En "La de Bringas", Rosalía no tiene excesivas posibilidades
económicas, pero aun así presta dinero a la marquesa. Las convenciones
sociales poseen más importancia que los problemas económicos de cada
día.
En la página 191 de la edición de Hernando
(1975) se puede leer que: “No hay felicidad que no tenga su pero, y el
de la felicidad de la marquesa era que para completar la suma hacían
falta unos cinco mil… Porque sí, estaba pendiente una cuentecilla…” Y
esto pudo hacerlo porque había estado registrando en la “caja fuerte” de
su marido. Así, en la página 188 el narrador expone que Rosalía
“revolvió, contó y recontó todo lo que había en el doble fondo,
pasmándose del caudal allí guardado. Su marido tenía mucho más de lo que
ella sospechaba; era un capitalista. Había cinco billetes de cuatro mil
reales, que componían mil duros, y después un pico en billetes pequeños
que sumaban más de tres mil setecientos”.
Francisco Bringas es denominado “capitalista”, un término que se
había puesto de moda en esa época -como se ha comentado en anteriores
artículos, y por eso, unos párrafos más adelante se otorga sentido al
significado real del capitalismo clásico, cuando el narrador se
introduce en el pensamiento de Rosalía y afirma que “guardar dinero de
aquel modo, sin obtener de él ningún producto, ¿no era una tontería? ¡Si
al menos lo diera a interés o lo emplease en cualquiera de las
sociedades que reparten dividendos…!
También es cierto que el destino ayuda a Rosalía para convertirse en
prestamista y entrar, de alguna forma, en el engranaje del sistema
capitalista. Francisco pierde la vista temporalmente y ella será, desde
entonces, la “capitalista” de la familia, un hecho que influirá en la
paulatina transformación de su carácter, y que Galdós describe con
maestría.
Ese tipo de asuntos abundan en Lo prohibido, una novela que profundiza más en ellos, como ya se ha comentado.
Para empezar, en el capítulo II el protagonista se refiere a las
“indispensables noticias de mi fortuna, con algunas particularidades
acerca de la familia de mi tío y de las cuatro paredes de Eloísa”. Este
es el título del capítulo, lo que otorga evidente importancia a los
aspectos económicos. José María da cuenta de su capital, y con ello se
sitúa a la misma altura que las grandes fortunas de la época, es decir,
Larios, de Málaga, López, de Barcelona, Misas, de Jerez, y Céspedes,
Murgas y Urquijos, de Madrid.
En seguida expone con complacencia (página 68 de la edición de
Castalia, 1971): “Al desaparecer del mundo comercial la casa que giraba
con mi firma, celebré un convenio con los “Hijos de Nefas”, que se
hicieron cargo de todos mis negocios mercantiles, para unirlos a los de
su casa, quedando, además, encargados de liquidar los asuntos
pendientes. Según mi cuenta, la liquidación arrojaría unos cuarenta mil
duros a mi favor… Las viñas arrendadas podían capitalizarse en otros
cuarenta mil duros. Lo que obtuve de las vendidas, de las existencias
cedidas a diferentes casas y de créditos realizados, subía a más de cien
mil, que iría recibiendo en Madrid, según convenció, en los plazos
trimestrales y en letras sobre Londres. Pensaba emplear este dinero,
conforme lo fuera cobrando, en valores públicos o en inmuebles urbanos.”
(Publicado en el Diario Progresista el 25 de Myo dse 2012)
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