viernes, 10 de febrero de 2012

El relator del tiempo

Manuel Rico es uno de los mejores creadores españoles del tiempo narrativo. Además de cronológico, el tiempo de sus historias es mítico, histórico y psicológico. Como domina el arte de escribir, su tiempo también es perfectamente lingüístico.

La mujer muerta, que ha reeditado con primor la editorial Rey Lear, es un viaje literario al centro del perdón, de la fantasía perdida, de la historia que pudo ser, de las dificultades por sobrevivir. El nuevo Prometeo habita en el mundo (como diría Todorov) y sólo el arte puede salvar a los seres humanos. Eso es lo que siente, o necesita sentir, el protagonista de la novela, el pintor Gonzalo Porta, y por eso discute sobre el sentido del arte y de la vida con sus dos mejores amigos, Monsalve, dueño de la editorial Pérgola (donde también trabaja Berta, su mujer) e Illana, que escribe un ensayo que no es capaz de terminar.

Tras alcanzar la madurez creativa y humana, Porta entra en una crisis existencial, que le llevará a buscar las raíces de su pintura (entre el arte abstracto y el realista), de sus sentimientos más profundos, de la propia historia de su país que se quedó congelada en la memoria, como en tantas novelas posmodernas donde se “espacializa” el tiempo (lo que recuerda algunas de las mejores novelas de Murakami, aunque estilísticamente el mundo del escritor japonés sea tan diferente).

Otro de los rasgos esenciales de la literatura de Rico es su capacidad para crear mundos paralelos al real, por utilizar un enfoque semántico estudiado por Doležel y Pozuelo, entre otros. Rico convence a sus lectores de que los mundos posibles existen. No es que sus textos recuperen la memoria histórica y sentimental, sino que la construyen. La profunda textura de La mujer muerta crea el mundo posible de Cerbal, en la Sierra Pobre de Madrid, y no al revés. El mundo de Gonzalo Porta empieza y termina en el texto, y su belleza nace de la perfección con que está escrito. En el mundo de la novela se habla de arte, literatura y cine, pero también de tiempos perdidos y desolados, en definitiva, de la vida. Y los lectores se creen a sus personajes no sólo por aceptar el “pacto de ficción”, sino porque Rico los autentifica a lo largo de sus páginas. En ese sentido, la utilización de la idea de pasadizo interior (tan amado por Cortázar), le sirve para conectar el presente histórico de la novela con un mundo real olvidado en los años cincuenta, donde el tiempo deshabitado se llenará de la búsqueda de la inspiración de Gonzalo Porta.

El protagonista necesitará de la ayuda de otras personas para “reconstruirse” por dentro, como el niño que adopta como hijo (aspecto esencial en su relación con Berta), los artesanos que habitan tanto la ficción como la realidad, y los dos textos que sirven de canales semióticos a la historia, la novela The Frontier of Time, escrita por un enigmático escritor llamado Scybilia, que recuerda a Hemingway, y el manuscrito inédito de Jaime Zarco, Tiempo deshabitado, que Pérgola no querrá publicar. Tanto esos dos escritores como el propio Porta, demuestran su obsesión por el paso del tiempo y la muerte, en su búsqueda de un lugar mítico y literario, donde los límites del espacio se desvanecen y el autor implícito (que es el autor real de la mayoría de las obras de Manuel Rico) se entremezcla continuamente entre las páginas de esta novela.

Rico es un enamorado de la literatura y de los libros, de los textos y de los mundos que éstos proponen. Por eso, La mujer muerta no es una novela ni mimética ni antimimética, sino un artefacto cultural, una obra de arte.

La mujer muerta

Manuel Rico
Rey Lear
390 páginas

(Publicado en el Diario Progresista el 10 de Febrero de 2012)

No hay comentarios:

Publicar un comentario