domingo, 1 de enero de 2012

El tiempo de Juan Ramón Jiménez (I)

A los quince o dieciséis años siempre llevaba un libro de Juan Ramón Jiménez (JRJ) en la mano, y muchos años después lo sigo llevando. (Ya sé que existen las tabletas, los libros electrónicos y toda esa parafernalia, que espero que nadie me regale durante estos días). Por eso me apetece terminar el año (y comenzarlo) hablando de nuestro gran poeta en este periódico. Al principio me interesaban sus “arias tristes”, y ahora su “tiempo” y su “espacio”, en busca de un dios deseado y deseante que es tan distinto del habitual.

Para Juan Ramón Jiménez la vida se encontraba unida a la obra. Si la suya fue una obra en marcha, su vida también se basó en la misma idea, en busca de la eternidad. La sustancia del poeta tiende hacia la eternidad, mientras que su vida está perfectamente enraizada con la historia. Si en “Espacio” unas palabras atraen a las otras, como en una escritura automática, en “Tiempo” son los propios sucesos cotidianos los que dan sentido a la poesía. Para JRJ los dioses no tendrían “más sustancia” que la que tuvo el propio poeta, pero de alguna forma las personas no pueden despegar los pies del suelo, de esos pequeños acontecimientos de cada día que marcan su destino y le obligan a aceptarlo.

“Espacio” está formado por tres fragmentos: “Sucesión 1”, “Cantada” y “Sucesión 2”; los dos primeros fueron compuestos en los años 1941 y 1942, y el tercero finalizado en 1954. Este poema no fue producto sólo de una inspiración momentánea, sino de una vida volcada en la poesía y en la propia vida. Y la otra cara de la moneda fue “Tiempo”, escrito también en 1941, con un JRJ que intentaba recuperar su ritmo vital. “Espacio” y “Tiempo” son textos gemelos y complementarios,  dos libros que nacen uno al lado del otro y constituyen las primeras manifestaciones de la escritura no discursiva del poeta tras su exilio.

El poeta busca la sustancia de su vida, asimilando con pesar el acontecimiento de la Guerra Civil, su salida de España y su precario estado físico del momento, que le lleva a pasar por el Hospital de la Universidad de Miami. Todo ello se plasma en la subjetividad de “Espacio” y la objetividad de “Tiempo”. Si en su primera época, JRJ supo reflejar en su poesía lo que podría denominarse como un éxtasis de amor, y en la segunda una avidez de eternidad, la tercera supuso la materialización de la necesidad de una verdadera conciencia interior, pero nunca dentro de su torre de marfil, como tantas veces se ha dicho.

Tradicionalmente, JRJ ha sido el maldito de la posguerra. Los franquistas no lo citaban por republicano (sus ideas estaban próximas al krausismo), mientras que los poetas sociales nunca entendieron su compromiso, ya que no existió una buena relación entre él y la Generación del 27.

No obstante, si se profundiza en la huella que dejó en la poesía española del siglo XX, se observa que su matriz se encuentra en la obra de Machado, Lorca y Cernuda, pero también en poetas sociales como Hierro y Blas de Otero; incluso Valente lo reconoce como uno de sus pilares.

En su obra se combinan la música, la pintura y la poesía, siguiendo la idea de que el poeta es un artista y no un “contador” de cosas. Su voluntad de escribir una palabra desnuda se inicia, sobre todo, a partir del “Diario de un poeta recién casado” (1917), que es una forma de combinar la vida interior con la exterior, así como la prosa con la poesía, algo que en cierta forma anticipa la dualidad que representan “Espacio” y “Tiempo”.

 (continuará)

(Publicado en el Diario Progresista el 30 de Diciembre de 2011)

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