miércoles, 15 de enero de 2014
Amor y dolor en literatura
Esta noche Judith no me ha dejado dormir. A veces se me aparecen en sueños los personajes de mis novelas, como la protagonista de “Entrevías mon amour” (Bartleby, 2009), que me ha recordado el amor y el dolor que sintió a lo largo de la historia, primero para encontrar los restos de sus padres asesinados, y después para recuperar al gran amor de su vida.
“Me enamoré de ti desde que subimos a la torre de la iglesia y no podíamos mirar hacia abajo de tanto como nos teníamos que mirar a nosotros. Apenas nos habíamos besado hasta entonces, ni tocado…, yo te besaba y te tocaba por la noche encerrada en mi soledad, despierta y dormida, de las dos formas, mientras acariciaba mi cuerpo e imaginaba que eras tú quien me acariciaba a mí” (p. 299).
“Hay momentos en que siento náuseas. Es cuando me dan ganas de coger un cuchillo y hacerme un corte por alguna parte. Antes de empezar a escribir he pasado el filo del cuchillo por el muslo, cerca de la ingle. Sólo ha sido un roce, una especie de caricia que ha estremecido mi piel. Algo me decía que siguiera penetrando en la carne hasta el fondo; pero me he asustado, he soltado el cuchillo y ha caído al suelo. Unas gotitas de sangre se han precipitado. (¿Te acuerdas del vacío que nos explicaba el padre Román en el colegio, o era de Dios de quien nos hablaba, o tal vez del tiempo y el espacio, o del bien y el mal?) Y han rebotado sobre las baldosas, ¡zas!, sobre las baldosas, ¡chop, chop, chop! (p. 301).