“Hilo  de plata” es una novela de Ángel García Galiano publicada por Dhyana  Arte en 2011. La primera impresión que se recibe después de haberla  leído es que trata con respeto a sus lectores (esos lectores “modelo” a  los que me referí en mi anterior artículo en este periódico siguiendo la  estela de Umberto Eco, aunque éste acabe de desdecirse al insinuar que  piensa simplificar “El nombre de la rosa” para ganar más lectores). Y  ese hecho es esencial, ya que estamos amenazados por una abundancia de  novelas (policiacas, históricas, etc.) que dicen llamarse literarias,  pero menosprecian al lector en cada página.
 La primera novela de García Galiano, “El mapa de las aguas”  (Mondadori, 1998), supuso el arranque como narrador de un escritor  serio, culto, comprometido (con la vida y con el lenguaje), y alcanzó  cierta repercusión entre críticos y lectores. Además de novelista,  García Galiano es poeta, como muestran sus poemarios: “Liturgia de las  horas” (Huerga y Fierro, 1998), tan rilkeano, “Oculto mensajero” (1981) y  “Tierra prometida” (1988), que poseen características estilísticas muy  similares a las de sus novelas.
También es profesor de Teoría de la Literatura y Literatura  Comparada en la Universidad Complutense, y un seductor nato como  docente, de lo cual puedo dar fe, ya que fui su alumno hace unos años (a  pesar de que tengamos, prácticamente, la misma edad). Sus clases son  una parte esencial en su vida, y quizá por eso atrapa con tanta fuerza a  sus alumnos con su discurso inteligente, cálido y cercano.
“Hilo de plata” son dos novelas en una: las historias de Pablo y  Aurora que se pueden leer de atrás hacia adelante, y a la inversa,  porque hablan de dos personas normales y corrientes que no terminan de  encontrarse. En sus páginas se observan ecos del Quijote (en realidad es  como un leitmotiv que se repite en toda su producción), desde la línea  espacio/temporal hasta el discurso narrativo. Incluso la nostalgia que  destilan esas páginas debe mucho a Cervantes.
Las dos historias se estructuran en una especie de círculos  concéntricos, pero Aurora lo hace desde lo más íntimo, y en su semántica  se aprecia una verosimilitud cercana. Su historia está atravesada por  la idea de la intolerancia. García Galiano opta por la defensa de los  valores del humanismo (cristiano o no, eso es lo de menos), como no  podía ser de otra forma, ya que es un humanista convencido, capaz de  mezclar los avatares de una vidas sencillas con un mundo atroz, dominado  por las guerras y la ignorancia.
El libro de Pablo es la réplica perfecta al de Aurora. Su estilo es  diferente, menos poético, incluso duro y seco en ocasiones, quizá porque  es la única manera de describir lo que siente una persona atrapada por  el extremismo religioso más nocivo, y también ignorante. No suele ser  habitual encontrar en la literatura española una descripción tan  inteligente y, a la vez, desencantada de ese mundo religioso.
Los mundos de Pablo y Aurora se funden al final (o a mitad de la  novela, por la curiosa forma en que está construida), pero lo que de  verdad los unifica es el lenguaje, que poco a poco confluye en ambas  historias.
La publicación de su siguiente novela, “La casa sin palabras”, cuyo  manuscrito he tenido la suerte de leer, también merecerá otro artículo.  Sólo puedo adelantar, en ese sentido, que tal vez sea su mejor novela.  Don Quijote sigue cabalgando de alguna forma -aunque sea en la mismísima  África-, y eso da pie a pensar que García Galiano debe seguir  describiendo el mundo inagotable que lleva dentro.  
Utilizando el argumento de los “dos” libros de “Hilo de plata”, es de  desear que los “dos” mundos de García Galiano sigan cabalgando muchos  años por las tierras de la Mancha, la enseñanza y la literatura.
(Artículo publicado en el Diario Progresista, el 22 de Julio de 2011)
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