domingo, 7 de marzo de 2010

EXPEDICIÓN A SAMARCANDA (TRAS LOS PASOS DE CLAVIJO)





Antonio Miguel Carmona                  
Lorenzo Dávila
Justo Sotelo

                                                Madrid, verano de 2005 

En Cuatro Vientos, cuando encendimos los magnetos de la avioneta que nos haría cruzar el Mediterráneo, pensamos en aquel hombre, Ruy González de Clavijo, que partía como nosotros hasta Samarcanda seiscientos años antes. Nacía la Expedición Samarcanda, tendente a rememorar, paso a paso, la ruta que Clavijo hizo como Embajador de Castilla a la Corte de Tamerlán. La expedición científica estaba conformada por tres profesores universitarios, dos de ellos pilotos -Antonio Miguel Carmona y Lorenzo Dávila-, además del que estoy escribe, y un periodista -Carmelo Encinas-, y coordinada desde Madrid por el doctor en Historia, don Manuel Ortuño; una expedición que, siguiendo los mismos pasos que el castellano, cruzaría el Mediterráneo en avioneta, y, posteriormente, en vehículo rodado Turquía, Irán, Turkmenistán y Uzbekistán, hasta llegar, Dm., a la capital del Gran Tamerlán: Samarcanda.Ruy González de Clavijo: se trata de uno de nuestros más ilustres madrileños, emisario del rey Enrique III el Doliente a la Corte de Tamerlán en Samarcanda, de cuya embajada, de 1403 a 1406, se cumplen ahora seiscientos años. De dicha embajada el madrileño Clavijo redactó uno de los más importantes libros de viaje medievales, Embajada a Tamerlán, obra destacada junto con El libro de las maravillas de Marco Polo en la mayoría de las universidades del mundo. Pero nuestros grandes hombres permanecen en el olvido y es hora de que nuestras universidades y nuestras instituciones saquen de la desmemoria a nuestros más grandes personajes. Esta expedición trataba de emular, de rememorar, de homenajear a Clavijo, a la Castilla del siglo XV y, cómo no, a nuestra propia historia.

Tras salir del aeropuerto de Cuatro Vientos nuestra aeronave pronto avistó Ibiza. Una parada de rigor y un recuerdo a las jornadas que Clavijo pasó en esta Isla, sobre todo aquellos episodios en los que una fuerte tormenta le hizo tardar dos días en llegar de Formentera a la isla ibicenca. Una Ibiza en la que Clavijo fue recibido por el Gobernador de Aragón y donde sin duda se encontraría con numerosos catalanes, tras el proceso colonizador que se puso en marcha muchos años antes a partir de la llegada de Jaime I el Conquistador.
Fue precisamente en Ibiza donde nos comenzamos a percatar de los problemas que íbamos a encontrar a nuestro paso. Por motivos de seguridad no se nos permitía aterrizar en Nápoles y teníamos serias dificultades en hacer escala en cualquier aeródromo italiano. La psicosis del Gobierno de Italia tras los atentados de Londres, Egipto y Estambul, afectaron seriamente a nuestro viaje.
Volamos hasta Cerdeña, donde dormimos, para partir a la mañana siguiente y recorrer con nuestra avioneta las Bocas de Bonifacio, cuyo recuerdo permanece tal como Clavijo las describió. Nuestro vuelo, turbulento en algunos momentos, nos llevó a sobrevolar el volcán Estrómboli: una jornada inolvidable, en la que la avioneta sobrevolaba cada vez mas cerca la isla del volcán, acariciando casi con nuestros dedos los humos que de su boca salían sin cesar.
Cruzamos posteriormente el Estrecho de Messina, y, allí, recordamos de Nuevo el esfuerzo que a Clavijo y a los suyos les supuso cruzar dicho estrecho durante aquellas duras jornadas en una nueva tormenta que a la carraca en la que viajaban hubo de hacerse insoportable.
Llegamos a la Isla de Rodas, donde pernoctamos. Allí, Clavijo fue recibido por los Caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén, quienes le avisaron de que sería difícil poder encontrarse con Tamerlán ya que éste había desistido invadir Egipto, dado que el Sultán de Babilonia había aceptado ser súbdito suyo. Allí nos encontramos nosotros el lugar donde el Coloso se elevaba en la bocana del puerto, destruido posteriormente por un terremoto y vendidas sus piezas de bronce por un mercader musulmán a un comerciante judío.
Tras pernoctar en Rodas nuestro vuelo fue sorteando, a vista de pájaro, las islas griegas que Clavijo fue recorriendo. Llegamos entonces a Estambul, donde el madrileño se encontró con el Emperador de Constantinopla; el hijo de éste, Micer Illario Genovés, le enseñó la capital de Oriente, llenando de sorpresa y satisfacción los ojos de la expedición castellana. Sin duda se encontraría Clavijo, como nosotros, la Iglesia de Santa Sofía, la Cisterna, el Hipódromo, y tantos hermosos edificios de esta capital que lo fue de un Imperio. En Estambul nos recibió el Cónsul de España, al que le hicimos entrega de la bandera de Madrid. Un acto en el Consulado ponía un hermoso colofón a las jornadas mediterráneas. Además, la entrevista con el cónsul nos hizo rememorar aquellas hazañas de estos embajadores que ahora seguimos. Estambul, cierto, se mantenía bastante vacío; los atentados sufridos, los esperados, han hecho que Constantinopla sufra una notable reducción de su turismo.
Cuando Clavijo partió tuvo que cruzar el Mar Negro, no sin antes sufrir un naufragio en toda regla. Llegó a Trebisonda, como nosotros, si bien en nuestro caso ya en vehículo rodado.
Nos acercamos al monte en el que el YAK-42 sufrió aquel tremendo accidente; allí depositamos un ramo de flores en un homenaje que nos hizo pensar a todos en la soledad de las familias, entre aquellas valles, en aquella Turquía montañosa del noroeste, en aquel lugar en el que se erige un emocionado monumento a los militares españoles en el que se observa a un soldado turco portando el cadáver de un soldado español. En esos momentos nos vimos más pequeños que nunca, como si la soledad del paisaje y el recuerdo de los muertos nos obligaran a mirarnos hacia dentro, en una suerte de introspección que nos vino bien realizar.
Como Clavijo, nos adentramos hacia el sur hasta llegar a Erzincan y Erzurum. En esta última descubrimos una hermosa madrasa del siglo XVIII; posteriormente nos conducimos por territorio kurdo. Llegamos a Doguguayacil, ciudad fronteriza con Irán, poblada por los kurdos. Encontramos tanquetas del ejército turco por las calles, motivo de nuestra sorpresa. Allí en Doguguayacil, conversamos con los kurdos, nos hablaron de su guerrilla, de su deseo de independencia, de sus sueños de tener un Gobierno y un Estado propio. Qué paradoja: mientras nosotros encontrábamos kurdos, Clavijo encontró, decía, armenios cristianos. Pero precisamente los kurdos nos llevaron hasta el monte Ararat, donde Noe ancló su arca: una inmensa montaña de más de cinco mil metros, imponente, sacra para el pueblo del Kurdistán.
Al día siguiente cruzamos la frontera iraní, por el mismo lugar en el que Clavijo encontró un castillo cuyo dueño recomendó a su hijo para Obispo. Nosotros llegamos a Khoy, primera ciudad persa para Clavijo, primera ciudad iraní para nosotros. En Khoy nos recibieron con los brazos abiertos y, pronto, como de forma súbita, se nos acercó una multitud que nos rodeó; de esta salió un joven iraní, el mejor vestido de entre ellos para invitarnos a conocer sus cultos, su comida, sus costumbres. Su amabilidad nos sorprendió, y nos enriqueció conversar con los pasdaran de la mezquita.
De Khoy fuimos a Tabriz, donde pernoctamos y conocimos la hermosa Mezquita Azul que Clavijo no pudo descubrir dado que fue construida varios años después. Allí, Clavijo descubrió el complejo sistema de postas de Tamerlán, cuestión que le ayudó a proseguir su viaje; esta vez, Clavijo y sus acompañantes, viajaban por la noche, con el objeto de evitar las elevadas temperaturas, tal como le recomendaron los enviados de Tamerlán. Nosotros sufríamos cuarenta y cinco grados en el termómetro de nuestro vehículo, recordando que quizás, también, hubiera sido lo correcto viajar de noche.
Hace seiscientos años Clavijo llego a Soltania, nosotros durante este final de julio de 2005. En aquel lugar, la ciudad de los sultanes, Clavijo conoció al hijo de Tamerlán, Miraxa Mirasan, el cual le agasajó, le mostró la ciudad y el camino. Descubrimos un hermoso Mausoleo que sin duda conocería Clavijo, por su altitud y por haber sido construido alrededor del siglo XIV. Un mausoleo que en principio iba a ser destinado a depositar los restos del yerno de Mahoma, el Imán Ali, pero que sin embargo sirvió para enterrar a su constructor, un Sultán Mogol.
Muchas horas después llegamos a Teherán. No descubrió Clavijo en ella la ciudad de catorce millones de seres humanos que nosotros encontramos, ni los siete millones de coches que la colapsan a diario. Fuimos al Bazar, dicen que el más grande del mundo, y a la mezquita Imán Jomeini, donde observamos en su plenitud los ritos y muestras del Islam. Recibidos por el Embajador de España en Teherán, le hicimos entrega de la bandera de Madrid, teniendo entonces con él una larga y enriquecedora comida. Teherán fue una experiencia inolvidable: conversando con los iraníes, los pasdaran, incluso sus mujeres que nos revelaron que su deseo era rechazar el paso de la modernidad porque para ellas era "más importante no perder el alma", a diferencia de otras que nos explicaron “la necesidad de ser iguales a los hombres”. No hay un solo Irán, como no hay un único color a los ojos de nadie.
Tras salir de Teherán llegamos a Damghan donde visitamos la mezquita más antigua del Irán: Tarikhumeh. Siguiendo los mismos pasos de Clavijo cruzamos Bastan y Jagosa, hasta llegar a Neysapur. En estos lugares recibía Clavijo la llamada de los enviados por el Emperador Tamerlán, el cual les pedía que aceleraran su ruta, no teniendo eco sus protestas de cansancio y enfermedad.
Al llegar a Neysapur nos encontramos una ciudad perfectamente descrita por Clavijo; huertos y minas de turquesas. Allí murió el acompañante militar del madrileño, Gómez de Salazar, al que rendimos tributo. Y allí precisamente, en Neysapur, visitamos la tumba del gran poeta Omar Kayyan en la que recitamos sus versos.
Clavijo encontraba ya a su paso tribus tártaras, hasta llegar a Mashad. Nosotros, en Mashad visitamos la tumba del octavo profeta, el Imán Reza, envenenado por el Califa Mamun, en un lugar visitado por doce millones de peregrinos al año. Vimos también la mezquita Azim-e-Gohar-Shad, que comenzó a construirse cuando Clavijo llegaba, dedicada a la mujer (Gohar Shad) del hijo de Tamorlán, llamado Sha Rock. En esta ciudad santa nos recibió un Ayatollahislam y varios Mulah; hablamos de Teología; le preguntamos por la posición del Ayatollah Mustasadej, dado que se trata de un Ayatollah que ha generado una fuerte oposición al régimen y del que Kjomeini precisamente dijo que iba a ser su heredero; nos dijeron que el Ayatollah estaba en Isfaham, pero que ya no le seguían las masas. También en Mashad, como en Teherán, los jóvenes ocupan una parte de la ciudad, digo bien, en la que ellas sustituyen el Chador por un pañuelo de colores que se lo ponen cada vez más hacia atrás.
Abandonado Mashad nos adentramos por la frontera con Turkmenistán. Allí dormimos en una habitación de un lugar inhóspito, en el suelo, sobre las frías baldosas de un refugio.
A las seis de la mañana nos dispusimos a cruzar el Desierto Negro, el Karakoum. Pronto nos llegaron cincuenta y siete grados centígrados. Dormimos en una casa de mala muerte, a cuarenta y nueve grados. Recordamos cómo Clavijo tuvo que albergarse en chacatanes y nosotros refugiarnos en las escasas sombras.
Precisamente por estas tierras Clavijo fue recibido por el caballero Mirabocar, llegó a Ancoi, luego Mashar-i-Sharif, cruzo el Amu-Daria, arribó a Termiz (donde Alejandro venció a Poro), cruzó las Puertas de Hierro, la ciudad natal de Tamerlán, hasta llegar a las puertas mismas de Samarkanda.
Para nosotros cruzar Turkmenistán fue tenebroso. veinticuatro controles militares, la temperatura, el cansancio. Cruzamos el Amu-Daria, el tercer río que nace del Paraíso decía Clavijo, y, por fin, llegamos a Uzbequistán. Tierra de provisión, de gente amable; Bukhara, la ciudad de las mezquitas azules, fue como entrar en la Edad Media, entre callejuelas y niños bañándose en charcas. Precisamente ya en Bukhara nos recibió el alcalde, al que también se le hizo entrega de la bandera de Madrid, para luego ser recibidos por el Rector de la Universidad del Estado.
Dos días después, por fin, entramos en Samarcanda. Nos recibió un arco iris cristalino, una tenue lluvia. Al fondo, el mausoleo del nieto de Tamerlán, a la derecha la avenida Ruy González de Clavijo, al fondo un distrito llamado Madrid, en honor al madrileño visitante. Nos recibió el Alcalde y el Rector, nos agasajaron las autoridades y la prensa, nos emocionó saber que habíamos culminado el camino que tantos años antes, seis siglos, había cruzado un madrileño llamado Ruy. La ciudad capital de Timar el Cojo se hacía sentir abierta y receptiva a una Castilla que de nuevo, tras tantos años, volvía a cruzar sus lares, sus paseos, sus mezquitas, sus recuerdos.

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