viernes, 3 de febrero de 2012

El "Grito" de Munch y el sistema capitalista

Este fue el primer artículo que publiqué en el Diario Progresista hace un año exactamente. Y ahora que se cumple el primer aniversario del periódico he querido recuperarlo.

El sistema capitalista es el único que ha sobrevivido en un siglo XX convulso, lleno de guerras y totalitarismos, pero eso no significa que sea perfecto. Si, por una parte, el ser humano se encuentra más comunicado que nunca, por otra, la sensación de incomunicación también resulta patente. Muchas personas tienen miedo a no verse reflejadas en el espejo de la vida, incluso de que el espejo no exista. El aislamiento y la soledad pueden ser terribles para los que sienten que no tienen ningún control sobre su existencia.


¿Cuál es la explicación a esta paradoja? ¿Quizá la imposibilidad de asimilar tanta información, y sentir que hay un lugar en el mundo para cada uno? El ser humano se siente libre, pero a la vez prisionero. Ya no existe la esclavitud como tal (aunque, ¿qué representan, si no, las cárceles de Guantánamo y de algunos países donde la pena de muerte aún continúa vigente?), pero ha surgido una especie de esclavitud “mental” que lleva a algunas personas al suicidio y a otras a los sillones de los psiquiatras. Ahí radica parte del mundo invisible del que hablaba Kafka en sus relatos, y que es fruto de un sistema económico sin alma ni corazón.

¿Qué ocurriría si cualquier mañana alguien tocara en nuestra puerta porque nos han denunciado por alguna cosa, y nos metieran en la cárcel? ¿Qué sucedería si no pudiéramos pagar la hipoteca del piso? ¿Y si el banco donde tenemos los ahorros de toda la vida se declarara en suspensión de pagos, o el gestor de nuestro patrimonio nos llevara a la ruina por su desmedida ambición? Y eso que ni siquiera se han mencionado a los mil millones de personas que malviven con un dólar al día, aunque puedan conectarse a Internet desde el lugar más remoto.

A pesar de los avances en todos los órdenes de la vida (por supuesto, positivos), somos incapaces de construir mapas cognitivos que abarquen el mundo por completo y den sentido a la posición que nosotros mismos ocupamos en el mapa. Ya no sentimos placer ante las flores mágicas de Rimbaud ni los torsos griegos de Rilke. Ahora sólo tienen valor los sujetos que han sido convertidos en objetos, y si miramos hacia atrás nos encontramos con el Grito de Munch, que, de alguna forma, representa la alienación, la fragmentación social, la soledad y el aislamiento.

(Publicado en el Diario Progresista el 3 de Febrero de 2012)

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