viernes, 16 de marzo de 2012

Siempre nos quedará don Quijote (y V)

Con este artículo finalizo mi pequeño repaso a uno de los episodios más interesantes del Quijote, donde se resume la idea esencial de la obra, en esa lucha constante entre la ficción y la realidad. Ni que decir tiene que mi pretensión ha sido elaborar una metáfora del mundo que nos ha tocado vivir en la actualidad. La crisis económica no puede terminar con nuestras ilusiones, y por eso, al menos, siempre nos quedará una obra como el Quijote.

Cervantes estaba creando la novela moderna al tener en cuenta métodos de escritura habituales en los siglos siguientes. Cada personaje asume de alguna forma el papel que se le ha encargado, cambia su apariencia gracias al disfraz y se mueve en un escenario preparado al efecto. Cervantes no es original en esos planteamientos, pero logra que den coherencia a los momentos más divertidos, lo que consigue con su conocimiento de teoría literaria.

La noción de historia no tiene que ver con el progreso; no supone una mejora, un avance; es un viaje que pretende explorar nuevos mundos. La ambición del novelista no es la de hacerlo mejor que sus predecesores, sino la de ver lo que no han visto, la de decir lo que no han dicho. Si hay tanta teoría literaria en esta novela es porque el autor es consciente de que está inventando un nuevo género.

La complejidad psicológica de los personajes acerca más al Quijote a la novela que estaba por venir. Muchos escritores posteriores volvieron la mirada hacia esta obra, y la convirtieron en una pieza central del canon narrativo de los últimos siglos.

En Cervantes también queda patente la delegación de la autoría o función narrativa y de la actividad ficcionalizadora, que traslada a los personajes la posibilidad de la invención. Es la imagen del espejo, donde el autor desaparece ante el perspectivismo. El concepto de verdad literaria viene a identificarse con el de coherencia interna del texto narrativo y depende del acuerdo con los hechos reflejados en él. La credibilidad del narrador (narrador impersonal) queda a expensas de la relación entre sus afirmaciones y los acontecimientos narrados. Se trata de una verdad interna al mundo del texto.

La convención literaria permite otorgar validez al universo ficcional, y no el hecho de que no contradiga al mundo real. Además de producirse la voluntaria suspensión de la incredulidad por parte del lector, es necesaria una positiva actitud de conceder un crédito al narrador. Si esto se produce, entonces se podrá creer lo que se cuenta.

La verdad ficcional se encuentra en función de la existencia ficcional, que a su vez se deriva de la función autentificadora relativa a los actos de habla del narrador, que no tienen los actos de habla de los personajes. Esos actos construyen los mundos narrativos al conformar sistemas de hechos ficcionales. Es lo que Vargas Llosa ha denominado atributos de la eficacia de la escritura de las novelas: la coherencia interna y su carácter de necesidad.

Los lectores aceptan al narrador por su autoridad autentificadora. El concepto de verdad debe basarse, por tanto, en el de autentificación, para explicar la existencia ficcional. Una frase narrativa resulta verdadera si refleja una situación existente en el mundo ficcional; es falsa, en cambio, si tal situación no se da.
Sin embargo, no puede atribuirse valor de verdad de lo dicho a las afirmaciones del narrador por el hecho de que se refieran a un mundo -en ese caso la verdad de lo dicho se derivaría de su acuerdo con la naturaleza de ese mundo-, sino que éste es construido precisamente por ellas.

Tal existencia ficcional pertenece al ámbito de la semántica intensional, que explica el significado de los individuos, objetos y sucesos no tanto por la relación referencial como por las formas de expresión. Con todo ello cobra fuerza la necesidad de la semántica intensional como núcleo básico de una teoría semiótica del significado, y por eso debe ser autentificada.

(Publicado en el Diario Progresista el 16 de Marzo de 2012)

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