Me he pasado media vida paseando y la otra escribiendo, y dando clase (y amando, claro). Mientras paseo, pienso, reflexiono sobre lo que quiero escribir o decir a mis alumnos. También suelo canturrear alguna melodía, incluso estudio. Estudio mucho cuando camino por la calle. A veces me meto en un café para escribir en las servilletas, como aconsejo siempre a mis alumnos. Celia, mi fisio encantadora, me ha dicho que tengo que caminar para mejorar la espalda. El otro día paseaba por el bulevar de al lado de casa cuando me adelantó un tipo de treinta y tantos años, con barba de varios días. Llevaba sujeto a un perro y al lado a otros dos más pequeños. Uno llamaba la atención ya que le faltaba una de las patas de atrás, lo que suplía con una especie de carrito atado a su cuerpo. Tan solo fueron unos segundos, pero me percaté de que el animal parecía feliz e incluso corría más que los otros. Saqué el móvil e hice una fotografía. Seguí mi camino en dirección al Café Comercial, donde había quedado a desayunar con José Ramón, uno de mis amigos de toda la vida (nos conocemos desde hace 40 años). Y lo hice canturreando una bella melodía barroca de Marcello. Evidentemente el reguetón, la música disco y esas cosas, como las canciones de ex novias de futbolistas, me parecen ciencia ficción, como la propia literatura comercial. Esto me recuerda a una casi novia que tuve de joven, que se empeñó en llevarme, a la segunda o tercera cita, a una discoteca que estaba en Luchana, y me quedé dormido en la barra. A la semana siguiente la llevé a la ópera y sucedió al revés, quizá porque la invité a un par de copas de Möet Chandom en un entreacto. Unos días después me llamó por teléfono (aquellos fijos de toda la vida) y me dijo que no la llamara más. Y algo similar me ocurrió con otra medio novia, amiga íntima de una ex alumna de entonces, que se empeñó en llevarme a una conocida sala de fiestas que estaba en Juan Bravo y que ahora se llama de otra forma. Creo que pasó vergüenza conmigo porque pedí un vaso de leche como consumición y tuvieron que ir enfrente a por una botella de leche asturiana y una cucharilla. (Por cierto, me acuerdo de que hace un tiempo comí en un chino y me empeñé en tomar un melocotón de postre; como no servían fruta la dueña, muy amable, se acercó a una frutería que estaba a dos pasos de allí). El caso es que camino del Comercial pensé en el perrito de las ruedas. Me dije que si volvía a encontrármelo por la calle y lo acariciaba tal vez quisiera jugar un rato conmigo. De regreso, mi amigo y yo nos encontramos a otro José Ramón, el dueño del Café Casa Manolo en el que hago ahora las tertulias, en mi barrio. En esa misma esquina a veces me encuentro a la poeta Zhivka Baltadzhieva y a su familia, que viven por allí cerca. He escrito el prólogo para su próximo libro bilingüe, y espero que salga pronto.
Escribí este post en una servilleta mientras esperaba a José Ramón, con el que quería estar estos días especiales para él, y escuchaba música con los auriculares:
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