lunes, 18 de julio de 2011

En busca del lector modelo

En la última reunión de la tertulia literaria del Café Ruiz, salió a relucir la importancia del LECTOR en la literatura actual, que debería poseer una relevancia que no tiene. Los diferentes integrantes de la tertulia estuvimos discutiendo sobre el papel que debería adquirir ese lector, si no queremos terminar con el sentido que la literatura ha tenido en los últimos siglos. 

La convención ha otorgado la máxima importancia a la obra literaria, e incluso a la figura del autor en ciertos casos; sin embargo, la figura del lector siempre queda en segundo plano (salvo en las consideraciones de la Teoría de la Recepción y posturas similares).

En esta época “líquida”, en palabras de Bauman, donde solemos exigir mucho a los demás, pero muy poco a cada uno de nosotros, deberíamos exigir también al lector que reúna una serie de características concretas que le conviertan en lo que Eco denominó “lector modelo”. En sus “Apostillas a El nombre de la rosa”, Eco afirma que cuando el escritor escribe se produce un diálogo de doble sentido, con las obras escritas antes que las suyas y con el lector modelo, un lector creado por el propio escritor para que pueda disfrutar de las “cien primeras páginas” de su compleja novela.

El lector modelo también suele interpretarse como lector “implicado” por parte de otros teóricos de la literatura como Calvino, Ayala o Booth, y ese lector no debe limitarse a criticar la obra sin ninguna base razonable, ni limitarse a decir que es buena o mala sin más. Una obra literaria puede ser excelente si sus lectores también lo son.

Anteriormente, me refería a la costumbre del ser humano de pedir ayuda a los demás, asumiendo que él no tiene la culpa de nada. La culpa siempre es de los otros, nos lavamos las manos y exigimos soluciones a los demás, por ejemplo al Estado, lo que recuerda las famosas palabras de Cicerón cuando comentó en su “Tratado de los deberes” que la gente debe aprender nuevamente a trabajar, en lugar de vivir a costa del Estado. Pues bien, trasladada esa idea al mundo de la literatura, el lector debería cerrar el ciclo de la experiencia literaria, y para ello tendría que estar tan preparado como el propio autor. El esfuerzo tiene que comenzar siendo individual, para trasladarse después a lo colectivo. Es fácil cobijarse en el gusto de las mayorías, de los “best-sellers”, de lo comercial, de lo políticamente correcto, sin que cada persona no realice su propio examen de conciencia.

(Artículo publicado en el Diario Progresista el 15 de Julio de 2011)

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