sábado, 14 de enero de 2023

"La fama literaria o de qué hablo cuando hablo de correr".

"Felices aquellos que nunca se dejan seducir por las comparaciones con otros". 
 
Esta frase la escribió el otro día, por aquí, la poeta Juana Martínez López-Prisuelo, que está con mi libro sobre Murakami en el Central Park de Nueva York, sobre la escultura de Hans Christian Andersen. Vive allí y a veces se cruza con Woody Allen por la acera pues son vecinos (se los ve en la primera fotografía que compartió en este muro). Me habría llevado bien con ellos si hubiéramos sido vecinos. Es cierto que soy un tipo tan independiente que a veces me habría olvidado de ellos. Me gusta la gente, como es obvio, pero también pasear solo. Es la única manera que conozco de pensar. Mi madre siempre me lo decía, "no pienses tanto, Justi, y hazte futbolista de mayor, y ya verás de qué forma ganas fama y dinero". Seguramente, hubiera sido un estupendo lateral derecho pues toda la vida he sido muy rápido corriendo (era el que más corría de mi clase, aunque me aburría tanto hacer gimnasia que me di de baja alegando que se me caían las gafas). Murakami tiene un ensayo curioso sobre su cariño a los maratones que ha corrido por medio mundo, también a solas, porque es otro tipo al que le importan un comino las críticas de sus paisanos o la gente simpática de otros países, como le ha sucedido siempre a Allen por parte de los norteamericanos. Imagino que a él se le han roto tantas gafas como a mí, pero no le habrá importado y las habrá cambiado por otras de fabricación europea. A lo largo de la historia demasiados escritores han sido infelices por no recibir el reconocimiento que creían merecer. A la inversa muchos de los que han recibido los halagos de la fama no han sabido gestionarla o no se la han creído realmente. Siempre he pensado que cualquier autor inteligente sabe si su obra es buena o no lo es, aunque los amigos te saquen en TV, te regalen premios y te alaben. Ya se sabe que la esperanza no es lo último que se pierde, sino la vanidad. La fama y la moda son por definición efímeras. Cuando era joven me presenté a algún concurso literario sin conocer a los miembros del jurado ni a la empresa pública o privada que estuviera detrás (e incluso sin un agente que me gestionara el premio). Con apenas veintitantos años escuché mi nombre en una radio pública, ya que era finalista de un concurso que parecía serio. El premio lo ganó un autor mayor muy conocido. Entonces me pregunté si ese señor necesitaba el dinero. No me volví a presentar a ningún otro concurso, y lo que decidí fue estudiar más para poder opinar sobre lo que es bueno o malo en el mundo de la literatura, la música, el cine y el arte en general. Ya era doctor en economía, después me haría catedrático y un tiempo más tarde me fui a la facultad de Filosofía y Letras como un alumno más para hacer la carrera de Teoría de la Literatura que rematé con una tesis doctoral sobre las novelas de Murakami aplicando la teoría de los mundos posibles de Doležel y Albaladejo, y un par de másteres, de Literatura Española y Estudios Literarios. Y publiqué un ensayo sobre Murakami que acabó en Nueva York en manos de Juana en el Central Park. Cuando era adolescente corrí el primer maratón de Madrid, pero en el Paseo de Extremadura se me cayeron las gafas y se rompieron, así que me cogí el Metro.
 
Juana estuvo casada con Juan Alberto Arteche, cantante de aquel grupo de folk de mi infancia, "Nuestro pequeño mundo". Y ahora escucho una de sus canciones mientras corrijo exámenes, que es lo que me da de correr, digo de comer:
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario