viernes, 16 de septiembre de 2011

Posmodernidad literaria (I)

La globalización tiene raíces económicas y financieras y está “uniformando” la ideología, las costumbres, los gustos y la cultura de casi todos los seres humanos del planeta. Este proceso no tiene marcha atrás y afecta tanto al derrumbe de las fronteras entre los países, como a la libertad de los mercados de capitales, mercancías, servicios y trabajadores.

El sistema capitalista cree que todo tiene un precio y los mercados se autorregulan. Es como si se volviera al viejo concepto de mano invisible de Adam Smith, con una oferta que crea su propia demanda. Lo malo es que el que permanece fuera del sistema queda eliminado automáticamente.

Un ejemplo de desorientación es la actual crisis económica, iniciada en el verano de 2007 con la quiebra de las “hipotecas basura” en Estados Unidos y que se ha extendido al resto de economías desarrolladas del mundo. Los bancos no quieren prestar dinero, las familias no desean consumir y las economías quiebran. Ahora más que nunca vuelven a estar de moda las expectativas que afectan a las actividades ordinarias de los seres humanos, los “animal spirits”, un concepto acuñado por el economista Maynard Keynes (amigo de Virginia Woolf y el grupo de Blommsbury) para mostrar el grado de irracionalidad del hombre.

En este contexto no sería descabellado pensar que las personas cada vez se comunican más, pero lo que se observa es que están aumentando los problemas del espíritu, con personas cada vez más solas, aisladas, dominadas por enfermedades que no sólo provienen del exterior, sino del interior de ellas mismas.

Determinadas actitudes son fáciles de entender desde una óptica puramente económica. Se multiplican las consultas a los psiquiatras, psicólogos y psicoanalistas, las sectas religiosas han resurgido de sus cenizas y se producen atentados sobre personas que no han hecho daño a nadie y que suelen tener raíces aparentemente incompatibles de tipo económico y religioso.

En tiempos así suele triunfar la literatura de la soledad y el desamor, la literatura del aislamiento, con personajes que buscan con desesperación que los quieran, los deseen, los escuchen sólo unos segundos que justifiquen su existencia. Unos personajes que están al borde del abismo, y que piden a gritos que alguien les eche una mano y les impida saltar para acabar con su sufrimiento. Ante una situación de caos, tanto físico como psicológico, se necesita más que nunca una literatura que sirva para unir a los seres perdidos del planeta.

Quizá por ello están triunfando las narraciones auto-anulantes y auto-reveladoras (la metaficción en general), las narraciones “ich”, o en primera persona, y las novelas llenas de mundos imposibles no autentificables. Además, ya no se cree en dioses que dirigen los destinos desde su mundo sobrenatural, como he tratado de demostrar en mis últimos artículos de este periódico.


(Publicado en el Diario Progresista el 16 de Septiembre de 2011)

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