martes, 7 de febrero de 2012

Reseña de Alejandro Simón sobre una biografía de David Bowie

Música

´Starman´: sin noticias de Marte

El poeta malagueño Alejandro Simón analiza la última biografía de David Bowie

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Retrato de David Bowie.
Retrato de David Bowie. La Opinión
ALEJANDRO SIMÓN PARTAL Aprovechando que estos días se está celebrando el 65º aniversario de su nacimiento, aprovechando los rumores sobre su delicado estado de salud, aprovechando las alarmas de lo que parece una retirada definitiva, aprovechando que siguen reeditándose viejos discos y material inédito… Aprovechando la fertilidad del momento se acaba de publicar Starman, la enésima biografía sobre David Bowie. Siempre es de celebrar cualquier inmersión en el universo del eterno Duque Blanco, seguramente el artista más influyente y original del siglo XX, un visionario que cambió la forma de hacer las cosas, que creó tendencias –algunas a partir de collages imposibles– en lugar de seguirlas, que pasó de ser el rey del glam a un impecable crooner mientras se deformaba cada noche en Broadway interpretando The Elephant Man; fue el primer blanco que se atrevió con la música negra, su autoproclamado plastic-soul; el duque que deambuló junto a Iggy Pop por el fango setentero de Berlín y que, entre tratamientos de limpieza poco rigurosos, hicieron unos discos que, por sí solos, ya justificarían de largo cualquier carrera; ese al que no le temblaba el pulso al desenterrar a su viejo fantasma, Major Tom, y sacarlo a pasear casi veinte años después de su sepulcro en la referencial Ashes to Ashes; superviviente del descalabro ochentero creando, entre discos flojos, melodías exquisitas para pasar de hacer dúos con Tina Turner a la música conceptual de Outside y, posteriormente, a la desnudez electrónica con el respaldo de crítica y público. Un pulso frío que rara vez temblaba, ni con el pincel (llegó a forma parte de Modern Painters), ni con interpretaciones que convertían guiones mediocres en cine de culto, un organismo extraterrestre que había mordido mucho polvo y que, pasados los cuarenta años de sus primeros éxitos, siguió componiendo canciones memorables, disfrútense Slip Away o Bring me the Disco King; el niño prodigio de Brixton que, en definitiva, reventó el áspero corsé que sostenía al mundo y decidió venderlo a la baja para acabar siendo, como el propio Cernuda, todas las cosas que amaba (y otras que no amaba tanto).

En Starman, Paul Trynka nos arrastra a una de las carreras más excitantes y controvertidas de la historia de la música evocando, de forma novelesca con una cuidada prosa, míticos episodios como aquel famoso puñetazo que le plantó Lou Reed ante la insinuación sobre su dejadez musical y estética que hizo Bowie, las correrías nocturnas en el Max´s Kansas City, los revolcones con Mick Jagger en los guardarropas, sus visitas a la Factory de Andy Warhol, y su estado paranoico, principalmente durante su estancia en Los Ángeles, incentivado por una inmaculada dieta blanca de leche y cocaína. Sin embargo los ya iniciados poca materia nueva van a encontrar, a pesar de contar con una documentación exhaustiva a base de entrevistas –más de doscientas– a algunos de los personajes fundamentales en la trayectoria de Bowie como Tony Visconti, George Underwood, Philip Glass o Mike Garson, acompañado por un amplio y cuidado catálogo fotográfico dividido en las distintas épocas del camaleón, mejorando mucho la obra anterior de Christopher Sandford, Amando al Extraterrestre (2008). La gran laguna del trabajo de Trynka (y la de todos) nace el 25 de junio de 2004, esa noche David Bowie actuaba en el Hurricane Festival en Scheessel, Alemania, y tuvo que interrumpir su concierto para acabar desplomándose de dolor tras el escenario, sufrió una angioplastia que estuvo a punto de acabar con su vida. Tuvo que cancelar la gira donde presentaba nuevo disco, Reality, la más ambiciosa desde 1995, y a partir de entonces sus apariciones han sido contadísimas, ahí empieza su exilio absoluto, sólo ocasionalmente interrumpido por intervenciones en algunos actos y conciertos, junto a David Gilmour o Arcade Fire, o escoltando en la alfombra roja a su hijo, el director Duncan Jones. Son muchas las voces que relacionan este aislamiento con un problema grave de salud, sin embargo en una reciente entrevista al productor Tony Visconti, éste declaraba que ve periódicamente a Bowie y que su estado de salud es perfecto, pero no quiso ni especular sobre su futuro inmediato.

Dejando a un lado el inmenso legado ya bien abarcado (también excelente es el amplio estudio que publicó en 2001 David Buckley, David Bowie, una extraña fascinación), interesa más escuchar este silencio, que va camino ya de la década, sumergirse en sus entresijos; interesa, como en aquellos silencios de Rimbaud o Salinger, saber qué habita ahí, hacia dónde dirige aquel magnetismo atómico que antaño llevara a Iggy Pop, Lou Reed o Brian Eno a alcanzar un pico de creatividad difícilmente igualado en sus prolíficas carreras. Mención aparte merece la referencia que hace el autor a Lady Gaga o Madonna como últimos ejemplos de su influencia, habría que considerar en calidad de qué se las cita, musical no, por supuesto, y si es por el histrionismo estrambótico habría que comentarles que no han entendido nada, ¿compararía alguien a Julio Iglesias con Leonard Cohen por vestir traje? La explicación básica es la fuerza que va perdiendo el trabajo de Trynka a partir de aquel concierto interrumpido en Alemania, la isla inabordable en la que el padre y asesino de Ziggy Stardust parece hallar todo lo que necesita lejos de estudios y escenarios. Para visualizar esa orilla, aunque sea de lejos, Starman es, hasta el momento, la mejor guía para un camino donde abismo y goce van de la mano.

Sus sublimes últimos discos, Heathen (2002) y Reality (2003) nos devolvieron al mejor Bowie desde Scary Monsters (1980), sólo el tiempo dirá si tiene algo más que decir, de no ser así, este broche final sin homenajes ni redobles habrá sido la enésima lección de elegancia e independencia de un artista mayúsculo, irrepetible, del hombre que cayó en un tibio planeta de traje gris para vestirlo y dirigirlo a su gusto, y qué gusto, Sir.

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