jueves, 5 de enero de 2023

"Después de Picasso solo Dios", dijo Dora Maar.

Es en lo primero que pensé cuando la arquitecta María José Muñoz Spínola, amiga e integrante de mi "tertulia literaria", compartió esta foto ayer por aquí. El artista más importante del siglo XX que murió hace 50 años consiguió que me pasara las horas muertas dentro de los museos de París y Barcelona, y que comiera incluso en ellos. Y veo que María José nos mira desde el Thyssen con una postura de bailarina y un tocado de los años 20, a través de esta fotografía de otra tertuliana, Concepción Heras Elvira. En aquella época Picasso se olvidará del cubismo y comenzará a pintar las "grandes mujeres", como las llamó Gertrude Stein. A pesar de la sensación de libertad, estas mujeres no parecen elevarse; más bien se detienen sobre el suelo y apenas lo tocan, algo que observo en María José delante de ellas. Los brillantes tonos azules del mar y el cielo, el cabello suelto de las mujeres, sus cuerpos apretados, elásticos y materiales, todo esto ofrece sensación de plenitud. ¿Aún no he hablado de música ni he dicho que María José baila tangos en una academia? Alexander Shervashidze hizo una copia casi 30 veces más grande del cuadro y Diaghilev la llevó al teatro sobre un escenario de Jean Cocteau y música de Darius Milhaud. Es el año 1924 en un tren azul nocturno desde Calais al Mediterráneo. En la Riviera francesa nos cruzamos con nadadores, tenistas y levantadores de pesas vestidos por Coco Chanel en una playa cubista, y en el Teatro de los Campos Elíseos de París podemos ver esta escena:
 

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