Ayer por la tarde María Rodríguez Velasco vio la película "Pandora y el holandés errante" (1951), dirigida por Albert Lewin e interpretada por James Mason y Ava Gardner, y me envió por Wasap esa foto de la película. El otro día hablé del centenario de Ava y comenté que mi película preferida de la actriz fue la que interpretó en Tossa de Mar, en la Costa Brava, un lugar donde he cenado varias veces. Su trama nos remite a Wagner y a todo lo romántico y mítico que existe en el ser humano. Pandora Reynolds es una mujer bellísima que destruye la vida de los hombres que se enamoran de ella por su incapacidad de amar o corresponderles. Todo cambia cuando aparece Hendrick van der Zee, un misterioso marinero, cuyo espíritu está condenado a vagar sin rumbo fijo alrededor del mundo hasta que encuentre a una mujer que muera de amor por él. Esta película es considerada la "obra maestra del surrealismo cinematográfico", y siempre me ha gustado porque es un universo de signos. Al fin y al cabo, el mundo contemporáneo, adicto al pragmatismo, cataloga como absurdas las excentricidades del amor romántico esencialmente desmedido y loco. "Vivimos en una época en la que nadie cree en leyendas", dice el arqueólogo narrador de la historia -el propio Lewis-, con la luna y el mar, porque "conocer las profundidades de su alma sería casi tan imposible como vaciar el mar con una taza". Tossa de Mar es ahora la Esperanza, lo último que queda ya en la caja de Pandora, y en su playa aparecen los cadáveres de un hombre y una mujer. Y empieza la película de un hombre y una mujer que necesitan encontrarse para convertirse en eternos:
Cuando llega a su fin siempre escucho a Wagner y sé que seguiré siendo escritor por los siglos de los siglos, a pesar de que me vaya haciendo viejo y me duela la espalda. Será que para un enamorado de la belleza como yo, el mundo está en otra parte:
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