencia de comunicación. Bousoño quería la realidad, pero una realidad interior. Hierro quería la torre de marfil, pero para cambiar el mundo. Surge la pelea entre la fantasía y la imaginación, la realidad y los sueños. En ese proceso mental de la poeta, incluso el amor constituye una parte de la visión interna. La poeta no puede vivir sin escribir, pues en caso contrario esas imágenes la matarían. Si dormir equivale a morir, como podría decir Shakespeare, solo la poesía logrará salvarla, ya que es lo que quedará, lo que pervivirá (algo que no es exactamente la pureza de la inmortalidad, como hablamos en la última tertulia sobre Borges). De esta forma nace la voz del idioma, que es la voz de la poesía. No tiene que ver con el cronista que se limita a describir lo que siente. El proceso de maduración que persigue lo "inefable" alude a lo que no está claro. Los poemas sirven solo para que la poesía madure, puesto que la realidad sensible no es más que un fragmento de esa realidad.
 
(El cuadro es "La lágrima de lo infinito", de Gabriela Amoros Seller, que me dedicó en su día. Ella es una de estas escasas poetas que he conocido y me ayudan a entender el arte y la belleza a lo largo de mi vida).
 
La música solo puede ser esta:
 

jueves, 26 de enero de 2023

"Chéjov y el perrito".

Me he pasado media vida paseando y la otra escribiendo, y dando clase (y amando, claro). Mientras paseo, pienso, reflexiono sobre lo que quiero escribir o decir a mis alumnos. También suelo canturrear alguna melodía, incluso estudio. Estudio mucho cuando camino por la calle. A veces me meto en un café para escribir en las servilletas, como aconsejo siempre a mis alumnos. Celia, mi fisio encantadora, me ha dicho que tengo que caminar para mejorar la espalda. El otro día paseaba por el bulevar de al lado de casa cuando me adelantó un tipo de treinta y tantos años, con barba de varios días. Llevaba sujeto a un perro y al lado a otros dos más pequeños. Uno llamaba la atención ya que le faltaba una de las patas de atrás, lo que suplía con una especie de carrito atado a su cuerpo. Tan solo fueron unos segundos, pero me percaté de que el animal parecía feliz e incluso corría más que los otros. Saqué el móvil e hice una fotografía. Seguí mi camino en dirección al Café Comercial, donde había quedado a desayunar con José Ramón, uno de mis amigos de toda la vida (nos conocemos desde hace 40 años). Y lo hice canturreando una bella melodía barroca de Marcello. Evidentemente el reguetón, la música disco y esas cosas, como las canciones de ex novias de futbolistas, me parecen ciencia ficción, como la propia literatura comercial. Esto me recuerda a una casi novia que tuve de joven, que se empeñó en llevarme, a la segunda o tercera cita, a una discoteca que estaba en Luchana, y me quedé dormido en la barra. A la semana siguiente la llevé a la ópera y sucedió al revés, quizá porque la invité a un par de copas de Möet Chandom en un entreacto. Unos días después me llamó por teléfono (aquellos fijos de toda la vida) y me dijo que no la llamara más. Y algo similar me ocurrió con otra medio novia, amiga íntima de una ex alumna de entonces, que se empeñó en llevarme a una conocida sala de fiestas que estaba en Juan Bravo y que ahora se llama de otra forma. Creo que pasó vergüenza conmigo porque pedí un vaso de leche como consumición y tuvieron que ir enfrente a por una botella de leche asturiana y una cucharilla. (Por cierto, me acuerdo de que hace un tiempo comí en un chino y me empeñé en tomar un melocotón de postre; como no servían fruta la dueña, muy amable, se acercó a una frutería que estaba a dos pasos de allí). El caso es que camino del Comercial pensé en el perrito de las ruedas. Me dije que si volvía a encontrármelo por la calle y lo acariciaba tal vez quisiera jugar un rato conmigo. De regreso, mi amigo y yo nos encontramos a otro José Ramón, el dueño del Café Casa Manolo en el que hago ahora las tertulias, en mi barrio. En esa misma esquina a veces me encuentro a la poeta Zhivka Baltadzhieva y a su familia, que viven por allí cerca. He escrito el prólogo para su próximo libro bilingüe, y espero que salga pronto.
 
Escribí este post en una servilleta mientras esperaba a José Ramón, con el que quería estar estos días especiales para él, y escuchaba música con los auriculares:
 
¿Sabría el perrito que podría haber sido un personaje de un cuento de Chéjov?
 

 

miércoles, 25 de enero de 2023

"Unos instantes de inmortalidad hablando de Borges".

"La muerte (o su alusión) hace precisos y patéticos a los hombres. Estos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último (...) Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible (...) Lo elegíaco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales. Homero y yo nos separamos en las puertas de Tánger; creo que no nos dijimos adiós (...) Cuando se acerca el fin -escribió Cartaphilus- ya no quedan imágenes del recuerdo; solo quedan palabras. Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos".
 
Estas son las frases de "Los inmortales", de Borges, el primero de los relatos de "El Aleph" (1949 y reeditado por el propio Borges en 1974) que elegí ayer para empezar la tertulia de literatura en Casa Manolo. Acto seguido tomaron la palabra los miembros de la tertulia que ayer quisieron acudir para debatir sobre uno de los relatos más apetitosos, profundos, irónicos y actuales de Borges. Todos dijeron algunas cosas y yo me lo pasé muy bien escuchándolos. Me refiero a Francisca Arias (que nos acompañaba por primera vez de manera física, ya que vive en un pueblo de Sevilla de cuyo nombre no me acuerdo, jeje), Pepe Villacís (el papá de la vicealcaldesa de Madrid, cuya literatura desborda de Borges y de García Márquez), Cristina Fernández Martínez (que se trajo un lbro muy gordo con las obras completas de Borges), Mariwan Shall, María José Muñoz Spínola, Javier Del Prado Biezma, Almudena Mestre, Peter Redwhite, Begoña Garcia, Carmen Sogo (que nos leyó un hermoso texto que leyó en su día a sus alumnos de altas capacidades), Elena Peralta, Aurora da Cruz, Antonio Benicio Huerga, Pilar S. Tarduchy y Oskar Rodrigañez Flores (que me regalaron una botella de champán y otra cosa que también se me ha olvidado, aunque la tengo delante, jeje; ayer no era mi cumpleaños y este año tampoco, pero saben que me gusta mucho el champán), Juan Tena, Concepción Heras Elvira, José Antonio Sánchez-cid, Lucía Santamaría, Susana Fraile, Carmen Hernando. Al final cantamos el cumpleaños feliz a María José por su medio siglo de vida intensa y arquitectónica (para acabar analizó el relato desde el punto de vista de su arquitectura lingüística, con su proverbial agudeza).
 
Se trataba de hablar de la eternidad, del tiempo y del espacio, del laberinto de la palabra, de los narradores "implícitos" del relato, del propio Borges, el anticuario Joseph Carthapilus, Pope, Homero, Rufo. Lo de menos es quién nos cuente la historia, ya que la autoría son meras construcciones simbólicas de los mortales. Y este relato habla de cómo llegar hasta la inmortalidad a través de una ciudad y un río, y después regresar a la mortalidad pues la inmortalidad sería inaguantable. Aquí el único inmortal continúa siendo el mismísimo Borges, un escritor imperecedero capaz de reírse de sí mismo, de la coherencia del relato y de escribir frases como esta: "Se manejaba con fluidez e ignorancia en diversas lenguas; en muy pocos minutos pasó del francés al inglés y del inglés a una conjunción enigmática del español de Salónica y de portugués de Macao". Y no quiero explicar más. El que desee saber cómo se escribe con la calidad de Borges, y con su inmortalidad literaria, debe leerlo y sobre todo releerlo.
 
Y ahora, mientras escribo y me tomo un café, me viene a la cabeza el concierto de piano de Mason Bates, cuyo estreno escuché hace poco en Madrid, en el Auditorio de Música de Príncipe de Vergara, después de hacerlo en París, y cuyos tres movimientos recorren la eterna historia humanista de la música occidental, que iría desde el Renacimiento hasta el jazz pasando por el Romanticismo. Esta vez se me olvidó bajar a saludar, en el descanso, a la violinista Virginia Gonzalez Leonhardt, como cuando interpretó el Concierto de violín de Edward Elgar el domingo anterior al confinamiento. A Virginia me la presentó la escritora Cristina Cerrada, con la que estudié Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, tras encontrármelas en la puerta del parking de la calle Fuencarral en uno de mis paseos por el barrio, pero esa es otra historia o tal vez sea la misma historia de la inmortalidad de siempre:
 

"¿Soportaríamos ser inmortales?

Ayer recordaba a mis alumnos los conceptos de ciencia y de teoría, además de teoremas y modelos para referirme al método científico. Y surgieron así estos términos de la Lógica: silogismo, tautología y falacia. Borges es el escritor infinito y "El Aleph" quizá sea su mayor libro. Teniendo en cuenta que considero a Borges el mayor escritor en español desde Cervantes (junto a Lope, Galdós y Valle-Inclán), "El Aleph" sería uno de los grandes libros de nuestra literatura, con sus 18 relatos. García Márquez, Vargas Llosa, John Banville, Michel Houellebecq y tantos otros escritores contemporáneos piensan lo mismo que yo. Esos cuentos son un prodigio de puzzles filosóficos, intrigas fantásticas o policíacas y personajes que se graban en la memoria, como "Emma Zunz". "El inmortal" explora el efecto que la inmortalidad causaría en los hombres, "Los teólogos" es un sueño melancólico relativo a la identidad personal, "La otra muerte", una fantasía sobre el tiempo. "El Aleph" aborda un tema recurrente en la literatura de Borges, el "infinito". De la misma manera puede leerse como una historia de amor con un inicio realmente inolvidable: "La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita". 
 
Hace unos meses dedicamos una tertulia por Zoom a "El Aleph" y hoy lo haremos a "El inmortal" en el Café de Casa Manolo (18.30). En la última tertulia hablamos de la obra de Virginia Woolf y quizá por eso, mientras me tomo un café, me viene a la cabeza la música que el alemán Max Richter compuso para su novela "Las olas", que no he dejado de escuchar en los últimos días, casi como si las olas mecieran una y otra vez mi cerebro de uno a otro lado. 
 
Hoy es martes y, pensándolo bien, no hay mayor inmortalidad que la del arte y la del mar:
 

"Desayunando un día de invierno en Casa Manolo, con María José Muñoz Spínola y Javier Del Prado, hace justo un año".

Y entonces escribí lo siguiente:
 
Los amigos no necesitan excusas para quedar, como es lógico, pero antes de ayer teníamos dos. Por una parte, celebrar el cumpleaños de nuestra arquitecta, que es tertuliana desde la temporada pasada (bueno, más que celebrarlo es que ella tenia que pagar el desayuno, como Dios manda). Por otra, queríamos charlar un rato del reciente libro de poemas publicado por Javier. Se presentará en la tertulia, y María José se encargará de ello. En la fotografía, que nos sacó una señora sentada en la mesa de al lado, Javier muestra el "Libro de las negaciones", 2021, editorial Chamán. También aparecen sobre la mesa su "libro de viajes" y un artículo sobre Mallarmé que Javier regaló a María José, y que dio lugar a una parte de la conversación, en la que aludimos a la encantadora catedrática de la Universidad de Lleida Angels Santa Bañeres.
 
Además de ser amigo del dueño de Casa Manolo, un lugar en el que desayuno a menudo (llevaba un tiempo sin ir y la camarera me dijo que me echaba de menos), y de que algunas escenas de mi novela "Las mentiras inexactas", de 2012, transcurren en su comedor del fondo, donde Nora, la protagonista, que es profesora de literatura de la Complutense y una mezcla de la Nora que amó Borges, de la que amó Joyce y la que Ibsen llevó al teatro, se encuentra durante un almuerzo con su amigo José Luis Sampedro (como me ocurrió a mí en más de una ocasión), hay que reconocer que tengo muy buen gusto. Si yo soy un tipo normal y corriente, que pasa desapercibido en cualquier lugar por donde camina, tanto María José como Javier son guapísimos.
Ahora este es el sitio que he elegido para mis tertulias literarias, y aquí también podría sonar la voz de Mireille Mathie:
 

domingo, 22 de enero de 2023

"Decisión de irse, una película sobre la percepción".

Otra vez los cines Princesa, otra vez una película coreana, otra vez una obra maestra.

Amar es un verbo, y decir “te amo” es o puede ser fácil, pero quizá no sea tanto la práctica del amor, es decir, la decisión de hacer algo por quien amas. De esto va "Decision to leave", una película de cine negro que se ha estrenado este fin de semana en España, la última película del coreano Park Chan-Wook que ganó el premio al mejor director en el pasado festival de Cannes, una mezcla de Hitchcock, Bergman y Kar-wai. Un detective de policía (Park Hae-il), insomne y meticuloso, investiga un caso de posible asesinato y se enamora de la principal sospechosa (Tang Wei), la viuda de la víctima. El amor surge en sus noches en vela con la atracción cohibida del estilo de "Deseando amar" (2000) y el irrefrenable atractivo de forjar en la distancia lingüística (ella es china y su coreano es básico) el idioma común de la "seducción". Lo que más me gusta de esta película es que se basa en el lenguaje (me ocurre lo mismo con la literatura de calidad), entre las personas y las imágenes, de la puesta en escena, los ángulos de cámara, el montaje milimétrico (las luces del techo parpadean en una imagen y el cielo en la anterior), el movimiento interno de cada plano y su relación con el precedente y el posterior, la coordinación rítmica de los sonidos diegéticos con la partitura de cuerdas y castañuelas de Jo Yeong-wook. La veo y después de dos horas y media salgo de una sala llena pensando dos cosas. Que el cine debe verse a oscuras en una sala de cine, como Dios manda, aunque en la calle haga mucho frío, y que la belleza, el "amor loco", la muerte, la sensibilidad y el buen gusto aún pueden formar parte de una película. La relación entre la pareja se construye a través de rimas, "raccords" y conexiones del espacio /tiempo. Es normal tener escenas donde Hae-joon fantasea con estar del lado de Seo-rae, y el director lo transporta a su lado, o bien, a través del montaje, hace que los dos se enfrenten, aunque estén en lugares diferentes. Los escenarios a menudo también reflejan aspectos de los personajes. La casa en la que vive el detective con su esposa parece abrumarlo por momentos, o simplemente es sencilla, con sus paredes de color blanco, mientras que en la que se queda con Seo-rae, los espacios son abiertos, las paredes de un azul profundo. acogedor.

Este es el tráiler:

https://www.youtube.com/watch?v=DvIyto42Ur4

Esta es la música de la película:

https://www.youtube.com/watch?v=5W9qAnGHj24&list=PL4Wt9Tdj2iBbXiWOWcuQWv6uLZ9PZpdj0&index=3

Quizá sea la mayor historia de amor que he visto en el cine el último año, entre la exaltación y la fiebre, profundamente libre.

 


 

sábado, 21 de enero de 2023

"¿Otra vez Borges, papá?"

En la pasada tertulia por Zoom comenté que cuando mi hijo me vio escribiendo a los tertulianos que el próximo martes 24 hablaríamos del relato "El inmortal", el primer cuento de "El Aleph", me dijo, ¿otra vez váis a hablar de Borges?

Sonreí, y le dije que es posible que Borges sea el mayor escritor en castellano del siglo XX.

Este próximo martes nos juntaremos en el Café de Casa Manolo, en Princesa 83, como siempre a las 18.30, para hablar de la búsqueda de una ciudad perdida en el desierto por el tribuno Marco Flaminio Rufo. El descubrimiento será doble, el de una ciudad alejada de la imagen que se había formado de ella Rufo, en forma de un laberinto atroz que desafía toda racionalidad; y la inesperada revelación de sus arquitectos, una extraña casta de inmortales que, retirados del mundo físico y el uso de la palabra, languidecen en el eterno sopor de sus curiosas y metafísicas especulaciones. En realidad, yo creo que todo se resume en el epígrafe, con unas palabras de Bacon, ya que no hay nada nuevo sobre la tierra. Si como nos aseguró Platón, todo conocimiento no es sino un recuerdo, Salomón sentencia que toda novedad no es más que el olvido.

Este es el cuento:

https://www.actors-studio.org/web/images/pdf/jorge_luis_borges_el_inmortal.pdf

Y como siempre me tomo el primer café con música, me viene a la cabeza el día en que se encontraron en el Palace de Madrid Borges, Kodama y Jagger. El líder de los Rolling vio a Borges y se arrodilló ante él. El escritor, ya casi ciego, preguntó quién era. Kodama se lo dijo y Borges también se mostró admirado; le gustaba porque ella los admiraba. Este disco es casi tan alucinógeno como el cuento de Borges:

https://www.youtube.com/watch?v=V_lvFGhVVNU

El dibujo es el encuentro ilustrado por Fernando Vicente para el libro "De Madrid al Palace" (2012). Y siguiendo con la literatura y el mundo posmoderno que tanto me gusta, en el Palace hacen un batido de vainilla que está muy rico.

 


 

"¿Nos pasamos la vida imitando a los demás?"

¿Amamos porque estamos enamorados o, en realidad, imitamos el amor que hemos visto en las películas o leído en las novelas? ¿Nos comportamos desde lo que realmente sentimos o lo hacemos para imitar a otros? Ayer por la mañana comenté que no quise leer en la tertulia un artículo sobre el innatismo en la obra de Virginia Woolf, y por la tarde pensé un rato en ello, entre clase y clase. Don Quijote intenta ser un caballero e imita a Amadís de Gaula; no desea a partir de sí mismo, sino de los deseos de otro. A Madame Bovary le pasa lo mismo con las heroínas de las novelas que lee en su casa. En los personajes de Stendhal, Proust o Dostoyevski los deseos no surgen de ellos, sino de los demás. A los escritores que siguen escribiendo sobre el deseo espontáneo, René Girard los denomina románticos y novelescos a los que imitan.
 
René Girard (Aviñón, 1923-Stanford, 2015) fue un crítico literario y filósofo francés conocido por su teoría de la mímesis de la que me habló mi profesor García Berrio en la Facultad. El hombre es un ser mimético, incluso antes que racional. En su opinión los hombres se influyen unos a otros y, al estar juntos, suelen desear lo mismo, no por su escasez, sino porque la imitación comporta los deseos. En su día Platón y Aristóteles hablaron de la mímesis de representación (esencial en la estética), pero no de la mímesis de apropiación, que supone no solo el saber o los conceptos, sino los deseos. Todo esto explica el disimulo, la vergüenza y la atracción que sentimos hacia otra persona tan solo por el hecho de ser importante por su belleza, inteligencia o notoriedad. El hombre imita lo que desean los demás y lo quiere. Esto choca con la mentalidad moderna y posmoderna basada en el solipsismo (Descartes) y la autonomía absoluta (Kant) del individuo. El hombre moderno y posmoderno se ve tanto más libre cuanto más puede elegir a partir de sí mismo. Girard nos dice que esto es un error. Cuando más libre y autónomo se experimenta el hombre, más dentro de la esfera mimética se encuentra, pues la mímesis es un mecanismo que se retrae a dar la cara y permanece oculto. 
 
Esta foto que he puesto es una composición que realizó Almudena Mestre. Ahora me tomo un café antes de irme a la Universidad. Y escucho la música que tocaban ayer por la tarde unos músicos callejeros en la esquina de El Corte Inglés mientras paseaba cerca de la Universidad pensando en estas cosas:
 

jueves, 19 de enero de 2023

"Jugando al críquet".

"Como mujer, no tengo patria. Como mujer, no quiero patria. Como mujer, mi patria es el mundo entero" (Virginia Woolf).

Con estas palabras inicié la tertulia por Zoom de este martes por la tarde. Luego leí unas palabras que me envió Javier del Prado pues lo tenemos malito en casa. "Me hubiera gustado tratar el tema de la narratividad versus poeticidad, en la organización textual de "Las olas", con la alternancia musical de los tres regímenes de escritura organizados por los seis fragmentos en bastardilla del poema sobre el "cielo mar" en los seis momentos del día". Y debatimos sobre el "cuarto propio", el "escritor andrógino", el "flujo de conciencia", la influencia de Joyce, la película "Las horas" y la diferencia entre la escritura femenina y la masculina.
 
Yo tenía pensado leer un texto que publiqué hace años en la revista Turia sobre el innatismo en la literatura de Virginia Woolf, pero tras releerlo unos días antes de la tertulia concluí que ya no me gustaba. Cuando lo escribí estaba demasiado infuido por Chomsky. Así que decidí leer este otro:
 
Virginia Woolf fue una mujer contestataria, llena de contradicciones y ambigüedades, propias de su manera de ser y de su educación y el momento que le tocó vivir, siempre en lucha entre el "deber ser" y el "querer ser" como mujer. Una sensibilidad que volvía al útero materno cuando escribía, un regreso a la infancia para encontrarse con ella misma, con sus fantasmas y fantasías, sin dejar de sentir el complejo de Electra o incluso Edipo, como si Egisto y Clitemnestra, o Layo y Yocasta dictaran su sentimiento. "Yo soy una sensibilidad cuando me pongo a escribir", escribió, y nos dijo mucho más con esa frase que lo que puedan argumentar sus biógrafos a lo largo de cientos de páginas. El regreso a la realidad supone la comprobación de que somos menos de lo que soñamos, pues vivir la vida que uno no vive es fuente de ansiedad, un desajuste que puede tornarse en rebeldía. Salir de uno mismo, ser otro, aunque sea ilusoriamente, es una manera de ser menos esclavo y de experimentar los riesgos de la libertad. Tras una de sus recaídas mentales, Virginia escribió que la sangre estaba volviendo de nuevo a su cerebro, un sentimiento extraño, como si una parte de ella estuviera regresando a la vida. Todas las voces que solía escuchar, que le decían que hiciera todo tipo de locuras, se habían ido. Sus libros reflejan su forma de vivir (y escribir). No conozco a nadie que no haya vuelto a leer a Virginia Woolf tras haberla leído por primera vez. Tan solo es estimulante lo difícil. En el grupo de Bloomsbury todos sabían que únicamente dos personas podían ser consideradas geniales: John Maynad Keynes y Virginia Woolf. El sobrino de esta, Quentin Bell (cómo disfruté con su biografía hace años) escribió del primero que era increíblemente inteligente, con la naturaleza sensual, afectuosa, volátil y optimista, que podía resultar muy atractiva. Fue el personaje más grande que Virginia llegó a conocer nunca íntimamente. Yo estoy convencido de que a Keynes le ocurrió lo mismo respecto de ella, a pesar de que en los últimos años de su vida renegara hasta cierto punto de la visión del mundo que había aprendido de G. E. Moore. Para Woolf la mujer "contada" por la literatura sería un ser interesante: bueno y malo, dulce y trágico. Clitemnestra, Medea, Desdémona, y no solo en el teatro, sino en las novelas de Balzac o de Proust. Pero, ¿cómo ha sido tratada como escritora?, se pregunta. Si lo gatos sin cola no van al cielo, me dijo una tarde Ana María Navales paseando por la Gran Vía, las mujeres tampoco podrán escribir como Shakespeare. ¿Si Shakespeare hubiera tenido una hermana llamada Judith, habría sido capaz de escribir todas las obras de su hermano? Él aprendió latín en la escuela secundaria, donde leyó a Ovidio, Virgilio, Horacio, así como gramática y lógica. Vivió una juventud aventurera y se fue a Londres en busca de fortuna después de tener un hijo. Le gustaba el teatro, eso estaba claro. Fue actor, autor, tuvo éxito y el amo del mundo en su tiempo. ¿Y su hermana, qué habría podido hacer ella? Sus padres la querrían, claro, pero hubieran pensado en casarla con el hijo de un rico comerciante de la localidad. Y como Judith estaría enamorada de la musicalidad de las palabras, huiría de casa (pudo haberlo hecho, sin duda), se iría también a Londres, querría trabajar en el teatro, pero nadie la contrataría. Acabaría preñada de un autor o actor o director. Moriría sin pena ni gloria, se llamara Judith o no. Cualquier mujer “artista” en el siglo XVI se hubiera vuelto loca por vivir algo parecido, o incluso se habría suicidado, aunque es posible que también les ocurriera a muchos hombres. 
 
En su opinión (las de Virginia y Ana María), escribir una obra genial era una proeza. Todo estaba en contra de la mujer que quería ser escritora: los perros ladraban, la gente gritaba, había que conseguir dinero, la salud fallaba cuando menos se esperaba. El mundo no le pedía que escribiera una obra, y tampoco una obra maestra. Si salía era casi un milagro. Y en lo referente a la mujer (no en el de Carlyle, Keats o Flaubert, me asegura tras pedir una horchata en la terraza del Círculo de Bellas Artes) será un doble milagro. Ya no sería eso de escribe si quieres, que a mí me da igual, dirigido al hombre, sino ¿escribir, para qué? Virginia o Ana Maria miran al cielo de Madrid, y me hablan de Jane Austen, las hermanas Brontë y George Eliot, que abrieron el camino a otras muchas, como ocurrió siglos atrás con los hombres que se dedicaban al arte. Austen escribió sin odio, sin amargura, sin temor, sin protestas, sin sermones. A través de esta idea, Ana María y Virginia me dicen que las mujeres escriben como escriben las mujeres, no como lo hacen los hombres. Se preguntan por qué las escritoras creaban heroínas tan simples, alejadas de complejidades sentimentales. Luego me dicen que nos demos un paseo por el Retiro y entonces sacan una segunda conclusión para las mujeres escritoras. Tienen que escribir olvidándose de que son mujeres y llenar las páginas de la cualidad sexual que solo se logra cuando el sexo se ha convertido en algo inconsciente de sí mismo. Y mientras pisamos la hierba se refieren a aquel tiempo en que las mujeres no podían pisar la hierba o acceder a una biblioteca salvo que la acompañara un "felow”" o "scholard". Es el 26 de octubre de 1928, un día en el que Londres no piensa precisamente en escribir novelas, ya sean de hombres o de mujeres, ni en Shakespeare. Mis amigas reconocen el esfuerzo para separar un sexo de otro, con su influencia sobre la "unidad de la mente". Porque lo ideal es que los sexos cooperen. ¿La mente tiene también dos sexos, se preguntan, que se corresponden con los dos sexos del cuerpo que necesitan estar unidos para lograr la satisfacción y la felicidad? Quizá lo ideal es que existan escritores "andróginos". Coleridge argumentó que las grandes mentes son andróginas, como ocurre con los escritores que la apasionan: Shakespeare, Sterne, Keats, el propio Coleridge. La mujer es ser mujer con algo de hombre, y el hombre es hombre con algo de mujer.
 
Y ahora, mientras me tomo el primer café de la mañana, escucho la música de la película "Orlando" (1993), de Sally Potter, la historia de una mujer que es hombre y viceversa, y que tanto me recuerda al cine de Peter Greenaway, como comenté en la tertulia, a la vez que observo la fotografía de niña de Virginia Woolf, junto a su hermana Vanessa jugando al críquet, y me acuerdo de una tarde de verano en el jardín de un castillo del norte de Escocia cubierto por la niebla cuando yo también estuve jugando al críquet y escribiendo con mi vida antes de escribir:
 

miércoles, 18 de enero de 2023

"El Grupo de Bloomsbury y el de Justo Sotelo".

Hoy tenía pensado "resumir", a mi manera, la tertulia de ayer por la tarde, por Zoom, sobre Virginia Woolf. Y digo a mi manera porque nunca escribo exactamente lo que ha ocurrido, sino que reflexiono sobre lo que se pudo haber dicho o no. Para eso tengo a mi mano la posibilidad de escribir literatura incluso en una red social, algo que, después de todo, llevo haciendo desde que era pequeño. Así que lo voy a dejar para otro momento, porque ahora me apetece hablar de otra cosa, mientras me tomo un café. Me apetece compartir fotos y nombres. Como digo cada año a mis alumnos (ahora que han vuelto a empezar las clases) John Maynard Keynes es uno de los "genios" del siglo XX. Economista, novelista, matemático, creador intelectual del Banco Mundial y el FMI, broker, homosexual, casado con Lidia Lopokova (integrante del ballet ruso de Diaghilev) y líder del "Grupo de Bloomsbury", al que perteneció Virginia Woolf. Lo más parecido que hubo en España fue la Residencia de Estudiantes, con Buñuel, Lorca y Dalí, entre otros. Y 100 años después lo más parecido que hay en España son los miembros de mi tertulia.
 
El "Grupo de Bloomsbury" estaba formado por un grupo de amigos que fueron, a su vez, destacados artistas e intelectuales británicos durante el primer tercio del siglo XX. La mayoría vivía en el barrio de Bloomsbury de Londres, situado alrededor del British Museum. Las primeras reuniones transcurrieron en la casa de la escritora Virginia Stephen (que tomó el apellido Virginia Woolf cuando se casó) y de su hermana Vanessa, pintora post-impresionista que se casó con el crítico de arte Clive Bell. Y también eran componentes del grupo E. M. Forster, escritor de ficción, Roger Fry, crítico de arte además de pintor post-impresionista, Duncan Grant, pintor post-impresionista, Desmond MacCarthy, crítico literario, Lytton Strachey, biógrafo, Leonard Woolf, ensayista y escritor de no ficción, así como Adrian y Karin Stephen, Saxon Sydney-Turner y Molly MacCarthy, con Julian Bell, Quentin Bell, Angelica Bell, Dora Carrington y David Garnett. Y hubo allegados, amigos más o menos cercanos de Virginia Woolf, como el filósofo Bertrand Russell, el sinólogo Arthur Waley, TS Eliot, Katherine Mansfield, Hugh Walpole y Vita Sackville-West. Algunos publicaron en Hogarth Press, la editorial fundada por el matrimonio Woolf. Muchas reuniones se celebraron en sus casas de campo, en la Charleston Farmhouse de Vanessa Bell y Duncan Grant y en la Monk's House en Rodmell, propiedad de Virginia y Leonard Woolf. Estas casas las visitó y las sintió mi amiga Ana María Navales, de la que hablé mucho ayer.
 
En la primera foto se pueden ver, de izquierda a derecha, a Ottoline Morrell, Maria Nys (era esposa de Aldous Huxley), Lytton Strachey, Duncan Grant y Vannessa Bell. En la segunda a Angelica Garnett, Vanessa Bell, Clive Bell, Virginia Woolf, Keynes y Lydia Lopokova en Monk's house. En la tercera foto a Russell, Keynes y Strachey, y en las otras dos los miembros de mi tertulia. Mariwan dijo al final de la tertulia que yo no paré de hablar ayer. Y es lo que me pasa cuando me gusta algo. Debo reconocer que me lo paso de miedo con estas reuniones. Supongo que es puro egoísmo intelectual.
 
Y como también soy un egoísta musical, acabo esta historia de hoy escuchando a Philip Glass:
 

martes, 17 de enero de 2023

"Tuesday: Ana María Navales y Virginia Woolf".

Como hoy dedicaremos la tertulia a Virginia Woolf, ayer releí, entre clase y clase, tres relatos de uno de los libros contemporáneos que aprecio, los "Cuentos de Bloomsbury" (1999) de Ana María Navales, escritora muy atraída por el mundo artístico e intelectual de Virginia Woolf y John M. Keynes, lo mismo que me sucede a mí, lo que nos unió un tiempo, hasta su muerte. Siempre que venía a Madrid desde Zaragoza nos tomábamos un café. Me contaba un montón de cosas del mundillo literario y hablábamos de algo que me interesaba más, de aquella gente bohemia e intelectual del barrio de Bloomsbury, al lado del Museo Británico. Lo más parecido que hubo en España fue la Residencia de Estudiantes donde estuvieron Lorca, Buñuel, Dalí y que casi desapareció con la Dictadura. Ayer me percaté de que los cuentos tienen muchas páginas subrayadas. Lo que más valoro de Ana María son los consejos que me daba. Tan solo debes escribir y publicar, Justo, si verdaderamente tienes algo que decir, me decía. No escribas por escribir o presumir de que eres escritor, añadía. No dejes de leer ni de estudiar para que merezca la pena leerle. Y sé humilde, acepta los consejos de los viejos escritores, que saben más que tú, y corrige todo lo que tengas que corregir. Solo así se producirá el pacto con el lector y este te seguirá, te admirará y te querrá.

 

Max Richter compuso el año 2017 "Three Worlds: Music from Woolf Works" a partir de tres de las novelas de Virginia Woolf: "La señora Dalloway", "Orlando" y "Las olas". Son fragmentos de varias cartas, diarios y otros escritos con palabras habladas de Gillian Anderson, Sarah Sutcliffe e incluso la propia voz de Virginia Woolf, leyendo el ensayo "Artesanía" de la grabación de la BBC de 1937 -la única que sobrevive de su voz-, sonido que dice más que las palabras que se emiten (como sobre la propia interioridad de la escritora y algunas de las convenciones más arraigadas de su época). Pero es la pieza final, "Tuesday", la que me entusiasma al emular la narrativa onírica (ese sello distintivo del modernismo anglosajón) en "Las olas", una novela que muestra los monólogos, mentales y articulados, de sus seis personajes principales, un grupo de amigos. Sobre el sonido del mar, la actriz Gillian Anderson lee, en calma, las últimas palabras de Virginia Woolf, aquellas que escribió para despedirse del amor de su vida, Leonard, en marzo de 1941:
 
Querido,

Estoy segura de que me estoy volviendo loca de nuevo. Siento que no podemos pasar por otra de estas espantosas temporadas. Y esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido, en todos los aspectos posibles, todo lo que alguien puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy arruinando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Verás, ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte que – todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. No me queda nada excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo.

No creo que dos personas hayan sido más felices que lo que fuimos nosotros.

V.

Esta es la obra musical:

https://www.youtube.com/watch?v=U5ywofzN4xA&list=PLiN-7mukU_RGKZTh_YAb8D335VZU6YtOM&index=1

Las dolorosas palabras de Virginia a Leonard (despedida generosa de su amado y también de la escritura) conservan una belleza que, paradójicamente, es testigo del amor de la artista por la vida en su expresión más plena, que para ella implicaba, necesariamente, la lectura y la escritura.

 


 


lunes, 16 de enero de 2023

  "Virginia Woolf en las tertulias de Justo Sotelo".

Una de las escritoras que más literatura me ha enseñado es Virginia Woolf, y por eso vamos a dedicar una tertulia por Zoom a su obra. Desde que leí "Al faro", "Orlando", "Las olas" y "La señora Dalloway" ya forman parte de mi biblioteca particular como escritor. También hablaremos de "Las horas" (2002), una de las películas más duras y poéticas que he visto, basada en "La señora Dalloway". Por mi parte leeré un breve artículo sobre Woolf que me pidió Ana María Navales en su día para la revista Turia cuando la codirigía. Y ahora me tomo un café y escucho la banda sonora que escribió Philip Glass para "Las horas", una pura delicia que he escuchado decenas de veces en el coche. Lo que más me gusta de conducir es escuchar música como si estuviera en una sala sinfónica, y subir y bajar montañas al ritmo de los latidos de la belleza. Son esos momentos en los que parece que el ser humano formara un todo con la Naturaleza, es decir, con Dios:
 

domingo, 15 de enero de 2023

"El barrio".

El otro día paseaba tranquilamente pisando las hojas cuando alcé la vista y observé que unas niñas del Colegio Madres Concepcionistas Princesa donde mi hijo realizó las prácticas de Maestro cantaban un villancico. Detuve mi camino, saqué el móvil e hice un video de un minuto. Detrás de mí está el Palacio de Liria, de la duquesa de Alba (hace tiempo di clase a uno de sus nietos, un muchacho muy majo y muy alto), a mi izquierda la escultura dedicada a Pardo Bazán, ya que tenía su palacio en esta calle Princesa (un poco más arriba vivió Galdós, el gran amor de su vida) y bajando unos metros la Plaza de España y la Gran Vía. En apenas unos instantes nos da tiempo a ver el mundo: coches, furgonetas, autobuses, taxis, bicicletas, asfalto, semáforos, árboles, hierba y hojas caídas y cielo, el cielo de Madrid. Es mi vida y la vida de los demás, esa que observo con curiosidad desde que tengo uso de razón y constituye la materia prima de mis textos, tanto literarios como científicos, una vida en la que me gusta que los niños canten y sonrían, los niños a los que cuento historias cuando se hacen mayores y se sientan conmigo en la Universidad para seguir encontrándomelos luego por la calle. Y nos paramos un instante, en medio del arcén, en una esquina. ¿Te acuerdas de mí, Justo?, me preguntó hace poco uno de ellos bajándose de la moto y quitándose el casco. El mes pasado te escribí por Linkedln, dijo otro con una sonrisa y una barba de varios días. ¿Sabes que te sigo por Instagram?, me dijeron otras dos chicas el otro día después de un examen.
 
El mundo es hermoso y una niña sensible toca a Chopin: